ATLETISMO

El día que el español Romera desafió al Maratón de Nueva York: "Me imaginaba en una película"

Sus problemas para asimilar líquidos le privaron de la gloria individual un 6 de noviembre de 1988, pero su humilde equipo hizo historia.

Miles de maratonianos transitan por el puente de Verrazano en la edición de 1988 del Maratón de Nueva York. /DAVID MADISON / GETTY
Miles de maratonianos transitan por el puente de Verrazano en la edición de 1988 del Maratón de Nueva York. DAVID MADISON / GETTY
Andrés G. Armero

Andrés G. Armero

Hubo un tiempo en el que un atleta español se atrevió con una salida a lo Kipchoge en el Maratón de Nueva York, que hoy celebra su edición número 51. Juan Francisco Romera protagonizó el 6 de noviembre de 1988 una primera media estratosférica en la Gran Manzana que le catapultó a la fama nacional, pero que le envió a la postre a la camilla.

Invitado por la organización, tras correr el Maratón de San Sebastián en 2:11:52 el año anterior, el fondista no lo dudó ni un instante. "Ya que estamos aquí, vamos a hacer algo importante", se dijo. "Cuando me vi en Nueva York, en el puente Verrazano con el que había alucinado en tantas películas de los años 70 y 80, con todo libre para los corredores, y yo en el grupo delantero... No sé qué se me pasó por la cabeza, pero me puse a tirar y ya no me pararon hasta la media maratón", introduce.

Romera "no era consciente de la brecha" que estaba abriendo con el grupo principal. "Les llegué a sacar 400 m y sólo al entrar en Queens me cogieron", explica el hombre al que España estaba viendo por la televisión pública liderar el maratón más importante del planeta. "No sufrí en esos kilómetros, iba disfrutando, como en una nube: toda la parafernalia de la Policía, los medios de comunicación... Yo era el protagonista absoluto, para mí aquello fue como una película en la cual yo era el personaje principal". Pero en el ecuador del largometraje, todo cambió.

"Me deshidrataba, en carrera se me cerraba la boca del estómago, vomitaba incluso"

Juan Francisco Romera Exatleta

El calor y la humedad, sus enemigos íntimos, le pasaron factura una vez más. Los "problemas para asimilar líquidos en competición" le persiguieron a lo largo de su carrera. "Tenía que sobrehidratarme la noche anterior porque, cuando llegaba el maratón, se me cerraba la boca del estómago y no había manera, incluso vomitaba", comenta. El calvario de la deshidratación privó a España de un maratoniano más legendario si cabe.

En Nueva York logró finalizar en el puesto 22, "con unos calambres tremendos", pero disfrutó al ver que su compañero Juan Carlos Montero terminaba en 2:14:00, en quinta posición, la mejor clasificación de la historia de un español en el maratón de la Gran Manzana. Y, para poner la guinda, el San Pablo de los Montes, el club de ambos y de otros tres maratonianos que se desplazaron a la cita, vencía por equipos tras acabar todos sus integrantes entre los 50 primeros. Una sorpresa mayúscula para orgullo de la localidad toledana, de apenas 2.000 habitantes.

Un piso de leyendas

Romera vivía en el casco histórico de Toledo en un piso compartido con el propio Montero y con Antonio Serrano, hoy entrenador de élite. El propietario de la vivienda era el legendario mediofondista José Luis González y los inquilinos la flor y nata del maratón patrio, a las órdenes de Martín Velasco. "Yo fui el primer español en bajar de 2h11", con su récord nacional en Londres en un día lluvioso de 1990, en el que firmó 2:10:48. "Y Antonio el primero en bajar de 2h10' años más tarde". En aquella casa "con un ambiente increíble, ser el mejor del piso equivalía a ser el mejor de España".

Eran otros tiempos. Romera se levantaba pronto para su primera sesión de entrenamiento antes de ir a trabajar ocho horas a la gestoría. Montero hacía lo propio antes de dar clases en el colegio. Al volver de sus obligaciones, tocaba entrenar de nuevo. Era la fuerza de voluntad de los héroes del asfalto de aquella España, cuyo espíritu lo ejemplifica Romera y su lucha contra los elementos: "En Róterdam me retiraron los jueces porque iba dando tumbos. En el Mundial de Tokio en 1991, igual, iba de un lado a otro; los jueces me metieron en la ambulancia y me dijeron 'de aquí no pasas'. Yo quería terminar. En Boston llegué tan deshidratado que me pusieron tres botes de suero, directo en vena, porque perdía el conocimiento. Esa la acabé por amor propio".

Sus problemas de deshidratación y su lesiones frecuentes en la espalda, como la que le dejó sin el sueño olímpico de Barcelona 92, se cebaron con un atleta mítico que sigue sonriendo en cada frase. Como aquel 6 de noviembre en Nueva York en el que se creyó una estrella de la gran pantalla. Y, de algún modo, lo fue: "Cuando regresé de la carrera, la gente me conocía y me saludaba. Fuimos impulsores sin quererlo del maratón en España y del boom que vino después".