OPINIÓN

Michael Johnson salvó hace 30 años al atletismo del dopaje y 90 minutos en Movistar Plus+ lo demuestran

Michael Johnson salvó hace 30 años al atletismo del dopaje y 90 minutos en Movistar Plus+ lo demuestran

El contexto: la era del dominio de Carl Lewis y el grupo de Santa Mónica está dando sus últimos coletazos. Ben Johnson es un apestado del atletismo tras su positivo en Seúl 1988 y sus posteriores coqueteos con las sustancias prohibidas en distintas reapariciones fallidas. El tiempo revelará que, de los ocho finalistas de la final de cien metros de esos Juegos Olímpicos, seis cruzaron la línea prohibida en algún momento de su carrera. Las únicas excepciones serán el estadounidense Calvin Smith y el brasileño Robson da Silva.

La sospecha está por todos lados. Incluso la muerte de Florence Griffith parece alimentar el mito del exceso farmacéutico. Los campeones cada vez están más musculados y los esteroides vuelan por los vestuarios. Las figuras espigadas, como el mítico Jesse Owens o el propio Carl Lewis están en desuso y lo que quedan son culturistas: Linford Christie, Donovan Bailey, Ato Boldon… Solo dos atletas se salen del estereotipo y apuestan por la elegancia: el sudafricano reconvertido en namibio Frankie Fredericks y el estadounidense Michael Johnson.

Ellos serán los encargados de limpiar la imagen de la velocidad y del atletismo en general, uno con más éxito que el otro. Aunque el documental "Michael Johnson: Superman", que emite Movistar Plus+, no trata específicamente del dopaje salvo en algunos momentos puntuales, la memoria del aficionado hace el resto. En las imágenes, Johnson representa, junto a Lewis, el prototipo de la estrella del atletismo en un tiempo en el que el atletismo tenía estrellas que brillaban en la cultura pop e incluso sacaban discos algo vergonzantes.

No es extraño, en consecuencia, que Johnson y Lewis se llevaran tan mal. En rigor, solo competían el uno contra el otro en los 200 metros libres, la gran especialidad de Carl, por delante incluso de los 100 metros… y para cuando esos duelos empezaron a repetirse, uno ya estaba en franca decadencia y al otro se le estaba poniendo cara de leyenda. Ahora bien, una cosa es ceder un récord o una medalla y otra cosa es ceder el amor del público. Lewis siempre vio en Johnson al ídolo que podía eclipsarle mediáticamente. Y lo acabó consiguiendo.

Donovan Bailey, un “mierda”

Eso no quiere decir que le fuera fácil. Repasando el documental, llama la atención lo arrogantes que eran los velocistas de la época. Carisma forjado a base de cochazos y compañías dudosas. Estrellas del rap frente a las estrellas del pop de la década anterior. Johnson no estaba en eso. Johnson solo tenía la pista en la mente hasta un punto obsesivo, que casi le bloqueaba y que impidió que la gloria le llegara en su momento justo: Barcelona 92, cuando una intoxicación alimentaria -así lo cuenta y habrá que creerle- le hizo llegar en pésima forma y quedó fuera en semifinales de los 200 metros lisos.

Hubo que esperar, pues, a Atlanta 96. Triunfar en unos Juegos Olímpicos siempre es bueno, pero hacerlo en Atlanta tiene el doble de ventajas porque están considerados casi unánimamente los peores de las últimas cuatro décadas. Hay pocos recuerdos de Atlanta que llevarse a la boca y por eso aquel doblete histórico en los 200 y los 400 metros lisos se sitúa en otra dimensión. Por eso y porque, vaya, nadie lo había hecho antes entre los hombres y es complicado que se vuelva a ver: la explosividad de la velocidad y la resistencia del esfuerzo continuado no suelen darse a la vez en una sola persona.

De aquel triunfo quedó una nueva rivalidad porque, no nos engañemos, Johnson no era un tipo simpático: se le cruzó Donovan Bailey en el camino y se lio una buena. Los dos pujaban por ser el hombre más rápido del mundo y se atribuían el mérito. Johnson dice que él no, que se vio en medio de una vorágine que no supo controlar, pero el millón de dólares por participar en una absurda carrera de 150 metros en Canadá se los llevó igualmente. Tampoco parecía especialmente incómodo. Cuando, casi treinta años más tarde, recuerda a su rival, le basta una palabra para definirlo: "un mierda".

El dopaje que no cesa

La carrera, además, acabó en lesión, algo que marcó el resto de su vida deportiva. Una molestia muscular tras otra impidieron al rey disfrutar de su reinado. La explosividad desapareció y quedó la habilidad innata para la curva del 400, esa estatua rígida que parecía no inclinarse y desafiaba a la inercia. Ahí llegaron sus últimos triunfos: el oro en Sevilla, con récord del mundo incluido, y el oro en Sydney, su última gran competición.

¿Y qué vino después de Johnson? No se lo van a creer, pero de nuevo el dopaje. De entrada, la velocidad giró de Estados Unidos a los países caribeños, con Jamaica a la cabeza, aunque todos ellos tuvieran entrenadores estadounidenses y trabajaran con distintas universidades. Llegaron los años del dominio brutal de Usain Bolt y sus récords imposibles, aunque a Bolt nunca le pillaron y la única medalla que perdió fue por un positivo de un compañero -Nesta Carter en los relevos 4x100 de Pekín 2008- igual que le pasó a Johnson con la investigación que acabó con la carrera de Antonio Pettigrew.

Bolt era divertido y Johnson era serio, hierático. Ambos, en cualquier caso, fueron la cara de un deporte que se desangraba en escándalos. Ahora, queda poco. Poco carisma, cada vez menos aficionados y una vuelta a las raíces europeas de la media y larga distancia con Jakob Ingebritsen. Los velocistas están bajo sospecha como es normal cuando seis de los ocho hombres más rápidos de la historia han dado positivo en algún momento. La última ola de positivos e investigaciones tampoco ayuda: el atletismo, rey de los deportes no hace tanto, sigue en su viaje por los infiernos confiando en que alguien lo rescate. Johnson dice que él puede hacerlo, pese a su reciente ictus. ¿Cómo? Lo siento, pero, en el documental al menos, no lo explica.