Cervantes estará orgulloso
La selección de fútbol de escritores debuta en Fráncfurt en su Feria del Libro como acto estrella del programa "Fútbol para la esperanza".
"El fútbol es lo más importante de las cosas que menos importan". La frase se le atribuye unas veces a Galeano y otras a Sacchi. En este caso carece de importancia la autoría. Lo realmente relevante es que es verdad. En Alemania se ha comprobado. Por muchas cosas que ya hayan hecho en la vida, o por muchas más que vayan a realizar en el futuro, a ninguno de los 23 convocados este fin de semana en Fráncfurt se les olvidará que por primera vez defendieron sobre el verde los colores de la selección española de fútbol de escritores. Fue un partido amistoso sin más, dirán. Pero también lo fue aquel en el que Capello descubrió a Messi en un Gamper y, desde entonces, nadie ha olvidado ese día histórico que a priori no tenía fundamento. Este sábado sucedió algo similar. Marcarle a Alemania como hizo Córcoles equivale a derribar un muro.
Los tres días disfrutados por 'La Cervantina', como así bautizaron a esta peculiar selección nacional, tampoco se recordarán como un encuentro de amigos más. Fue una convivencia entorno a un partido de fútbol, con la excusa de la mejor Feria del Libro de Europa de fondo y como aperitivo del España-Alemania que se vivirá en la fase de grupos del Mundial de Catar que arranca en menos de un mes. Un bolo entre autores disfrazados de teloneros, con mayoritaria vocación periodística, que completaron una concentración irrepetible en la que el resultado final (3-1) fue realmente anecdótico. Hay detalles con más peso. Todos los fines de semana no se juega con su cónsul en la ciudad de acogida en la delantera, no se asiste a la charla previa, al más puro estilo Aragonés, con Luis García Montero a los mandos, ni es habitual que la aficionada más entregada en la grada responda al nombre de Rosa Montero.
A muchos, la primera internacionalidad frente a Alemania les llegó con la cuarentena ya vencida y la talla XL bien abrochada. Ahora entendemos que sintió Donato. Álex Grijelmo, el guardián de nuestra lengua, la disfrutó con 66 años a sus espaldas y en plena jubilación. Él es el mejor ejemplo de que la pasión no entiende de edades. Sólo el fútbol es capaz de agitar así las emociones y lograr que un buen puñado de intelectuales, desechando propuestas tentadoras para quemar la noche y castigar las piernas, sea capaz de abstraerse y sentarse en el hall de un hotel para preparar de madrugada la alineación del día siguiente. O, peor, de seguir analizando la presión alta y las ocasiones marradas mientras se espera al vuelo de vuelta.
En la expedición había premios Anagrama, estrellas rutilantes de Seix Barral, el autor de 'Fariña' o 'En el corredor de la muerte', ese niño tal especial y cariñoso de 'Libro de Familia', el director de Cinemanía y su sombra 'Pach' en 'Saber y Empatar', columnistas de moda, podcasters afamados, novelistas de viajes, mujeres y centrales con poemarios que ya son referencia y hasta dirigentes que escribieron los renglones torcidos de los añorados 'Pactos de Viana'... El encuentro debería haberse centrado en Javier Marías, por ejemplo, y lo cierto es que lo protagonizó el 4-1-4-1 elegido en la pizarra, tener a Enrique Ballester entre algodones y Tom Collins y el tráfico masivo de ibuprofeno. El fútbol y la responsabilidad de enfundarte la roja da poderes.
Un proyecto de tronío
Desde el primer momento que surgió este proyecto dentro del programa 'Fútbol para la esperanza', catapulado por el presidente Miguel Aguilar (Penguin Random House) y con la Casa Árabe dirigida por Irene Lozano de mecenas, la ilusión era desbordante. Tuvieron su miga la confección de la convocatoria, no exenta de polémicas como la de Iago Aspas, el nombramiento del seleccionador, del líder y del capitán (que no no fue otro que la santísima trinidad de corto que es Carlos Marañón, que para eso tiene tres pulmones) y, cómo no, la primera alineación. Los achaques pesaron demasiado. Sorprendentemente, y sin que sirva de precedente, LaLiga y la RFEF estuvieron juntos de inicio para empujar a su manera con el objetivo de que la Marca España no desfalleciera. Uno organizó un entrenamiento previo con profesionales y el segundo vistió a la Selección con las mismas comodidades que a Pedri y Carvajal.
