De la primera línea política al pelotón: Espinar se inspira en Induráin tras ayudar a Pablo Iglesias y 'copiar' a Tebas en Podemos
El politólogo, unos de los mayores activistas en el 15-M que fue secretario general de los morados en Madrid y dimitió, se vuelca en las carreras de ultrafondo.

Muchos son los casos de deportistas que han disminuido o abandonado directamente su actividad profesional para entregarse a la política. Desde Pepu Hernández a Theresa Zabell en España, pasando por Pelé, Kasparov, Pacquiao o Romario, entre otros, en el resto del mundo. En el entorno amateur es todavía más habitual este trasvase en los ayuntamientos, diputaciones o en el mismísimo Congreso. Ahí está Pedro Sánchez al frente de Moncloa después de hacer sus pinitos en el baloncesto con la camiseta de Estudiantes.
Relevo, sin ir más lejos, ha publicado esta misma semana de elecciones municipales y autonómicas un serial con varios cabezas de cartel de diferentes partidos. Para hablar de nuestro negociado como condición innegociable y para entender cómo han llegado al púlpito tras brillar -o al menos intentarlo, como hizo en su día Oleguer- en sus respectivas especialidades deportivas. Sin embargo, el viaje opuesto, la ruta desde la política al deporte, del estrado al podio, es menos frecuente. Pero existe.
Ramón Espinar no es un caso único, ni el más heroico, superlativo o anecdótico. "Tengo miedo de aparecer como aquel chaval del periódico que decía 'vuelvo a estudiar, de la petanca no se puede vivir'. Yo no he hecho un tránsito de la política al deporte así como tal. En realidad soy un globero, que es como se nos llama a los aficionados al ciclismo. Un globero hipermotivado, eso sí", recalca. Ruth Beitia, por ejemplo, encabezaría esta peculiar clasificación de políticos entregados a la actividad física tras haber defendido al PP en Santander y luego, una vez abandonada con desazón su corta y criticada carrera política, haber ganado una medalla en las Olimpiadas en Río. Lo que sí está claro es que el caso de este politólogo nacido en Madrid y afincado en Puente de Vallecas es uno de los más peculiares por haber cambiado su vida de arriba abajo a los 34 años, con la pandemia como claro punto de inflexión. De compartir ideario y lucha con Pablo Iglesias a enfundarse el maillot para imitar a su ídolo de infancia Miguel Induráin.
En su currículum quedarán los hitos de haber sido uno de los activistas más importantes del 15-M que derivó en una confluencia de sensibilidades agrupadas bajo la bandera de Podemos, de haber sido uno de los políticos más jóvenes -sin haber cumplido la treintena-, en replicar a Mariano Rajoy en los Plenos del Senado y también el de haberse alejado de la primera línea de batalla por iniciativa propia y sin dar marcha atrás al dimitir el 25 de enero de 2019. "Cuando se inició todo aquel movimiento que se visualizó en la Puerta del Sol sentía que era nuestro momento y que teníamos que hacer lo que estábamos haciendo con tanta ilusión, pero ahora no siento que sea mi momento y no tengo ninguna necesidad de politiquear". Por eso vive estas horas, ya fuera de los focos de la Carrera de San Jerónimo, igual de tenso por una inminente prueba ciclista 'randonneur' (de larga distancia) que por la tensión electoral que se masca en nuestros días.
Feliz a la sombra
"Dejé Podemos porque no creía en lo que estábamos haciendo y porque aquello de lo que yo era secretario general en Madrid ahora son tres cosas: los que salieron y formaron Anticapitalistas, Más Madrid y lo que queda de Podemos. Esa fractura en pedazos se produjo sin que yo quisiera. Si te quedas sin creer esa primera vez, corres el riesgo de estar así toda la vida. Se cobraba y se vivía bien, pero lo más honesto era irse. Dejé la política hace cinco años, que es el mismo tiempo que estuve en ella. Lo que pasa es que se hizo largo... Ha sido una parte de mi vida. Importante, porque no todas las épocas te marcan igual. Aprendí más en el Senado que cuando vendía Juanolas, que es a lo que me dedicaba cuando era teleoperador. Pero eso ya pasó y es muy bueno que sea así, que no haya políticos de carrera que entran en las juventudes de un partido y se jubilan en él. Eso genera castas. Entrar y salir es muy saludable".

