OPINIÓN

Vinicius y el racismo: no se crean todo lo que escuchan y ven de los poderosos

Ancelotti habla con Vinicius en Mestalla en mitad de toda la polémica./GETTY
Ancelotti habla con Vinicius en Mestalla en mitad de toda la polémica. GETTY

Tres días después del partido de la vergüenza en Mestalla, quedan varias cosas claras: entre ellas y siendo las más importantes entre otras secundarias, que España lleva demasiadas horas haciendo el ridículo a ojos del mundo entero, que aquí lo que menos importa en este momento es Vinicius, un adolescente con sus aciertos y fallos, y que lo que ocupa realmente a la mayoría de responsables institucionales a estas horas es ganar una batalla individual dentro de sus guerras personales.

Partiendo de la base de que los supuestos abanderados en la lucha estos días contra el racismo -algún periodista, más de un dirigente y diversos líderes que sobreviven mezclados en los grupos de animación- son votantes fieles y declarados por ellos mismos de los ultras, con todo lo que ello conlleva en su programa, cada decisión adoptada estos días cae por su propio peso. Ser ciudadano ejemplar un día al año de 365 debe ser muy reconfortante, pero no cuela y da el cante. Todos contra el racismo... y la demagogia. El fútbol no es más que un reflejo de la sociedad en la que vivimos y este país, recuerden, cargó con cuarenta años de retraso por un pasado que no es tan sencillo de borrar. Por eso cada poco tiempo aflora de nuevo por el extremo derecho.

Bienvenida toda la catarata de noticias que ha desencadenado el ejemplar dedo acusador de un delantero. Hasta se ha solucionado de repente el caso de un muñeco olvidado que se colgó con mala baba en la M-30 en enero. Y bienvenidas las caretas que se van cayendo por el camino.

La decisión del Comité de Competición, que contradice en parte las versiones de la Policía, LaLiga y hasta del bueno de Ancelotti, ha dejado al delantero brasileño del Real Madrid sin sanción y a la Grada Kempes censurada, donde pagarán justos por pecadores; verdugos sin cabida en el deporte y palmeros que ahora reflexionarán porque hasta hoy reían sin pararse a denunciar ni censurar. Este incoherente y desequilibrado puñetazo en la mesa viene a poner en solfa todo un sistema que ya estaba de por sí en el alambre por los mil y un escándalos acumulados. Negreira ya parece una pesadilla del Pleistoceno.

Como también contribuirán a este enredo las destituciones de seis colegiados, la herida de muerte al VAR (el rearbitraje del rearbitraje), las multas, el cruce de comunicados y las declaraciones, con sus salidas de tono y sus rectificaciones. Si se ha podido solucionar -para bien, mal o regular- un caso tras una reunión de siete horas, qué narices lleva haciendo la justicia deportiva durante tantos años sin dar salida a los numerosos casos peliagudos que han tenido entre sus manos y que han dejado caducar o morir en el cajón.

De este caos hay un beneficiado, guste o no, que se llama Florentino, y un claro perdedor -por acción o debido a las consecuencias- que se apellida Rubiales. El presidente del Real Madrid sabe qué teclas y fibras tocar, sin importarle qué imagen va a dar a la sociedad ni qué es realmente lo prioritario en este momento. Él, acostumbrado a la inercia de Modric y Llull, sólo piensa en salir victorioso en cada careo que se le presenta. Lleva tiempo aireando que su relación y la del Real Madrid con la Federación corría peligro y llegó a dejar caer esta semana que lo ideal en Valencia hubiera sido que el equipo se hubiera retirado al vestuario tras la roja a Vinicius. Ese gesto, para el club, fue tan injusto y feo como los insultos de "mono", puesto que las imágenes no había que perseguirlas y sólo era necesario seleccionarlas debidamente, algo que no se hizo asombrosamente.

Ese enfado llegó a Rubiales, hasta el punto de influirle y hacerle actuar a impulsos porque veía que se quedaba sin la criptonita contra Tebas. Es curioso: cuantos más asesores tiene el mandamás de la RFEF alrededor, y ya son unos cuantos que se acumulan en estos cinco años, peores soluciones toma. Su comparecencia del lunes ya careció de sentido y no hizo más que envenenar la respuesta del Madrid. Salió a pecho descubierto en su obsesión por criticar a LaLiga y se lo hundieron de mala manera.

En su día, consiguió apaciguar con la ayuda de amigos comunes los ánimos de Florentino cuando echó a Lopetegui a orillas del Mundial de Rusia y molestó a más de uno por las formas. En la última final de Copa no sabía dónde meterse por la reprimenda que se llevó por un horario (22:00) que incomodaba al campeón debido al poco descanso previo al City. Pero las ácidas críticas al VAR, por el que ya tuvo un telefonazo hace tiempo, le han confirmado que la relación pendía de un hilo y que había que actuar de inmediato.

No le ha importado que, para mantener a su aliado más poderoso, haya tenido que mandar al paredón a un estamento que le ayudó a llegar al poder. Él no manda en el Comité de Competición, eso está claro, pero se ve perjudicado por su sentencia. Sabe que el fútbol mira en estos momentos de nuevo a Las Rozas al ser éste un órgano que tiene en casa y que ya arrastra la fama de ser un tridente tan bruto como sospechoso. Pese a que la RFEF, LaLiga y el CSD tienen el mismo peso al nombrar a los tres miembros que lo integran, cada uno de ellos dudan en privado de todos los demás. Hay quien habla de prevaricar. Yo lo que veo es un ánimo y una arenga del Gobierno por cortar la sangría del descrédito internacional que ha corrido como la pólvora. Por no entrar de oficio con Hugo Duro, Mamardashvili y compañía por la melé de la discordia, han dejado sin efecto un duro crochet y han liberado a un castigado que ya había hecho otros planes a la hora de la sentencia y que, curiosamente, no se va a presentar a jugar contra el Rayo Vallecano.

Sea como fuera, la peor noticia de todas es que volvemos a la casilla de salida. El tema del racismo, que había abierto telediarios durante bastantes horas y ha puesto de acuerdo hasta a Irene Montero con Bolsonaro, ya está en un tercer plano. Mientras, todo el mundo se va dando golpes en el pecho por su aportación a la lucha contra una lacra que abochorna. Y la moraleja es la de siempre: no se crean todo lo que escuchan ni ven. Si esto fuera así, el próximo domingo un camarada de Julio Anguita ganaría en cada pueblo.