OPINIÓN

El Barça supera el trauma con la verdad de Pedri

Pedri, hoy, en el partido ante el Benfica. /REUTERS
Pedri, hoy, en el partido ante el Benfica. REUTERS

Hay días en los que al fútbol le apetece no levantarse del sofá y que sea otro, alguien malvado y sin escrúpulos, quien escriba este guion repleto de incoherencias y vacíos, una oda a la locura, una afrenta a los nervios del aficionado culer, que a la media hora quería estrangular a cualquier jugador, pidiendo cambios y cabezas ante una derrota que no comprendía. No sabía el aficionado que a Szczęsny le quedaba La Parada y que Raphinha, en un intento absurdo por trascender, marcaría el gol más feo de la historia para después apuntalar su relato en el Barça en el último segundo. El Barça acudió a Lisboa, el Infierno donde cayó en el 2-8, para decirse a sí mismo que lo único que queda de aquel equipo es la determinación de quien quiere destruir su pasado.

Tenía que ser con Hansi Flick, verdugo en 2020 y Héroe en 2025, con quien el Barça tocase fondo para después ver que es ahí, cuando la soga aprieta, que demuestran por qué son candidatos a todo. El aval hasta la fecha en Champions venía siendo el juego y la pegada, dos ingredientes imprescindibles en Europa para optar a cualquier alegría, pero le faltaba algo que durante años, se podría decir que durante toda su vida, se le había negado: hacer de la fe y la locura su argumento principal. Y así fue. El Barça se marcó dos goles en propia, regaló un penalti y le dijo al rival que hoy sería su día, regalándole piropos sin parar. Pero ahí hubo dos jugadores que dijeron que era el día para cambiar el look al Barça, para darle a su infinita historia el único elemento que no tenía. Y funcionó.

Flick: "Ha sido el partido más alucinante de la temporada".

Porque el segundo tiempo, habiendo de remontar un 3-1, no se entiende sin la figura de Pedri, un genio tímido y de rostro pálido, siempre con cara de cansado y de cansarle todo, la vida misma, que entendió que nadie cogería el partido por la pechera si no era él quien lo hacía, como sucedió ante el Atlético de Madrid, el Leganés o Getafe, partidos en los que la victoria se escapó y así aniquiló el reconocimiento al canario. De él se diría que de qué servía la floritura si su equipo perdía. Pero se perdería de vista lo relevante y es que en el fútbol de Pedri hay verdad. Hay grandeza. Empezó a dar pases, a regalar envíos para que otros se llevasen la gloria y no fue hasta que Eric le brindó un reconocimiento merecido. Si el Barça tuvo derecho a seguir viviendo fue porque Pedri así lo quiso.

Y si el Barça tuvo derecho a ganar fue porque Raphinha, el brasileño más alemán de la historia, así lo entendió. Suyo es un gol que no debió ser gol, una suerte de rechace extraño que viene a decir que esta es su temporada, un mensaje del fútbol para que entienda que es ahora o nunca. Es capaz de fallar goles claros, de no controlar balones, de precipitarse y llevar al espectador al borde de un ataque de nervios. Pero también es el responsable de un gol que recuerda al que Di María, que falló antes, podría haber marcado 10 años antes. Si mañana se disputase el partido más importante de la historia, hoy elegiría a Raphinha como capitán. Uno le mira y ve la determinación no de un hombre, sino de algo todavía mayor. En sus ojos está la revancha de las derrotas que él no sufrió, como si el Barça lo hubiese elegido para que reencarnase lo que ha sufrido.