Así de tajante comienza Espinar una charla que fluctúa desde su papel como diputado, senador y secretario general de Podemos en Madrid hasta compartir una nueva rutina que le llevará -con la ilusión de un niño con zapatos nuevos- el próximo 2 de junio a participar en la Madrid-Barcelona by Pedalma. Se trata de una carrera del tirón, sin etapas, que se recorre desde Madrid a Barcelona (más 700 kilómetros y 7.000 metros de desnivel), y para la que ha acumulado 5.000 kilómetros en las piernas en lo que va de año como entrenamiento en el Puerto de la Morcuera y en otras cuestas de la Comunidad.
El motivo de su nueva pasión es más sencillo de lo que pueda parecer: "El ciclismo me posibilita tener un espacio propio donde pasar unas horas solo y colocar las cosas que hay en mi cabeza. Me ayuda a sobrellevar las fatigas de la vida. Este tipo de carreras me llenan porque me van los esfuerzos, el recorrido me seduce al ser por carreteras secundarias y más desconocidas y siempre está presente el hecho de poder descubrir nuevos lugares y conectar con la naturaleza. Será la crisis de los 40… Hago unos 10.000 o 12.000 kilómetros al año, que son 1.500 al mes".
En la bici estática empezó todo
Espinar ha practicado deporte toda la vida. Sobre todo varios de equipo en su colegio, el Ramiro de Maeztu, donde coincidió con referentes de la canasta como el Chacho, o en sus pinitos en la Complutense y el Canoe, donde conoció a Lampe. Su pasión por la bici, compartida por los colores del Real Madrid, le viene desde crío. Y eso que sus padres nunca han sabido montar en ella. Fueron sus abuelos maternos los que le metieron el gusanillo en el cuerpo y los que le instalaron una bicicleta estática en el salón de su casa donde pedaleaba mientras vibraba con el Tour de Francia. Jalabert, Olano, Freire y Cancellara fueron dando forma al activista que es y que ahora participa en foros, aparece en Twitch con tanta soltura y recomienda las lecturas de Ander Izagirre y los reportajes de Fran Reyes.

"Dios es Induráin y los demás son profetas. Fui mucho de Óscar Freire. Y ya después de estos hay un problema, que es que ya son más jóvenes que yo y eso es raro. El tipo de fetichismo cambia. No es lo mismo cuando animaba a Raúl, que era un semi Dios, que hacerlo con Vinicius, que me encanta pero es un chavalín. De los de ahora me gustan mucho Roglic, Imanol Erviti, Raúl García Pierna, al que le deseo que le vaya muy bien, e Igor Arrieta, hijo de José Luis Arrieta, uno de los históricos gregarios de Induráin. Y Juan Ayuso y Carlos Rodríguez, claro", recita de carrerilla.
Fue el marido de su madre el que le enseñó a pedalear por los caminos por primera vez durante los veranos de playa en Jávea (Alicante). "Yo era un flipado del ciclismo desde niño. Al cole llevaba las chapas que hacía en casa y las distribuía entre mis amigos para jugar en los recreos y hacer nuestra propia Vuelta". Quizás por eso no era tan extraño verle llegar en su etapa política derrapando a la Asamblea de Madrid, de la que su padre fue presidente, o moviéndose por la capital de una punta a otra desde los 15 años haciendo uso del servicio de Bicimadrid. "No es sólo ahora; nunca ha funcionado todo lo bien que debería…", apostilla.
