CICLISMO

Los años bravos de Piotr Ugrumov rivalizando con Induráin, Pantani y la sombra del dopaje: "Quizás hoy es mejor para la salud, pero apuesto a que no es bonito ni cómodo"

El mítico ciclista letón (Riga, 1961) atiende en exclusiva a Relevo para hablar de su trienio mágico, donde puso contra las cuerdas a Marco Pantani y al mismísimo 'Big Mig'.

Ugrumov (izquierda) junto a Indurain (centro) y Pantani (derecha)./EFE/ARCHIVO/Mondelo
Ugrumov (izquierda) junto a Indurain (centro) y Pantani (derecha). EFE/ARCHIVO/Mondelo
Julio Ocampo

Julio Ocampo

En el año 1993 en Italia sucedió de todo. El escándalo Manos Limpias (financiación ilegal de partidos) se llevó por delante el sistema político, que se preparaba para recibir algo indescriptible -por novedoso, anómalo y ambiguo- hasta ese momento: Silvio Berlusconi. Paralelamente, Baggio había ganado el Balón de Oro, y en el panorama musical gobernaba la canción Radio Baccano, de Gianna Nannini y Lorenzo Jovanotti. Aún faltaban pocos meses para el estreno cinematográfico de Caro Diario (dirigida por Nanni Moretti), cuando campanarios y viñedos se acicalaban para el inicio del Giro de Italia. Sí, el segundo y último logrado por Miguel Induráin. "Un gran señor, con mucha clase, aunque de pocas palabras. Jamás mostraba sus debilidades. Siempre atacaba, especialmente en la crono. En montaña, sin embargo, se defendía bien. ¿La rivalidad con estos dos mitos? Un tiempo maravilloso con una súper escuadra. Primero la Mecair-Ballan; después Gewiss. Sobre Pantani… Era jovencísimo. Su primer año como profesional, pero ya un elegido", recuerda Piotr Ugrumov antes de centrarse de lleno en el inicio de su pequeño gran reinado. Cuando se erigió en el contrincante más fuerte que tuvo Induráin. Su mayor pesadilla, su némesis, su antagonista.

El año 1993 fue bisagra en el mundo del ciclismo. Ya quedaba sepultada la rivalidad -especialmente en el Tour- entre Fignon y LeMond. También comenzaba lentamente a languidecer la de Bugno-Chiappucci como grandes enemigos de un Induráin intratable tanto en Italia como en la Grande Boucle. En contraposición, emergían nuevos nombres con licencia para opositar al olimpo. Y es que al incipiente Pantani se unían Berzin, Tonkov, el velocista Abdoujaparov y el propio Ugrumov, probablemente el rival más duro, rígido y pétreo de todos. El único intruso de toda la historia en secundarle subido al podio a menos de un minuto. Porque ese Giro del 1993, sí, el letón de la Unión Soviética se quedó a 58 segundos de la gesta. Un instante.

Si muchas de sus prestaciones están escritas con letras de oro, memorable sigue siendo la penúltima etapa, donde ambos esgrimieron un duelo épico en el Santuario de Oropa (Piemonte). La prensa local le llamó torpedo a Ugrumov. Su mantra era el privilegio de la calma. Un monumento. "Aquí, pero, sobre todo, al año siguiente en el Tour… No sé, no teníamos nada que perder, así que había que atacar. Respecto a lo de Oropa, recuerdo que cuando yo me lanzaba, luego venía Miguel por detrás sin hablar. Simplemente se acercaba y tocaba con su manillar mi asiento. Así intimidaba, pero yo era más ligero respecto al peso-potencia. Recuperaba mejor. Con mi tercer ataque ya no pudo", refiere sin excesivos alardes, como su ciclismo.

Con un pedaleo ortodoxo, el de Riga era un gran fondista con importantes dotes en la escalada. Calvo, tosco, frío y determinado, era la antítesis de Laurent Fignon, otrora un verso libre y sin fisuras, un parisino burgués -agasajado por todos- con ganas de revolución. No, Ugrumov era otra cosa, algo mucho más serio y austero, menos mediático; con más arrugas. Un robot sagaz, sin embargo, capaz de insidiar al más grande en las grandes vueltas. Una gran tormenta interna subyacía de sus insuperables performances. Piotr masticaba hielo. Tenía el rango de teniente, y lideraba esa generación única de soviéticos indómitos y rampantes (Dmitri Konyshev, Ekimov, Pulnikov o Andrei Tchmil), algunos integrantes del equipo sanmarinense Alfa Lum, que terminó occidentalizándose cuando colapsó el sistema político.

