Solo alguien con el nivel de Alcaraz cree que una derrota contra Djokovic es una herida profunda
El jugador serbio volvió a ser una piedra en el zapato para un tenista que tiene respuestas para todos los demás contrincantes.

Cuarto set, 4-2 por debajo en el marcador. Djokovic tiene otra bola de break a su favor y Alcaraz, después de un punto con 33 golpes y una intensidad que genera casi una bruma en el ambiente, la salva casi de milagro. Tiene el partido casi perdido, es solo un poco más de vida, pero el español, después de recuperar el resuello perdido, se planta una sonrisa en la cara que ve todo el Rod Laver Arena.
Carlos Alcaraz sigue disfrutando de jugar al tenis a pesar de que la presión que cae sobre él es cada día más fuerte. Es algo casi familiar, hay en su entorno más cercano un tremendo amor por la raqueta que le ha llevado no solo a ser un coloso, sino también a mostrar respeto, admiración e incluso alegría cuando ver que eso que tanto le gusta está bien ejecutado. Incluso cuando le llegan mal dadas.
No es fácil que eso sobreviva toda su carrera. Cada día que pasa el tenis, para él, se parece más a un trabajo y menos a un hobby al que dedica la mayor parte de sus horas. Además, su nivel de juego ha hecho que suba tanto la exigencia que cualquier derrota se presente como un drama superlativo.
Alcaraz no logró su objetivo de ganar en Australia porque cayó contra Novak Djokovic, el mejor jugador que jamás ha empuñado una raqueta. Son los cuartos de final y le ha vencido un rival que fue mejor y que es tan enorme como puede llegar a ser un deportista, pero todos esos factores no quitan esa sensación de quedarse corto, de hambre insatisfecha.
Lo que cuenta eso de Alcaraz es que está en ese punto al que muy pocos deportistas acceden, ese en el que todo lo que está por debajo de la victoria absoluta se considera quizá no un fracaso pero sí una decepción. Perder con Djokovic entra en cualquier lógica deportiva, pero el vacío que puede sentir Alcaraz es indudablemente mayor que el que tendría cualquier otro tenista. Porque solo Sinner está en ese lugar.
Hay algo en esta dinámica, la de los tres, bastante curioso. Alcaraz hace sufrir a Sinner más que Djokovic y, sin embargo, sus derrotas más dolorosas se las ha infligido el serbio. Es como si fuesen los elementos del juego de piedra, papel o tijera. Y esto, que no deja de ser una detalle, en realidad tiene bastante sentido cuando se disecciona el tenis de cada uno.
"Sentí que estaba controlando el partido y le dejé volver. Ese es el mayor error que he cometido", explicaba Alcaraz en la sala de prensa de Melbourne. La frase puede ser una más, de esas que se dicen cuando se quieren poner palabras a una derrota, pero en realidad explica bastante de la dinámica de juego de ambos.
Djokovic es un jugador de una fortaleza mental inexpugnable, muy capaz de entrar en un partido en el que va a remolque en cuanto ve la mínima oportunidad. Eso significa que probablemente no hay nadie en el circuito con la capacidad del serbio para aprovechar esos momentos en los que el juego de Alcaraz pierde brío, más por desorganización o desconcentración que por una caída real de su nivel. Si comete un fallo, ahí estará para aprovecharlo.
También desde el tenis se explican las dinámicas con Sinner. El jugador italiano no parece italiano, en el sentido que es un tenista extremadamente ordenado, incluso ligeramente robótico si se quiere, apegado siempre a su plan de partido, que suele ser siempre el mismo porque también es inexpugnable. Ahí Djokovic no puede subirse, así que si empieza por detrás no tiene más que tratar de resistir y ver si hay alguna extraña caída por parte de su rival.
Con Alcaraz todo eso es diferente, porque de los tres es el más creativo y eso obliga a jugar a Sinner un poco más inseguro con la incertidumbre que supone para un jugador así no poder casi nunca prever qué tipo de golpe le va a llegar desde el otro lado de la red. Cuando eres una máquina pero de repente te cantan por bulerías.
Todo esto es válido siempre estableciendo de inicio que los tres estén al tope físicamente. El motivo por el que Djokovic y Alcaraz se han visto en cuartos y no en semifinales o la final es que el serbio está remolón y ya no juega cada semana como si el mundo fuese a acabarse, sino que decide las batallas que quiere pelear y se prepara exclusivamente para ellas. Si alguien se lo puede permitir es él, claro.
Con Sinner en eso no hay dudas, porque se le ha visto años como el pasado en el que se pasa de enero a diciembre ejerciendo como un martillo neumático: pum, pum, pum. Alcaraz todavía tiene que demostrarlo, aunque evidentemente el resultado de este Open de Australia no quiere decir nada en ese campo, es perfectamente posible —cómo no va a serlo— jugar muy bien y estar muy fuerte pero a pesar de todo perder contra Djokovic.
Es mucho más fácil construir las cosas desde el buen humor. Cuando terminó el partido y ya no había más que volver a casa, Alcaraz se acercó a la red de nuevo con una sonrisa. Iba a felicitar a Djokovic y no solo porque el protocolo lo dicte así, sino porque él realmente valora lo que ve y lo que vive. Ya llegarán otros días para resarcirse.