Su mayor caballito lo hizo en octubre de 2015. Espinar, ya en el candelero, había acudido a LaLiga junto a otros políticos para conocer de cerca su gestión en cuanto al reparto de los ingresos por los derechos de televisión tras la venta centralizada que se había puesto en marcha. Allí se vio con Javier Tebas, que llevaba solo dos años en el cargo, quien les explicó las claves del proceso. Así lo recuerda: "No quería ir nadie porque en el partido no sabían mucho de fútbol. Yo no estaba en las comisiones de deporte. En la que estaba más centrado era en la de corrupción. Fui allí y en esa reunión nos contó cómo ahora los derechos se gestionaban en bloque y no se negociaban de forma individual. Así, del hiperbeneficio que se llevaban Madrid y Barça, que ahora ganan menos, una buena parte se distribuía de forma más ecuánime entre los demás y se ayudaba a los que descendían del fútbol profesional. Es decir, un sistema de redistribución de la riqueza. Entonces...".
"...Como todo el mundo sabe que Tebas es más de derechas que Don Pelayo, pues al salir de allí los periodistas me preguntaron qué me había parecido y había cierta expectación por la respuesta. Fue entonces cuando dije una gracia, a modo de macarrada porque estos temas no eran tan trascendentes: 'Yo quiero para la sociedad lo que Tebas para LaLiga". El titular, claro, llegó a varias portadas". A los pocos días, el político dio más detalles en el Senado de aquella reunión en la que su partido llegó a insinuarle con gracia a Tebas: "Presidente, pareces de Podemos".
Sin tabaco y a la plancha
El coronavirus, como a la mayoría, cambió por completo el paso de este joven con verbo de veterano. "La política no me dejaba tiempo para nada", reconoce. Lo que se llama una vida algo desordenada en cuanto a horas de dormir, alimentos que echarse a la boca y vicios (blandos) que regatear. "Fumaba un paquete al día y eso ya lo he dejado. Muchas veces el cuerpo me pide un cigarro, pero aguanto". Dicen los que le conocen bien que hace unas semanas se le vio en una boda bebiendo agua con gas y que se retiró a casa recién estrenado el baile porque al día siguiente participaba en una prueba exigente. La bici no es lo más importante en su vida. Su profesión sigue centrada en la asesoría política y en el análisis en los medios de comunicación, en los programas En boca de todos, de Cuatro, o Más Vale Tarde y La Roca, en La Sexta. Pero la bici sí es una de sus cosas más importantes para vivir.

"Dimití en enero de 2019 y en otoño ya estaba a tope con la bicicleta. Le dedico ocho o nueve horas a la semana, aunque yo haría el doble si pudiera. De haber seguido con mis funciones habituales, esto sería imposible. Aun así, me lo tomo con mucha calma. Si este hobbie me pilla con 20 años, estaría todo el día rodando o apretando para hacer alguna de las carreras más duras que me rondan por la cabeza. Compito contra gente que gana dinero corriendo y tiene muchos patrocinadores. No me puedo quejar y estoy bien así. He hecho seis carreras de 200 kilómetros para llegar bien a esta prueba de Barcelona sin desatender a mis dos hijos, que es lo más importante y lo que de verdad me ha cambiado la vida. Menos mal que mi pareja [Lucía] respeta mis aficiones, aunque a veces no las entiende mucho... Más de una vez llego destrozado. Eso sí, ningún familiar hasta el momento ha hecho amago de venir a verme competir".