Sí. Era un grupo sobresaliente de talentos forjados por el almirante Aleksandr Kuznetsov, con métodos draconianos, despiadados. Bien es cierto que fabricó campeones como Eugeni Berzin, quizás el látigo que más azotó sus quehaceres militares. "Lo hicimos bastante bien en el Alfa Lum. Te recuerdo también que años después, cuando estaba en Seur, gané la Vuelta a Asturias. Maximino Pérez era el manager, y, el director deportivo, Linares. Fue un gran inicio allí. Yo pasé al profesionalismo cuando tenía 28 años. Ya sabes, cuando abrieron la puerta", relata irónicamente.

La Gewiss-Ballan del 94

Ugrumov fue segundo en el Giro'93 y tercero en el 95, detrás de Tony Rominger y Berzin, pero su año mágico, el que osó a morder un Tour que ya estaba patentado de antemano por Induráin… fue en 1994.

Con Berlusconi ya en el poder, lo que sucedió en la ronda gala es material para los libros de épica ciclista. Algo que se comprende mejor si se cuenta desde el inicio. Describiendo el contexto, reparando en el paisaje. Como diría Ortega y Gasset. "Yo y mis circunstancias". Esas pasaban por subrayar la tiranía de la Gewiss-Ballan en ese ínclito 1994. De principio a fin, porque el grupo formado por el propio Berzin, además de Moreno Argentin, Ugrumov y Giorgio Furlan, acaparó prácticamente todo, extendiendo el dominio de ese prodigioso maillot celeste tanto en clásicas de un día como en ciclismo de ruta. Fue canibalismo puro. Fue gula… En montaña, en velocidad, en el sprint y en la regularidad con el reloj. Fue todo, sí.

Es curioso, porque esa nueva incursión del patrocinador italiano de ingeniería eléctrica (Gewiss) de alguna manera recogía los rescoldos de 1987, primer año sin Hinault en el pelotón. Fue cuando se presentó el conjunto Gewiss-Bianchi, heredero de la estructura Sammontana. Era la génesis de lo que sucedería posteriormente, cuando en 1993 Emanuele Bombini (ciclista profesional en los ochenta) comenzó a dirigir una nueva escuadra italiana llamada Mecair-Ballan, integrada por muchos exsoviéticos junto al inmortal Argentin, campeón del mundo en 1986, además de ganar cuatro veces la Lieja-Bastogne-Lieja, un Giro de Lombardía, una Flecha Valona y uno de Flandes… Sí, efectivamente lo que vendría después serían los dos Testamentos de la Biblia, con la amalgama de pecados capitales también incluidos.

Lo cierto es que, entre disoluciones, cambios, asfixias y mutaciones o nuevos disfraces, la criatura nació. Resultó un pandemonio ese 1994, donde daba a luz un gigante del ciclismo transalpino: Gewiss volvía a patrocinar las bicis, y lo hacía fusionándose con la costilla de Bombini. Brillaba la nueva y flamante Gewiss-Ballan, que también contaba en sus filas con el controvertido Bjarne Riis, que venía de la ya extinta Ariostea. "Gran equipo, insisto. Precisamente con Bombini y Riis -compañero de fuga- decidimos llevar a cabo una táctica muy bien definida para el Tour", reconoce. La sacudida final impacta incluso a día de hoy.

Lo llamativo es que, pensándolo bien, el 94 de la Gewiss-Ballan fue abrumador. Un abuso capaz de mermar la autoestima de los mejores astros. Si Ballan se impuso a Cipollini en la primera clásica del año con final en San Remo, Vladislav Bobrik lo hizo en la última (Lombardía) delante de Rominger, Chiappucci o Richard Fondriest. Entre medias, Moreno Argentin siguió haciendo de las suyas, Eugeni Berzin ganó el Giro… Y lo del Tour… Lo del Tour fue inapropiado para quien padezca del corazón o sufra de vértigos. Lo ganó Induráin, no precisamente un patizambo. Pero la remontada que protagonizó Ugrumov -con 33 años- está recogida en los evangelios paganos del ciclismo. No se veía nada tan emocionante desde el 89, cuando un LeMond beneficiado por la aerodinámica se impuso a Fignon por ocho segundos en el rush final, dejando a Perico el bronce.

Esta vez para la llegada a París faltaba una semana, y el ciclista navarro le metía quince minutos al letón, que era noveno en la general. Por ahí andaban también Pantani y Richard Virenque, semidioses ya en la montaña. Todos fueron testigos de la erupción. "Atacar en la montaña. Una y otra vez. Me encontraba muy bien, y esas fueron las directrices, las coordenadas. Éramos un gran bloque, pero al ser todos buenos a veces lo complicado era ver quién ganaba. Era Bombini quién decía: Hoy ganas tú, mañana otro, y así".

