Jaume Munar cuenta cómo escapó de sus demonios: "He sido muy destructivo, me he autocastigado muchísimo"
El tenista mallorquín, al que le colgaron el cartel del "nuevo Nadal" siendo un niño, habla en Relevo sobre los problemas de ansiedad que se sufren en el tenis.
Cuando Jaume Munar (Santanyí, 1997) empezó a soñar con ser tenista profesional, su ídolo y el de casi todos los niños era su vecino, Rafael Nadal, que después le apadrinó en su academia. Bajo su paraguas creció y se moldeó: alcanzó el top 100 y se codeó con los mejores jugadores del mundo.
Después llegaron derrotas, reveses, decepciones y lesiones. ¿La última? En el lábrum de la cadera derecha, igual que Nadal, un contratiempo que le llevó al límite anímicamente y que le obligó a someterse en febrero a un tratamiento de células madre. "Vengo de uno de los momentos más difíciles de mi carrera", dice nada más sentarse junto a Relevo en la piscina del Real Club de Tenis de Barcelona durante el último Godó.
"Estaba muy mal de la cadera y a principios de año lo pasé bastante mal. No me veía bien físicamente, no me notaba con buenas sensaciones y todo lleva un tiempo de aceptación y adaptación", añade el número 80 del ranking mundial. Ya recuperado, el mallorquín habla en Relevo de sus miedos, de la presión, del trabajo con psicólogos y de las voces que le rebotan en la cabeza después de los partidos: "Al final son demonio y angelito, se trata de ir sobrellevándolos y consiguiendo un equilibrio".
El tenis como deporte es cruel porque la convivencia con la derrota es constante. Tú además has tenido varias lesiones y has pasado por altibajos emocionales. ¿Cómo se asimila todo eso internamente?
Es un tema delicado. Cada uno lo hace de una manera diferente y la gestión emocional tanto de los buenos momentos como de los malos depende mucho del carácter de uno mismo. En mi caso, yo he intentado buscar soluciones en muchos aspectos, he intentado sobre todo mantener un núcleo duro, unido, durante todo este tiempo y creo que lo conseguido. Mi familia siempre ha sido mi apoyo número uno y a nivel de amistades también sigo con mi grupo de amistades desde hace muchísimos años. A nivel profesional he trabajado con varios psicólogos y actualmente estoy trabajando con una chica que me ayuda en todos estos aspectos. Pero más que la gestión deportiva, que es mi día a día, me ayuda también la gestión personal. Nosotros sobrecargamos muchísimo nuestra agenda a nivel de torneos, estamos poco tiempo en casa, tenemos estrés y es muy fácil que aparezcan momentos de ansiedad, de dudas. Es muy duro también ver que tu nombre siempre va ligado a un número por el ranking. Creo que desde hace años lo estoy llevando de la mejor manera posible. Como tú bien dices, he tenido momentos bajos durante mi carrera, pero ninguno se compara al hecho de no poder competir o no poder hacer lo que te gusta como me ha pasado con la cadera. Victorias y derrotas siempre hay, pero si hay algo que te imposibilita competir a nivel profesional es muy duro de digerir.
España ha tenido cuatro números uno en el tenis masculino y dos son mallorquines, Rafael Nadal y Carlos Moyà. ¿Nacer en Mallorca conlleva un peso extra para un tenista?
En mi caso, ninguno. Desde la humildad, siempre he dicho que soy mucho peor que ellos. Y a día de hoy lo he demostrado. Yo hago mi camino, intento hacer mi propio proyecto y creo que en ese camino estoy. Cada vez soy mejor jugador independientemente de todo lo que vaya pasando, pues las experiencias siempre suman. Más que como un peso, los he tenido como una referencia. Por suerte he tenido una relación estrecha con ambos y sigo teniéndola. Y lo utilizo más con una enseñanza que como un tema de peso personal o de presión. Sí que es verdad que a lo mejor con 17 o 18 años tu perspectiva es diferente y lo encaras un poco más de esa manera, pero a día de hoy lo tomo como algo más educativo que como un peso sobre los hombros.
El hecho de cambiar objetivos según avanza tu carrera y de tener ya 26 años, ¿te hace ver todo de manera diferente? ¿Valoras las cosas de otra manera?
Sí, sin ninguna duda. Creo que sobre todo en los últimos dos o tres años post pandemia también he cambiado muchísimo mi perspectiva de ver las cosas. Hace unos años murió mi tío, que era una persona muy cercana, y creo que ahí también fue otro momento donde maduré a marchas forzadas y entendí las cosas de otra manera. Y seguramente en otras fases también he ido cambiando muchísimas cosas, pero es un proceso natural. Lo único que hacemos nosotros como deportistas es acelerar un poquito ese proceso porque nuestro deporte nos lo pide, pero la realidad es que es un proceso que todo el mundo va pasando a lo largo de los años. Valoras un poquito más las cosas, valoras más los momentos buenos, le das menos importancia a los momentos malos y todo eso es un poquito el camino de la vida que no deja de ser lo mismo que jugar al tenis.
En la pista muestras mucha emoción siempre. ¿Eres un tenista que llora en los vestuarios?
Soy una persona que en cierta manera enseña sus emociones. En momentos buenos son muy eufórico y en momentos malos, a veces, no a día de hoy, pero sí años atrás, he sido muy destructivo conmigo mismo y me he autocastigado muchísimo. Pero no soy de llorar. Si hay que llorar, lloro, porque así lo siento, pero la verdad no creo que sea una persona que se fija mucho o intente esconder muchas emociones porque la realidad de quien soy es la que es y en pista soy igual. Soy muy emotivo en lo positivo y a veces también muestro demasiado mis emociones en lo negativo. Uno aprende a convivir con cómo es.
¿A qué te refieres con el autocastigo?
Uno siempre está en esa dicotomía de darle mucho peso a lo malo y poco peso a lo bueno. Durante muchos años he estado en esa posición y recordándome mucho dónde podría haberlo hecho mejor y no dando tanto crédito o valor a lo que he hecho bien. Son demonio y angelito, ir un poquito sobrellevándolos y consiguiendo un equilibrio y eso es lo que estoy tratando. Pero sí que es verdad que durante mucho tiempo he estado demasiado anclado en la parte negativa cuando en realidad mi ranking, mi vida, mi éxito, por así decirlo, ha sido muchísimo mayor al que podía aspirar un niño de Santanyí.
Me imagino que con 18 o 19 años, la cabeza y el corazón te piden soñar.
Sí, sin ninguna duda. El sueño, las ganas de ser mejor, el intentar prosperar como tenista y conseguir grandes cosas siguen ahí. Yo creo, de hecho, que cada vez con la madurez que vaya adquiriendo voy a estar más preparado para ello y la realidad es que el sueño sigue estando ahí, pero lo veo a lo mejor desde un punto de vista no tan emocional como lo veía con 18 o 19 años.