En el entrenamiento del día anterior a la gran cita, ya vestidos de luces en las impresionantes instalaciones de la federación alemana, comenzó a interiozarse a duras penas que alguno de los pilares del equipo nacional llegaba justo por las lesiones. La táctica, pues, se centró más en comprar musleras y embadurnar los músculos de Voltarem que en cómo dañar al adversario; más alto, más fuerte y más unido tras años de rodaje en este tipo de amistosos en los que anualmente repiten su infalible estrategia: machacar a su país invitado con una sesión de interminables actos previos para minar subliminalmente su físico y luego, ya exhaustos, tumbarlos en el campo.
Un Barça-Madrid en toda regla
El partido fue mucho más ajustado que lo que anunciaba el comienzo, de lo que presagiaban los agoreros y del volumen desigual con el que se interpretaron los himnos oficiales. Un par de errores de concentración, un homenaje a Cardeñosa y dos zarpazos de los herederos de Stielike y Müller nada más arrancar pusieron las cosas cuesta arriba para España. Sin embargo, la furia empezó a sentar mejor que el tiqui-taca, gracias a que Lolo mantuvo firme la línea y a que el poeta Pablo García Casado comenzó a soltar varios de sus 'alejandrinos'. Así, justo antes del descanso, una conexión manchega, como merecido tributo a El Quijote, valió para recortar distancias, elevar la moral de la tropa e intentar una remontada con la misma cantidad de ocasiones en el segundo tiempo que bajas se fueron acumulando por los calambres. Al final, Alemania se llevó el gato al agua. Pero es curioso, lo hizo sin llegar a permitirse esbozar una sonrisa al acabar, mientras los españoles se abrazaban orgullosos en el círculo central. "Siempre quedará la vuelta en Madrid". Allí, en un perfecto italiano de baviera se escuchó aquello de "en el Bernabéu, noventa minuti son molto longo". Habrá segunda parte y ojito como alguno de los seleccionados españoles comiencen a hacer deporte por primera vez en sus trayectorias...
Alemania admira a España. Y no sólo porque, a diferencia de ellos, esta Roja fuera mixta. No es casualidad que varios de los jugadores de su selección de escritores, dirigidos por el veterano y prestigioso preparador Frank Willmann, hayan puestos nuestro país como foco en varias de sus obras. Hannes Köhler, el portero, ha publicado recientemente una obra sobre el anarquismo en Barcelona tras la muerte de Franco. Y Norbert Kron nos explicó por qué decidió centrar el suyo sobre ETA. "España es un país fantástico; nos encanta su vida y aquí es muy común aprender el idioma", resumen. También nos temen, aunque lo digan en voz baja. Hay mil ejemplos. Ya lo demostraron en los encuentros culturales que rodearon al partido. Siempre dejaron la posesión para Nacho Carretero, Galder Reguera, Marta San Miguel, Javier Aznar o Álex Prada. Mientras España centró su discurso en la importancia del sentimiento de pertenencia y en el aficionado, Alemania mostró su preocupación por la frialdad de la Superliga. La diferencia cultural es la que es y no hizo más que acentuarse. Unos citaron orgullosos a Manolo el de El Bombo y otros, temerosos, a Florentino Pérez.
La revancha
Por eso, en la cena posterior al encuentro, uno de esos convites de hermanamiento o tercer tiempo a base de carne en salsa y de cerveza que cura todos los bocadillos, los organizadores elevaron la hospitalidad que no anunciaron en el campo. Más que nada para apelar a que la Selección española no se enfadara demasiado. "Que tomen lo que quieran y que prueben el tiramisú", repetía el maestro de llaves de la mejor taberna de barrio. La razón estaba acompañada por una sincera petición: "Sentimos haber ganado. Decidle a Luis Enrique que firmamos un empate en Catar".
Esta buena gente no sabe lo que ha hecho. Ni lo que pone a un español saciar una revancha. Ni, sobre todo, que existen tantas posibilidades de que Luis Enrique le haga caso a un plumilla, como los allí presentes, como que 'La Cervantina' sea cosa de un solo día. Volverán. Volveremos. O por ser más fieles al grito de guerra que siempre acompañó a este inolvidable debut en Alemania: "Voltarem".