REAL OVIEDO

Reconstrucción de las 48 horas más angustiosas de la vida de Juanfran

El futbolista desatendió los síntomas con tal de poder jugar. Ahora aguarda pruebas desde Sevilla.

Juanfran, en un partido con el Oviedo./REAL OVIEDO
Juanfran, en un partido con el Oviedo. REAL OVIEDO
Hugo Cerezo

Hugo Cerezo

Sábado 25 de marzo. Amanece en Oviedo. Juanfran madruga porque pronto tiene que subirse al autocar del equipo. Se levanta, va al baño y empieza a orinar coágulos de sangre.

No se asusta, pero saca una foto. Por si la necesita más adelante, porque nunca antes le había ocurrido. En su cabeza recuerda rápido que hace un par de años tuvo unas pequeñas piedrecitas que eliminó orinando. Aplica la misma receta. Bebe mucho líquido. Se incorpora a la expedición y llega al aeropuerto.

Pasa el control, va al baño y no puede orinar. Se sube al avión. El Real Oviedo viaja a Sevilla, donde se entrenará a mediodía antes de poner rumbo a Granada. Los carbayones juegan el domingo en Granada. En el vuelo, aparecen los primeros nervios. La vejiga empieza a hincharse, porque sigue siendo incapaz de miccionar. Incluso empieza a marearse. El doctor le da un medicamento. Y mejora. Se va reponiendo. El Oviedo se dirige a la ciudad deportiva del Sevilla para el entrenamiento. Se ejercita con normalidad. Incluso con buenas sensaciones.

Tiene apetito y come con gusto. Arroz y carne, sin problemas. Después del almuerzo, el equipo se sube al autocar y viaja de Sevilla a Granada. Ya en carretera, vuelve el malestar. Y a la media hora de trayecto empiezan los vómitos. Se suceden sin pausa. Devuelve toda la comida. Y reaparecen los coágulos de sangre al orinar.

Acto seguido, se duerme. Se despierta al llegar y nada más entrar al hotel continúan los vómitos. Al estar medicándose, no se intranquiliza. Ya se irá sintiendo mejor, piensa. Se acuesta. Baja a la cena. Y lo que ingiere no dura ni unos minutos en su estómago. Se acuesta y trata de dormirse. Lo consigue, sin sobresaltos. Hasta por la mañana. Se levanta sin molestias, baja al desayuno, algo débil, pero aparentemente recuperado.

Prueba bocado. Y en lo que tarda en subir a la habitación, otra vez a vomitar. La sensación, 24 horas después de los primeros síntomas, ya es, definitivamente, de que algo va mal. Llama al doctor y le dice que hay que ir a urgencias. Llega hecho un cuadro. La reacción es rápida por parte del Hospital Universitario San Cecilio.

Se hace una analítica y rápidamente les avisan. Insuficiencia renal grave. Una piedra obstruyendo el riñón. Quizá hay que operar porque los resultados son preocupantes. Radiografía, ecografía, Tac, Tac de contraste. Dos veces. Hay que repetirlo porque no se veía bien. A un escaso kilómetro, se juega el Granada-Oviedo. Empieza el tratamiento contra la insuficiencia. Los azules pierden con un gol en el 89'. Juanfran no lo puede seguir. Se entera después. Ojalá todos sus problemas fueran ese.

Se repite la análitica por la noche. Sigue perdiendo sangre. Los niveles ya son preocupantes. Y queda ingresado. Se pasa toda la noche orinando coágulos de sangre. Amanece y se repite la análitica. Y la cosa, 48 horas después, por fin empieza a mejorar. Es lunes por la mañana. El Oviedo regresa al Principado, pero Juanfran se queda en el Hospital. Juanfran publica un comunicado informando del problema que había sufrido.

No recibe al alta hasta el martes. Pero no puede volver a Oviedo. Se queda en Sevilla, en la casa de un familiar. Hay que descansar, hacer más pruebas, para tratar de determinar la causa del fallo renal. Que se hayan eliminado los coágulos. Que el riñón esté funcionando normalmente.

Todavía tiene mensajes por contestar. Se ha sentido excepcionalmente querido y cuidado. No hay fotos en el hospital. Está pálido, recuperando el tono día a día. Queriendo olvidar pero también recordar. Sobre todo la lección de no ser tan imprudente, de que no todo vale por querer jugar un partido. Por mucho que ahora lo que más quiera es precisamente eso, volver a jugar.

El susto de su vida. Y el golpe de realidad cuando se reencuentra con Carla y Daniela, sus hijas. Ese momento en el que de verdad es consciente de todo lo que se puede perder. Ahí las lágrimas, que no afloraron por el mayor dolor físico de su vida, son incontrolables.