Manejar las rotaciones es clave en un fútbol que disfruta Baena y sufre Koke

Escrito está. Muy del Atlético. De sus genes, de su historia. Mal de altura. Desde que se alzara con el liderato de la Liga hace dos jornadas no ha ganado ninguno de los dos partidos que le hubieran permitido mantenerlo. Derrota fuera en Leganés y empate doméstico ante el Villarreal. Bien es verdad que estuvo cerca ganar los dos por dominio y ocasiones. En Butarque pudo sentenciar en el primer tiempo y en el Metropolitano remontar en el segundo, pero la realidad es que no lo hizo y después de su gran remontada y las 15 victorias consecutivas vuelve a verse como perseguidor y no como perseguido. Que, tampoco me extrañaría que a Simeone le pareciera una situación más adecuada para el estilo de juego de su equipo.
Las rotaciones, la gestión de minutos, la regulación de esfuerzos, lo queramos llamar como lo llamemos, ha llegado al fútbol moderno de la mitad de la segunda década del siglo XXI para quedarse a vivir para siempre. No hay otra solución con este calendario. Para unos, los que juegan competiciones europeas, más que para otros, pero, en definitiva, para todos. El secreto de la nueva salsa es saber combinarla con los alimentos. Ahí es donde también podremos medir, a partir de ahora, a los entrenadores. Quiénes saben mezclar las cualidades de los jugadores y los que tienen más problemas.
No se puede vivir del excel simple y sencillo. De los minutos jugados duros y puros. Es obligatorio manejar otros tratamientos y otros razonamientos. Contra el Villarreal, dio la sensación de que en la primera parte Simeone no combinó bien sus piezas, sobre el todo en el centro del campo. Que realizara tres cambios del golpe en el descanso y hasta que cambiara de dibujo táctico para pasar del 1-4-4-2 al 1-5-3-2 podría significar que el propio técnico asumiera su error. O no. Porque se trata del Cholo, un convencido de todo lo que hace.
El caso es que se vio en ese primer plan de juego un Atlético plano, lento, horizontal, sin profundidad. Parecía llevar el mando de la situación, pero se jugaba a lo que quería un Villarreal muy bien plantado desde una organización táctica casi perfecta. Se podría escribir de roles repetidos. Koke, Barrios y Gallagher no son trillizos, pero tienen un par de condiciones muy parecidas: juego en corto y al pie. Con los laterales muy cortos en sus embestidas ofensivas, Molina y Reinildo, solo Giuliano podía aportar velocidad y profundidad. Fue un equipo chato.
Aunque en el 'atleticismo', por todo lo que ha representado en la última década, pueda molestar la simple insinuación de que, hoy por hoy, la presencia de Koke en el once resta energía, intensidad y perpendicularidad al juego del equipo. Y que sea lógico que al interesado le pueda sentar como un puñetazo en el estómago que se pueda pensar así, la realidad es que el capitán llevaba dos meses sin ser titular en la Liga y su presencia amanera de alguna forma el desarrollo del fútbol. Lo que durante muchas temporadas fue una virtud, su control del ritmo del juego colectivo, que sus compañeros se movieran todos al compás de su figura, está comenzando a ser un problema. Este De Paul y este Barrios, que juegan por dentro, tienen otra velocidad de balón y ahí es donde regresamos a cómo los entrenadores tienen que saber compaginar los sabores. El Cholo lo hizo con la entrada de Llorente por el propio Koke y el segundo cambio de dibujo. Vuelta al 1-4-4-2.
En el Villarreal de la mano del sabio Marcelino, el mejor mezclador se llama Baena. Mueve al equipo desde la banda izquierda. A lo Zidane en el Real Madrid en la época de Del Bosque. No necesita estar en el eje del juego para pensar y mandar. Su dominio de los espacios le permite saber cuando tiene que salir y entrar, frenar o acelerar. Desde fuera domina más el horizonte y tiene más zona de influencia para ejercer su original manera de entender los posicionamientos y los espacios. Jugador grande a quien solo le faltan controlar sus emociones, como se ha podido comprobar últimamente.