ROGER FEDERER

La metamorfosis de un tenista que pasó de romper raquetas a ser sencillamente perfecto

El tenista suizo tuvo una juventud rebelde: no le gustaba entrenar, tuvo broncas con su padre por no saber asimilar las derrotas y rompía raquetas. Con el tiempo fue moldeando el carácter y también transformó su estilo gracias a los consejos de Anna Wintour, editora jefa de Vogue.

Roger Federer tras ganar en 1998 la Orange Bowl, uno de los torneos juniors más prestigiosos del planeta/GETTY
Roger Federer tras ganar en 1998 la Orange Bowl, uno de los torneos juniors más prestigiosos del planeta GETTY
Nacho Encabo

Nacho Encabo

Escribía Foster Wallace que ver jugar a Roger Federer al tenis era una experiencia religiosa. Hablaba de la belleza del juego del suizo, de su estilo y su capacidad para que el golpe más difícil pareciera casi el más fácil. Federer juega como los ángeles, tiene un aura de perfección trasciende el tenis y es la elegancia personificada. Pero no siempre fue así.

De joven era rebelde, perezoso, rompía raquetas y bebía más de la cuenta. "El que trabajó su cabeza merece el Premio Nobel", llegó a decir el argentino Guillermo Coria, que coincidió en sus inicios con Federer.

Todos tenemos un pasado oscuro y el mayor artista de la raqueta, también. Porque el Federer que empezó a competir era radicalmente diferente a lo que es hoy. Detrás hay disciplina, psicólogos, los consejos de la editora de Vogue y mucha paciencia...

Hijo de un suizo y una sudafricana, Federer nació el 8 de agosto de 1981 en Basilea y desde bien pequeño quedó claro que lo suyo era el deporte. Dudó entre el fútbol y el tenis, pero se decantó por la raqueta. Bendita decisión. Los primeros problemas para el pequeño Roger llegaron rápido. Era tan bueno y se sentía tan superior al resto que no era capaz de asimilar las derrotas.

"Yo era un perdedor horrible", recordaba en el libro 'Master', una biografía publicada por el periodista de 'The New York Times' Christopher Clarey. "Yo sabía de lo que era capaz y cometer errores me volvía loco. Había dos voces en mi interior, el ángel y el demonio, supongo, y uno no podía creer lo estúpido que era el otro. '¿Cómo has podido fallar eso?', decía uno. Y entonces yo estallaba".

UN PSICÓLOGO Y UN 'CLICK'

Consciente del potencial, la familia decidió que Federer dejara los estudios con 16 años para centrarse en el tenis. El joven Roger lo celebró doblemente porque no le gustaba nada ir al colegio: era poco de madrugar y mucho de PlayStation. Tampoco le gustaba especialmente entrenar. "Era perezoso", diría años después uno de sus primeros entrenadores, Peter Lundgren. Su antiguo fisio Paul Dorochenko recuerda que a veces tenía que irle a buscar para entrenar. "Era un tormento y su piso estaba hecho un desastre".

Federer y Lundgren, con la copa de Wimbledon GETTY
Federer y Lundgren, con la copa de Wimbledon GETTY

Los Federer contrataron a un psicólogo en 1997 para poder reconducir su carrera. Algo mejoró, pero el suizo siguió rompiendo raquetas y enfadándose en cada derrota. Incluso ya dentro del circuito ATP. Pero en 2001, cuando todavía estaba fuera del 'top ten', algo hizo 'click': tras reventar una raqueta en la 1ª ronda de Hamburgo, dijo basta.

"Fue un momento decisivo en mi carrera. Era incómodo verme de aquella manera en televisión. Da muy mala imagen . Me dije: 'Esto es de idiotas. Compórtate un poco'", recuerda el propio tenista en 'Master'.

Un año después, en agosto de 2002, llegaría otro cambio. En Nueva York, durante el US Open, le saludó una mujer desconocida. Fina y delicada, era Anna Wintour, editora jefa de la revista Vogue. Fue el inicio de una gran amistad que cambiaría radicalmente el estilo de Federer.

Federer, junto a Anna Wintour GETTY
Federer, junto a Anna Wintour GETTY

Desde aquel día, los oídos de Federer escucharon siempre los consejos de Wintour. Y el suizo pasó de ser un jugador desgarbado y de dudoso estilo a ser la personificación de la elegancia. No tardaron en acercársele marcas como Rolex, Möet o Mercedes.

Un año después de conocer a Wintour, Federer conquistaría en Wimbledon su primer Grand Slam. Y pasados unos meses, en febrero de 2004, ascendió al número uno del mundo. Lo que vino después es de sobra conocido. Nada que ver con aquel joven rebelde. "Estaba loco. Escuchaba música heavy a todo volumen. Llevaba el pelo teñido de rubio. Era todo un personaje", recordaba Coria en 2019 en una radio argentina. "El que trabajó la cabeza de Federer merece el Premio Nobel".