Cuando Bahamontes no ganó su segundo Tour de Francia porque su rival fingió una avería
El Águila de Toledo lamentaba que la Grande Boucle de 1963 se le escapó yendo de amarillo por un pintoresco episodio con Jacques Anquetil.

Fallecido este martes 8 de agosto a la edad de 95 años, Federico Martín Bahamontes es una leyenda del ciclismo español muy apreciada en Francia, el país en cuyo Tour escribió las páginas más notables y recordadas de su leyenda personal. Es por ello que, hace cuatro años, el diario L'Équipe envió a su mejor periodista de este siglo, el literato Philippe Brunel, a formularle una última entrevista que ahora sirve de testamento y obituario. En ella se le pregunta si le queda alguna cuenta pendiente con la historia. El 'Águila de Toledo' responde: "Sólo una. La etapa de Chamonix, en 1963".
Aquella Grande Boucle estaba confeccionada para un hombre: Jacques Anquetil. El normando había conquistado ya tres ediciones del Tour y ésta, que por obra y gracia del calendario acababa un 14 de julio, día de la fiesta nacional francesa, era ideal para escenificar el cuarto triunfo de un ciclista apuesto, un 'dandy', excelente contra el reloj y cuyo único punto débil (si lo había) eran las pendientes excesivamente empinadas. La organización diseñó un recorrido a su medida, sin finales en alto ni cronoescaladas y con una contrarreloj individual larga y decisiva en Besançon a sólo dos días de París.
Todo estaba preparado para Anquetil. Sin embargo, a una semana del final Federico Martín Bahamontes era líder de la general con tres segundos de ventaja sobre el galo, y quedaba montaña. En la prensa francesa publicaban viñetas donde Anquetil, asfixiado, blandía una cuerda al estilo de un 'cowboy' para tratar de echarle al lazo al toledano, que le descolgaba con ligereza. A sus 35 años, Bahamontes era claramente más fuerte cuesta arriba que su rival, de 29. Si no contaba con más ventaja en la general era por sus malos descensos, hijos de aquella caída en la Volta a Catalunya tras la cual le tuvieron que quitar las espinas de unas zarzas "con pinzas de depilar", y por las bonificaciones, enormes y favorables para el potente Anquetil.

Con el maillot amarillo en juego disputaron "la etapa de Chamonix": un maratón de alta montaña por los puertos alpinos que separan Francia, Italia y Suiza, el Pequeño San Bernardo, el Gran San Bernardo y la Vieja Forclaz. Bahamontes atacó en los dos primeros colosos: siempre coronaba con ventaja y siempre era atrapado antes del valle por su rival. Entonces afrontaron la Vieja Forclaz, endurecida de improviso por un cambio dictaminado a última hora por la policía suiza: en lugar de escalar por la carretera asfaltada, lo harían por un camino "pedregoso y dragado por la nieve" en palabras de Bahamontes, con pendientes del 18%.
Y ahí llegó la treta de Anquetil. En aquella época, los cambios de desarrollo eran rudimentarios y muy limitados: en etapas de montaña había que elegir entre dar chepazos cuesta arriba o descender sin poder pedalear. Tampoco cambiar de bicicleta estaba permitido, salvo avería mecánica. Y ahí el mítico Raphaël Géminiani, director de Anquetil, se sacó un as de la manga cuando al pie de Forclaz acercó el coche a su pupilo, el mecánico se asomó por la ventanilla para comprobar el estado de la bici… y cortó el cable del desviador con una tenaza. El árbitro confirmó la avería y Anquetil pudo montarse en una bici más ligera y con un desarrollo más adaptado a las brutales pendientes que se venían. "Y encima el mecánico le dio un empujón larguísimo para ponerle en marcha", lamentaba Bahamontes.
Anquetil y Bahamontes coronaron la Vieja Forclaz separados por sólo cuatro segundos. Bajaron juntos hacia Chamonix y, para rematar la jugada, siempre según el toledano, "Anquetil se metió a rueda de una moto para lanzarse, ganarme al sprint en meta y coger la bonificación que le permitió quitarme el maillot amarillo". A partir de ahí, el Tour quedó visto para sentencia: el normando sólo hubo de confirmar su victoria definitiva metiéndole otros dos minutos a Bahamontes en la crono de Besançon.
Así se quedó el 'Águila de Toledo' privado de un Tour de Francia que hubiera sido el segundo de su cuenta particular, tras el que ganó en 1959 para inaugurar el palmarés español en la Grande Boucle. Sí pudo, al menos, anotarse la quinta de las seis clasificaciones de la montaña que acumuló en su larga y prolífica vida deportiva. Y, por coronar primero el Forclaz, un periódico suizo le regló un reloj de oro. Otros tiempos.