OPINIÓN

Sin pedir permiso

Messi, con la mirada perdida, después de la derrota de Argentina contra Arabia. /Getty
Messi, con la mirada perdida, después de la derrota de Argentina contra Arabia. Getty

Llevo unos días prometiéndome a mí mismo no ilusionarme, fingiendo ante los que me rodean que a mí el Mundial no me importa, que ya ves tú, que donde esté la Champions que se quiten las selecciones, que catarí que te vi. Lo hago porque perder una ilusión, duele. Y como después de salir del útero yo caí en una marmita de pesimismo, siempre pienso que si algo puede salir mal, saldrá mal. Me pesan más las lágrimas que derramé junto a Luis Enrique en Estados Unidos o, ya más talludito, en 2006 tras caer contra aquella Francia viejoven que el champán de los cuatro maravillosos años. Finjo como medida preventiva.

La lesión de Benzema el sábado, un día antes del inicio del Mundial, y sus imágenes saliendo del hospital con nocturnidad y pesadumbre, reforzaron mi falsedad ante el mundo. Hice bien en apostar por la indiferencia, intenté persuadirme. De lo contrario, estaría tan desgarrado como el muslo del francés. Fingimos. Mucho. Nos pasamos el día aparentando y barnizando nuestra imagen para ocultar nuestras debilidades. Pero siempre sucede algo que derrumba nuestras barreras. Se le suele llamar sorpresa, algo a lo que cada persona debería tener derecho y que despierta en uno ese nervio que entra en el cuerpo sin pedir permiso.

Con su gol, Al Dawsari dio un triunfo histórico a Arabia y dejó a Messi con una mirada tan perdida como la tiene ahora toda Argentina. Al acabar el partido, los ojos del '10' se clavaron en el suelo mientras le rodeaba la felicidad saudí. La vida remite a su contrario y la imagen que ilustra esta publicación es el último cuadro. También ofrece lecciones, como que la ilusión es el motor de cualquier empresa. La Arabia entrenada por Hervé Renard, a quien veo cada cuatro años como a esa pariente que nunca cambia, impartió una conferencia de entusiasmo. Sí, ya estoy enganchado al Mundial, no me da miedo decirlo. El ánimo se encuentra en lugares inesperados.