OPINIÓN

Guardiola es el puto amo

Guardiola da instrucciones a sus jugadores en la final de la Champions que ganó el City al Inter./GETTY
Guardiola da instrucciones a sus jugadores en la final de la Champions que ganó el City al Inter. GETTY

La educación que recibí en casa siempre me empujó a poner el foco en el mismo bando: en la tristeza debía estar al lado de los débiles de forma altruista y decidida, y en la alegría tenía que acordarme, mucho antes que de todo lo demás, de los desdichados. No vivía en un convento de monjas, y para entonces ya había sustituido las clases de Religión por las de Ética. Mi vida la regía el manifiesto que ordena, o debería ordenar, cualquier entorno obrero.

Por eso, un 17 de diciembre de 1992 en el que la profesora en 4ª de EGB nos pidió una carta para los Reyes Magos, aparecí por clase con un escrito algo diferente a lo que viene siendo una lista de la compra. Ahora entiendo que, a mis diez años, acababa de redactar mi primera y reivindicativa columna de opinión, con una dura ilustración incluida. Se titulaba 'Poesía de Navidad' y arrastraba alguna errata de ésas que ahora detesto.

Con mucho orgullo y sin ningún postureo, no sólo la entregué en tiempo y forma, sino que la tuve que leer en voz alta delante del resto de compañeros. "En estas Navidades cercanas no quiero belenes, regalos ni cenas, sólo quiero acordarme de esos niños que no cenan; qué sociedad más injusta. Lucharé hasta donde pueda para conseguir algún día que esos niños puedan tener comida, salud y hasta una bicicleta". El director quedó tan impactado que el texto fue publicado en un periódico local y ese día, sin redes sociales aún a nuestro alrededor, comencé a tener mis primeros seguidores y también mis más duros críticos.

Carta a los Reyes Magos el 17 de diciembre de 1992. RELEVO / MATILLA
Carta a los Reyes Magos el 17 de diciembre de 1992. RELEVO / MATILLA

Quizás por eso, en cuanto Gundogan supo que alzaría la Orejona al cielo de Estambul para consolar a De Bruyne, más allá de alegrarme por las leyendas del Manchester City que han empujado durante años para esto, me acordé de tantos amigos, compañeros y haters cuyo primer semestre de 2023 ha debido ser duro y difícilmente olvidarán. Supe que, ahora más que nunca, hay que estar con ellos. No debe ser fácil digerir de una tacada a Messi paseando su horrorosa capa negra como campeón del mundo, a Xavi de rúa con la Liga el año de su estreno y a Guardiola otra vez reinando en Champions. La Santísima Trinidad del barcelonismo poniendo las cosas en su sitio.

La vida, antes o después, ordena los hechos. Una vez escuché decir al maestro Araújo, leyenda de la radio sevillana, aquello de que un periodista puede meterse con cualquiera de los que hay en el campo, pero que lo más inteligente es no hacerlo nunca con el delantero. El 9, por muy malo que sea, va un día, la mete y hace que te tragues cada uno de los reproches que has ido disparando. Sus sabias palabras siempre guían mis dedos.

Con Guardiola sucede algo similar. No sólo debido a que es el entrenador que más nos ha enseñado. Atacarle por atacar, mezclando lo personal con lo futbolístico, lo político con lo deportivo, es un ejercicio inútil que tiene todas las papeletas de fracasar. Poner en cuestión su valía, con 35 títulos conseguidos en tres países diferentes -tres Champions incluidas-, es como dejar de leer a Trapiello o Reverte por tener en cuenta el veneno que a veces sudan.

Guardiola ha marcado mi vida. Así que ya, como si se retira. Es lo que tiene ir por el mundo con el traje de mediocentro. Pep me enseñó a mirar antes de recibir. Y ese deje uno lo plasma a diario en la vida y no sólo en las pachangas de El Retiro. Si una noche, con cinco años, me atropelló un coche de mala manera al cruzar sin mirar, desde que le vi llevar la manija del Dream Team nunca me ha vuelto a pasar. Un ojo a la derecha, otro a la izquierda y un giro de cuello hacia atrás antes de iniciar la marcha con determinación y la cabeza alta. Esté solo, acompañado, en casa o en la Gran Vía. Lo sigo haciendo en los partidillos con La Cervantina y cuando entro en el metro. Su forma de jugar cambió el mundo y su manera de dirigir hizo de este lugar un lugar bastante más atractivo. Abrazo su ley: pienso, luego existo.

A veces, cuando entro en la redacción repleta de hambrientos periodistas, o encaro una reunión con los jefes más exigentes, siempre reflexiono sobre qué decisiones tomaría gente como Guardiola, Cruyff o Del Bosque para poner orden en la sala, mantener a la gente enchufada y, sobre todo, poder llegar todos juntos al objetivo. Seguramente tiro de ellos porque alguno de mis superiores en el curro, hasta hace nada, se parecía más a Capello o a Bordalás. Lo hago porque fueron, son y serán gestores de grupos de referencia.

Ahora, mientras Guardiola celebra en la intimidad con su lobby que ha viajado a Turquía, explica a David Trueba el porqué del rol de Stones y recapitula con nuestro Lu y sus más íntimos confidentes las horas previas a esta noche inolvidable que catapulta a Rodrigo, habrá gente que esté haciendo cuentas a toda prisa. En concreto, para echar en cara cuánto dinero se ha gastado el técnico para volver a triunfar, para enumerar la pila de centrales que ha comprado durante esta travesía o con la intención de recordar que si no es por Haaland esto hubiera sido imposible. Yo prefiero tener presente a Mourinho. Hasta él, autoproclamado The Special One y bautizado con sorna por Pep como puto amo en aquella noche de truenos en el Bernabéu, sabe como yo que se puede disfrutar del mejor y reconocerlo, y a la vez no soportarlo y airearlo. Por eso él habrá vibrado con esta final y yo, antes de acostarme, intentaré conciliar el sueño leyendo El capitán Alatriste.