Las violencias machistas que combate con canastas el equipo de refugiadas que se enfrentó al Movistar Estudiantes
El Palestine Youth Club, equipo de baloncesto del campo de refugiados palestinos y sirios de Shatila, desafía las reglas de una región marcada por el extremismo. Su historia la recoge el libro 'Aliadas'.

Incluso en la noche más oscura, la luz de la luna alumbra… También en Shatila, el campo de refugiados de Beirut (Líbano) que se levantó en 1949 para recibir a 3.000 refugiados palestinos y en el que hoy día viven hacinadas en una superficie de dos kilómetros cuadrados—sin apenas agua ni luz— unas 30.000 personas, ahora también de nacionalidad siria. En la quinta planta de su centro juvenil autogestionado sucede lo impensable en los países de origen de sus protagonistas: desde hace diez años se entrenan el Palestine Youth Club, un club de baloncesto para niñas y mujeres jóvenes fundado por Majdi Majzoub, un pintor de brocha gorda que quiso ofrecerle a su hija Razan una alternativa a un matrimonio prematuro o a las drogas que inundan las calles de esta pequeña 'Palestina libanesa'. Una alternativa, el deporte, impensable en Palestina o en Siria… pero también en ese extraño nuevo mundo encarcelado que supone un campo de refugiados.
"Una vez salvadas, ¿por qué es mi propia gente a que me prohíbe ser la niña que quiero ser?", se pregunta una de las protagonistas del libro 'Aliadas', de Txell Freixas (Capitán Swing, 2025), porque en la nueva jaula de estos pájaros, que volaron de sus casas buscando la paz, la práctica del deporte por parte de las mujeres ofende a gran parte de su comunidad, que no solo desaprueba, sino que agrede.
La autora, corresponsal en Oriente Medio, fue testigo del nacimiento de aquel equipo que "desafía las reglas del juego" y que ha supuesto oxígeno para sus jóvenes jugadoras en un mundo en el que los conflictos bélicos se ceban especialmente con ellas. "Sufren una triple discriminación: son mujeres, son árabes y son refugiadas", apunta. En 'Aliadas' narra su regreso a Shatila diez años después, poco antes de que sus protagonistas vivan un encuentro único en Madrid.

Las jugadoras del Palestine Youth Club han huido de la guerra, pero lo que encuentran en el campo de refugiados es una sociedad que continúa aferrada a unas tradiciones hipermachistas, por las que las niñas pueden casarse con hombres que duplican su edad con tan solo nueve años (eso en el caso de las chiíes) y que a menudo sufren violencia doméstica y violaciones por parte de sus maridos, aquellos a los que sus padres entregaron por una dote que mejorara la situación de sus familias. A veces es la ingenuidad la que les lleva a creer que un marido protegerá a sus vástagos de lo que pueda ocurrirles fuera de casa, pero en ocasiones el desenlace es el asesinato de las ellas con la débil excusa del crimen de honor.
En el campo de refugiados, una zona muy alejada en todos los sentidos del Beirut turístico, se encuentra la sede de Basket Beats Borders (en español, el baloncesto vence a las fronteras), la ONG que resultó de aquel empeño de Majdi. Es un edificio en eterna construcción —todavía destapa el hormigón y las estructuras metálicas— y está rodeado de inmuebles devastados por un atentado acometido por la falange libanesa y el ejército israelí en 1982 y del que no se arrojan cifras oficiales: podría haber entre 500 y 6.000 refugiados asesinados.
En su quinta planta se sitúa la cancha de baloncesto. Ocupa la mitad de una reglamentaría, no tiene marcas de señalización en el suelo y sí canastas por doquier para aprovechar un espacio que es una bendición y que no sólo sirve para hacer deporte o hermanarse con las compañeras: ofrece un descanso de los riesgos externos y la esperanza de que en la peor de las situaciones siempre hay un palo al que agarrarse. En este caso, es el de la sororidad de las mujeres —niñas y adultas— de Shatila, que juntas combaten a una sociedad que no sabe lo que es el juego limpio.
Las niñas de Shatila en el Magariños
Sucedió en la mañana del 23 de junio de 2023, en el mítico y colorido Polideportivo Magariños, hogar del Movistar Estudiantes. El Palestina Youth Club disputó un partido contra un combinado de la cantera femenina del club madrileño. El resultado final fue a favor de las locales (68 a 33). Sin embargo, y como es lógico, se vivió como una victoria conjunta que trasciende las estadísticas.
Durante sus diez días de estancia en la capital de España, las refugiadas también pudieron disfrutar de la paz y del baloncesto en un torneo organizado por la Liga Cooperativa de Baloncesto de Madrid. Fue un viaje de contrastes, pero sobre todo de esperanza y solidaridad, valores que Basket Beats Borders lucha por trasmitir a la comunidad de la pequeña Palestina con este proyecto feminista que combate con canastas al patriarcado más extremista.