Justo ahora, Espinar está en ese proceso de conocer mejor su cuerpo para sacarle un mayor rendimiento. Sabe que se enfrenta a rampas mucho más duras que las de haber sido camarero o como la que metafóricamente fue Rita Maestre para él, contra la que tuvo un duro y victorioso duelo en unas primarias para liderar a su organización en Madrid. "Peso unos siete kilos menos que cuando estaba en Podemos", bromea. No se vuelve loco ("algún cocido cae en domingo, tomo cerveza y los viernes de pizza son innegociables"), pero está con la antena puesta para ser cada vez más pro. "Cuido mucho la comida. En casa hago la compra y cocino, y todo es a la plancha. Y de copas, cero. Este último fin de semana iba a subir la Morcuera cuatro veces, pero a la segunda me crucé con un colega que sabe de esto, Sergio Rodríguez, y prefería tomarme un café y escucharle para aprender. Me ha recomendado para esta exigente carrera unas barritas especiales y que le eche a los bidones un par de azúcares especiales. Eso haré. Hasta ahora ingería comida de lo más normal, como cualquier otro día".
Flecha como referente
Con todo el tiempo por delante, el sueño de Espinar apunta más a la emoción de las clásicas que a la exigencia de las grandes vueltas. Pese a que siempre existe la posibilidad de federarse y entrar en el circuito Élite o Máster, con mucha menos aventura que la que le aportan otros retos, le atraen más las pruebas cicloturistas con un poso sentimental. Le gustaría completar alguna brevet de enjundia (donde se sellan los puntos de paso), como preparan en Madrid los legendarios equipos de Pueblo Nuevo y Chamartín, a los que tiene como referentes. O verse un día en la París-Brest-París, la madre de todas las brevets, de 1.200 kilómetros, donde se compite sin coches de apoyo y con autosuficiencia, como han hecho cientos de estrellas en el pasado. O incluso permitirse el lujo de abrazarse al gravel, como su referente y embajador de España en esta superficie Juan Antonio Flecha. La Transcontinental, esa extrema carrera que fundó el malogrado Mike Hall, ya sería demasiado. No bastaría para afrontarla con haber cambiado de hábitos ni con seguir con una bici de 2012 en la que se ha gastado menos de 2.000 euros en mejoras.
"Este es el primer año que planifico todo un poco y he empezado a hacer base aeróbica. Luego he ido metiendo carreras más cortas pero intensas. Me importa mucho hacer rutas con un gran desnivel. La primera larga de 200 kilómetros fue un Madrid-Toledo y luego he llegado a hacer 4.000 metros de desnivel en la sierra. Voy haciendo lo que popularmente se llama ensanchar los umbrales y disfrutando en estas carreras más cooperativas que recuerdan al primer ciclismo que existió. Me tomo la bici como la vida. Y sin sufrir: no me interesa sudar ácido láctico. Aquí lo importante es llegar a las carreras con ganas de bici. En la última carrera quedé noveno de 80 corredores y eso te indica que voy por el buen camino y que he progresado mucho", asegura.
Eso sí, la pasión no ha aflojado su espíritu crítico: "Este mundo del ciclismo es muy caro, se ha mercantilizado y ha generado necesidades que a veces son absurdas. Yo he cambiado de todo y, aunque esto vaya a espantar a los potenciales patrocinadores, compro todo de segunda mano y recomiendo a todo el mundo acudir a ese mercado. Muchas veces se paga más de lo que valen las cosas. Donde no hay que ahorrar nada es en el culotte ni el sillín. Cómo duele...".
Pero saña con gusto no pica. Mientras sus vecinos le miran con el interés de estar ante alguien famoso, y en las mesas del alrededor se habla de no sé qué debate televisivo, Espinar sigue a lo suyo. Apura su café, pide dos minutos para abandonar provisionalmente una tertulia que ya está en la prórroga en una humilde cafetería vallecana y, de repente, regresa a lomos de su Rocinante. Para enseñarlo orgulloso y para fotografiarse y poder ilustrar estas líneas. "Qué bonita es esta bici", dice mientras se despide alabando a la grupeta La Marañosa que le ayuda a afinar estas horas previas al carrerón. Después de dos horas de conversación, no dice ni mu de a quién votará este domingo. La confirmación de que respeta esta jornada de reflexión de forma escrupulosa y, sobre todo, de que su vida tiene ahora más prioridades.