OPINIÓN

El Barça abraza lo que antes odiaba

El Barça abraza lo que antes odiaba

Lo que el fútbol entierra la mente olvida. Hace no tanto el Barça iba por los campos de Europa como un niño cuando ha perdido a sus padres en una calle repleta de gente: desamparado, con dudas y desconfiando hasta de sí mismo. El Barça no jugaba partidos. Durante años, que ahora parecen enterrados, el equipo se asomaba al infierno. A los culers no les quedaba ni aquello tan preciado de elegir cómo perder, una máxima que eleva el fútbol a una cuestión moral, porque siempre perdían de la misma forma: superados por ritmo e intensidad, sin una voz que les reconociese. El culer ya lo ha olvidado. Este Barça usa el perfume de la primavera y ya abraza la Champions cuando antes la detestaba.

Ahora pensadlo. ¿Qué hubiese pasado hace dos años si con el 0-1 le marcan de penalti y empieza a hundirse? El equipo muy probablemente hubiese perdido, y seguramente por más de un gol. Cuando se habla de Flick lo más importante no es la ventaja táctica que da a sus jugadores, sino la mentalidad que les ha inculcado para que la pizarra tenga sentido. El futbolista azulgrana no se esconde, sino que empuja, no huye, sino que va. Venga lo que venga, el jugador asume con estoicismo el resultado porque en el fondo sabe que estarán cerca de ganar. Esto se ve en la calma agresiva de Pedri, imperial ante el Dortmund, o en la sabiduría precoz de Lamine. El equipo ha ido desligándose de sus traumas hasta no quedar más que una anécdota lejana, algo que se cuenta pero que ya no se siente.

Uno es más feliz cuando asume que sus ideales son suyos y de nadie más. Se hace adulto de golpe cuando empieza a entender ciertas cosas, como que puedes perder siempre, pero eligiendo el color de tu derrota el peso de la angustia cuece menos. El Barça encajó el 2-2 porque sus centrales, de forma automática, saltaron hacia adelante sin que nadie les cubriese, sin que el pasador estuviese presionado. Donde muchos ven un error de bulto yo veo una forma de vivir, una que a veces te costará un gol pero que tantísimas otras te evitará un disgusto. El Barça de Flick paga el peaje con una sonrisa. Quizás deberíamos tomar ejemplo.

En Dortmund y ante un estadio que se hace apodar "El Muro", que en vez de caminantes blancos aparece un tumulto amarillo que recuerda a la barbarie y al caos. Allí se va a sufrir. Y el Barça, con Pedri y Casadó, jugó 45 minutos de un nivel altísimo minimizando las virtudes ajenas a un garabato. Robando, ahogando y jugando de nuevo. Impresiona ver a Casadó, apenas la mitad que Nmecha, robar más balones que nadie, porque su virtud es llegar a tiempo, es un reloj al que nunca hay que poner en duda. Y Pedri es el tiempo. En su fútbol paciente cabe todo, hasta el 2-3 con ese sprint, esa forma lenta de correr, como un jugar cansado que lleva siempre al error: no va lento. Es el tiempo.

De los malos inicios pueden salir grandes historias de amor. Esto nos ha enseñado el control de Ferran Torres. ¿Cómo de un control tan malo, casi hecho adrede, un escupitajo a la técnica, puede terminar con un disparo tan bueno? Es un mensaje para ti. No tengas miedo en tu primera cita y recuerda que aunque te hayan dejado plantado, aunque a la hora de dar dos besos no hayas ni reaccionado, siempre puede terminar con un gol. A veces el sentido se cobra al final, y no al principio. El fútbol siempre te explica historias, y este Barça no para de crearlas. Dejaré que sea el exterior de Lamine Yamal quien las narre.