La medalla de Carlos Alcaraz llega por aplastamiento
El tenista español se mete en la final y asegura mínimo la plata tras arrasar a Felix Auger-Aliassime por un doble 6-1.
Campeón de Roland Garros, del US Open, dos veces de Wimbledon y, ahora también, medallista olímpico. Es inevitable incluir en esa frase la coletilla "con solo 21 años", primero porque es verdad y después porque eleva el listado a una dimensión diferente. Carlos Alcaraz tiene un historial que cualquier jugador firmaría con sangre si se lo ponen delante a los 14 o 15 años. Y lo más inaudito es que, en realidad, no ha dado más que los primeros pasos de su carrera.
Felix Auger-Aliassime es, a sus 23 años, un jugador prometedor. A esa edad todavía tienes tiempo de pensar que te quedan grandes cosas por delante, que algún día, por qué no, podrás ganar alguna medalla o algún trofeo. Tiene talento, ha ido ganando cosas importantes cuando era pequeño, pero cuando levanta la mirada se encuentra al otro lado de la red a una versión más pulida, más rotunda, más ganadora y más joven que él. Alcaraz sería el villano perfecto si no fuese tan simpático como es, que todo el mundo está un poco rendido también a eso.
El partido no tuvo mucha historia, 6-1, 6-1. Es decir, Alcaraz pasó por unas semifinales de unos Juegos Olímpicos sin doblarse ni romperse. Desde los primeros golpes del partido dejó claro que estaba centrado y descansado, en plena forma para poner la directa y tratar a su rival como si fuese un sparring, una pequeña piedra en el camino que no le iba a sacar, ni mucho menos, de su deseo de medalla.
Visto lo que ha pasado en los últimos tres meses en el tenis mundial sería absurdo no soñar con el oro. No puede haber otro favorito para conseguirlo porque ahora mismo es, sin ninguna duda, el mejor tenista en activo. Hace unas semanas se mascullaba que quizá Sinner. También se ha pensado en Djokovic, porque su condición de historia del tenis siempre le marcará como un referente. Pero luego llegan los partidos y las sensaciones, se van sucediendo los golpes, los juegos y los sets y no hay que mirar a la pantalla para tenerlo claro: Carlos Alcaraz es el mejor.
No, no es el número 1 del mundo, no es siempre el más regular, no siempre ha sido capaz de mostrar el juego que tiene en su interior, pero es el mejor. Cada día, además, es más estable, más determinado hacia la victoria. El deporte de élite es un mundo complicado, todo se puede romper de un momento a otro, nadie puede asegurar que mañana seguirán vigentes las certezas de hoy. Pero hoy, este 2 de agosto de 2024, mientras los deportistas ríen y lloran en París, nadie juega al tenis como Carlos Alcaraz.
Por definirlo un poco, Alcaraz tiene un despliegue de golpes que es simplemente inasumible para los demás. La velocidad de boda es desemesurada y, lo que es más difícil, es capaz de acompañar todo eso con las piernas más rápidas del circuito. No se le encuentran agujeros ni en la derecha, ni en el revés, ni en el servicio. Es creativo, capaz de jugar puntos largos y también enfrentarse a un intercambio a mamporros. No es una mezcla de fuerza bruta y finura sino una suma de ambas, tiene lo mejor de todos los mundos. Es abrumador.
En la pista central de Roland Garros, donde esta primavera se llevó su primer título, está pasando un ciclón. Hay teorías que dicen que es muy complicado pasar de la tierra a la hierba y de la hierba a la tierra, que por el camino hay que reprogramar el juego y acomodar los músculos y las articulaciones para desempeñarse en unos y otros lados. Esas teorías parecen aplicables al resto de jugadores, a otros seres humanos que son esforzados deportistas, incluso notables tenistas, pero que no son Carlos Alcaraz.
6-1 y 6-1 en una semifinal de un torneo en el que entraron los mejores. Todos han ido sufriendo, penando, luchando... todos menos Carlos Alcaraz, que no parece haber acudido a París como el resto de deportistas. Él maneja una calma personal distinta, tiene una capacidad anormal para no sufrir ni hacer sufrir a los suyos.
Será oro o será plata, es ya medallista olímpico. Puede perder la final, claro, siempre es una opción, pero si eso pasa habrá que ver cómo se explica. Jugando así lo normal es soñar con las estrellas.