¿Dopaje sistemático?

Parece que el ciclismo siempre está en cuarentena, en entredicho, en permanente necesidad de limpieza y catarsis. Eternamente se aduce sospechoso. No fue una excepción ese 1994, sobre todo tras ver cómo Ugrumov prácticamente le recortaba a Induráin diez minutos en apenas tres días para terminar segundo en los Campos Elíseos. Una obra maestra sin marco.

Todo comenzó en el rail alpino de la 17ª etapa, con casi 2.500 metros de altura y picos como la Madeleine o Val Thorens. Victoria magistral para Cacaíto Rodríguez en las narices de Virenque y Leblanc (grupo Festina). Notable la actuación de un Ugrumov superdotado que se impondría en las dos siguientes sin pedir permiso a El Pirata ni a Miguelón: puño de hierro tanto en la 18ª -col de Saisies, col de la Croix-Fry, Colombiere- como la 19ª, en esa mítica contrarreloj con tres puertos de montaña con final en Avoriaz delante de un impasible español que no arriesgó por la lluvia. Ugrumov era un rodillo delante de la disciplina predilecta de Induráin. Tenía 400 vatios de potencia. Era dios.

La letra pequeña de todo puede estar en la manzana de Eva. Meses antes de las grandes carreras de primavera-verano, el entero podio de la Flecha Valona lo ocuparon tres integrantes de la Gewiss-Ballan: victoria para el legendario Argentin, con Furlan y Berzin segundo y tercero, respectivamente. Muchos de esos corredores estaban seguidos por el médico Michele Ferrari, ya desenmascarado en 1993 por Walter Polini, entonces médico de Mecair-Ballan. Días después de esa carrera, Ferrari dijo que la EPO era como el zumo de naranja: "en exceso es perjudicial". La maglia celeste terminó el año protagonizando una dinastía exprés. Prácticamente comenzó y terminó ahí. Entre ángeles y demonios. Entre dramas fehacientes y gestas en ebullición.

La denuncia de L'Equipe

En el 95, Ugrumov volvió a hacer podio en el Giro, pero su declive había comenzado. Además, de forma exagerada. Ese curso la policía investigó a Ferrari para verificar el nivel de hematocrito de algunos ciclistas suyos.

Ugrumov, que no producía glóbulos rojos de forma exógena o natural, tenía 33 puntos. Era baja, aunque presuntamente manipulada podía subir hasta más de sesenta. Una monstruosidad que le pudo haber acarreado un problema de salud serio. El límite humano se sitúa en 65. "El ciclismo cambió mucho en esa temporada. La progresión de medicinas era enorme, desproporcionada. Además, hay ciclistas que rinden al máximo solo tres o cuatro años, no más. Pogačar es una excepción. En mi caso, mi motor duró eso, basta", sentencia.

El preparador Michele Ferrari, expulsado de por vida en el ciclismo, fue asistente del profesor Conconi. En 1999, un medio danés (Danmark radio) emitió El precio del silencio para precisamente poder alegar el uso de EPO en 1995. L'Equipe fue más allá: publicó una tabla de los niveles de glóbulos rojos de los ciclistas Gewiss-Ballan desde diciembre'94 hasta mayo'95. Aún faltaban dos años para que la UCI fijara en 50 el hematocrito permitido. De todos, el más alto fue el de Piotr Ugrumov, que atiende a Relevo desde Rimini, donde vive desde hace años.

En el 95, con los italianos cansados ya del primer Berlusconi, medio país odiaba a Baggio por su penalti fallado en el Mundial. Siempre fue difícil entender a Italia. Sus misterios, sus intrigas, sus medias verdades. Su embrujo y contradicciones, pero, sobre todo, su gen de supervivencia. "De Ferrari sólo puedo decir que era una gran persona, un profesional de primer nivel. La historia habla por él. El problema es que los controles no eran iguales para todos. Existían diferentes varas de medir. Además, había pocos exámenes… En contraposición, una medicina en gran desarrollo. No sólo en el ciclismo, sino en todos los deportes. Ese es el problema. Ahora el ciclismo está super controlado, como bien sabes. Quizás es mejor para la salud, pero apuesto a que no es bonito ni cómodo vivir hoy así, creo. Control exhaustivo y exagerado para los corredores a cualquier hora. ¿Si yo hice uso de ciertas sustancias? Pasé todos los controles sin problema. Mi conciencia está tranquila. Luchamos entonces con las mismas armas. El sistema anti doping también era un negocio. Lástima que el principal damnificado fuera la bicicleta. Siempre".