Ya es hora de pedir explicaciones a Xavi
Hay mil ejemplos para demostrar que un equipo no tiene por qué ser un calco de las formas que tenía su entrenador cuando jugaba. Clemente, fino zurdo y férreo preparador, resume esa máxima como nadie. Ahí está también el Betis de Pellegrini, un técnico con gusto que fue un central que no hacía precisamente prisioneros. O la Real de Imanol, un lateral de época que no tendría cabida en su propio once. No hay ninguna ley escrita, ni la hubo ni la habrá. Ahora, mezclar el Barça y Xavi son palabras mayores. Dos extremistas, como club y deportista, de eso tan manido del estilo que hace demasiado tiempo nadie ve.
Pronto se va a cumplir un año de la llegada al banquillo del Campo Nou del mejor mediocentro que han visto estos ojos. Y hasta ahora ha deslizado pocos detalles de lo que era de corto y de lo que él sueña que sea su proyecto. Cuesta creer que el estado de ebullición que vivió la culerada, tras ver algo de luz al final del túnel, se mantenga con este esperpento. Ante el Inter creí ver por momentos a Migueli y Alexanco pelear los balones divididos y sumarse al ataque. No imagino a un pianista estresado. Y en esta final de Champions, hasta Pedri, el dios de la pausa, parecía tener prisa. Así es la angustia cuando te atenaza. Te empuja a pasar los envites cuanto antes en vez de animarte a disfrutarlos.
Correr, pelear y presionar no es un defecto. Que conste. Más bien al revés. Es la base incuestionable sobre la que crecen los grandes equipos. Sin un estado de tensión así en labores defensivas, es casi imposible activarse con balón. El problema radica en si la furia es la única propuesta en el repertorio. El Barça sumó tantos kilómetros como despropósitos. Gavi, un niño al que sólo puedes adorar pese a su perenne cara de enfado, no puede ser el mejor cada día. Habla muy bien de su arrojo y muy mal de sus compañeros. En un Barça normal debería ser un complemento que compacte al resto. En éste, atosigado por las urgencias y con una defensa sonrojante, es el abanderado. Algo en todo esto tendrá que decir Xavi. Heredó una ruina, sí. Pero no ha sido capaz de parar la sangría. Laporta tendría que recordárselo cuanto antes. Por mucho que admirase, como tantos, sus 'pelopinas'.