OPINIÓN

Pedri es el mismo pero todo ha cambiado

Pedri aplaude tras ser sustituido ante el Young Boys. /EFE
Pedri aplaude tras ser sustituido ante el Young Boys. EFE

Cuando se hable o se escriba de Pedri se tiene que partir siempre de una premisa capital que ya marca el listón del futbolista del que se habla. A su aterrizaje en Barcelona, con 17 años y un cuerpo escuálido que hizo dudar a Koeman sobre si era o no jugador del primer equipo, Pedri no necesitó mediar palabra con Messi para pasar a ser su mejor socio. Puede que en todo el curso, Leo y el canario no intercambiasen ni dos whatsapps fuera del verde, pero dentro eran inseparables. En unos meses, Pedri ya mostró que su mejor virtud era la de estar siempre donde debía, aguantando el pulso técnico al mejor jugador de siempre. Ese era su nivel y desde ahí se le debía juzgar.

Después, y nunca por su fútbol, se le empezó a menospreciar por las lesiones, colando en el relato público una serie de carencias que el canario nunca mostró, negándole sus virtudes y minimizando el impacto que tenía en un equipo diezmado. Era tal su relevancia que sin Pedri el Barça pasaba de un equipo con opciones a hacer buen fútbol a uno sin opciones de practicarlo. Pedri es, en esencia, táctica, porque de sus controles, amagos y gestos nace todo el resto.

En este inicio de curso no hay jugador que ejemplifique de mejor forma lo que supone la confianza. Pedri es el mismo salvo que todo ha cambiado. En sus pases hay convicción, su físico de fondista, otrora fundido por una musculatura que le impedía llegar, luce en las coberturas y su talento es siempre una salida de emergencia previa al incendio. Uno no se agobia si lo tiene cerca. A veces el fútbol tiene guiños como los de hoy, con Pedri marcándose una jugada iniestesca con el 8 a la espalda, de control y giro flotando, el día que el genio manchego se retira. El fútbol es legado y por encima de todo está la tradición. Y Pedri después de Iniesta es como si las comidas de Navidad se congelasen en formol con el paso de los años.

Al Barça de Flick le van las derrotas porque se vio que lo sucedido en Mónaco, lejos de un toque de atención, fue una desgracia. Sirvió aquello para hincharse en la confianza que da el trabajo bien hecho y la frase de Flick previa al partido sonó a profecía. "Veremos a un Barça distinto. Estoy convencido". El rival era flojo, incluso atroz en algunos aspectos, pero eso no quita que para ganar 5-0 (pudiendo ser 7 u 8) se necesite de una convicción plena en lo que se hace, con una atención clínica al detalle. Este Barça también es Íñigo Martínez y su forma de tirar el fuera de juego o el de Casadó y sus saltos caníbales para acortar la posesión al rival. Un Barça de mordiscos y golpetazos que baila al ritmo de Pedri y Lamine Yamal.

Es normal que el canterano, elegido donde los haya, apenas descanse si para regatear y dejar en evidencia al rival no necesita correr. Es ese superdotado que desde el pupitre y bostezando se sabe la respuesta antes que nadie, una mente privilegiada que procesa las jugadas a una velocidad diabólica, con unas piernas nacidas única y exclusivamente para marcar diferencias desde el engaño, la finta y el regate. Ver jugar a Lamine Yamal en la época de la Inteligencia Artificial sabe a engaño, a un fallo que algún día alguien nos explicará. Mientras dure el embrujo el culer debe agarrarse a cada partido como un regalo, porque el talento y la ilusión son el motor del cambio y en este Barça uno puede ver cómo crecen con cada paso. Si Lamine es lo que sería Neymar de haberse criado en La Masia, Pedri es Iniesta habiendo nacido fuera de ella. El talento siempre gana.