Un tifo y una huelga contra la desgracia arbitral

Un día, y lamentablemente no tardando mucho, un árbitro o uno de sus asistentes vivirán una desgracia personal que dejará en simples anécdotas todo lo que han tenido que tragar hasta ahora ante la omertá general. Se ve venir. Ojalá y falle. No sucedería seguramente en la élite, donde hay mil ojos y cientos de agentes de seguridad que acorralarían a la bestia, sino en algunos de esos campos de Dios donde nos hemos raspado tanta tardes el culo y donde, en definitiva, hemos aprendido para bien y para mal —como en ningún otro lugar— de qué va esto de la vida.
Independientemente de errores, bufandas, investigaciones, conflictos de intereses y escraches, no hay datos más demoledores para entender las cosas que los que aporta la experiencia. Mi círculo de amistades de la adolescencia estaba formando por una docena de colegas de barrios diferentes, colegios distintos y hobbies variados y, sin embargo, hasta tres de ellos (Alberto, Octavio y Ulises) pitaron. Y no sólo eso: sin necesidad de hacer mucha más memoria ni alejarme de ese entorno, también ponían orden Jaime Requena, el omnipresente Parras o tiempo después, y ya más en serio, Marchante. Hoy, en las federaciones territoriales tienen que suplicar que el personal se anime a dirigir el tráfico pese a que el premio de exponer su vida al juicio de los demás está muchísimo mejor pagado. Hay razones de peso. Y esa vergüenza culpable nos debería hacer reaccionar.
Hemos crecido con el insulto al colegiado. Y esa lacra cultural es imparable y nos lleva hasta este lodazal. El desahogo hacia su persona es inherente al juego desde que se inventó y, por eso, normalizamos las cosas. En esas mañanas, cuando algunos familiares acudían a nuestros partidos como si fueran de Ultras Sur. O, ya por la tarde y con Mercromina en las rodillas, cuando íbamos a ver un Gimnástico-Tomelloso y la masa estaba obligada casi por contrato a chiflar al del silbato o el banderín, a escupirles en el túnel de vestuarios, a insultarles durante el juego por lo que fuera y a lanzarles las almohadillas al final. Normal que apreciemos tanto el humor negro. Aquí siempre había tres tazas.
Si en parte lo hacía Reyes, el espigado jubilado junto al que me sentaba allá en lo alto del Municipal, lo avalaban profesores, médicos y arquitectos y hasta lo reía la pareja de maderos que debían custodiar a las víctimas, cómo no ibas a sumarte de alguna manera a la entretenida lapidación. Aunque simplemente fuera sonriendo. El modelado —para aquel padre que hoy se ponga delante de la tele a despotricar delante de sus críos— es un tipo de aprendizaje cotidiano que se basa en la imitación de la conducta ejecutada por un modelo, normalmente otra persona, y que sirve para facilitar la adquisición y modificación de comportamientos. Nada es casual. Mis viejos se quedaban en casa bien tranquilos cuando con ocho años, y el Carrusel Deportivo de fiel compañero, me iba los domingos a ese entorno del Grupo XVII de la Tercera División. Visto hoy con perspectiva, y si lo hubieran sabido, era casi mejor los prohibidos juegos entre las vías del tren.
El momento en el que llegue la desgraciada de noticia, en la que se confirme que de aquellos polvos vienen estos lodos, coincidirá con las lamentaciones. Siempre se repite la historia de tirar la piedra y esconder la mano. Cada uno de nosotros miraremos con un ojo que gotea las consecuencias y con el otro, enrojecido del bochorno, borraremos a toda mecha nuestras delatoras huellas. Con sus excepciones y sanadores arrepentimientos por el camino, el balance del barro que nos rodea es lamentable: ni los directivos, ni los profesionales del balón, ni los medios de comunicación, ni las reses sociales, ni los aficionados están a la altura por acción o complicidad. Y urge la autocrítica dada la gravedad del momento en el que nos encontramos. Una cosa es la denuncia y el debate, tan necesarios como respetables, y otra alentar persecuciones y vejaciones. Una huelga me parece poco.
Muchos de los que dicen que todo está podrido, que no hay ni un solo profesional que se salve de la quema, que la corrupción se ha apoderado del Comité Técnico de Árbitros y que Negreira tuvo maestros y ha dejado alumnos, son los mismos que luego no se ruborizan por votar a quien, pasando del sentimiento del fútbol a lo material del bolsillo, les han robado un año tras otro la cartera o han tomado decisiones de peso que le han hecho mucho más áspera la existencia. Es como esos padres que cargan contra el entrenador de turno de sus pequeños porque "es malísimo", pero le da igual si el profesor particular de inglés es nativo o chapurrea los phrasal verb con acento manchego. Fuck off.
Así estamos. Pensando en el trabajo en hacer manifestaciones contra el VAR, el CTA o toda sigla que no cuadre con nuestras ideas. Es mucho más importante que tirarse a la calle por el maldito precio que ya ha alcanzado la cesta de la compra.

Recuerdo el día que Jimmy, aquel ultra del Depor, murió en el Río Manzanares por una reyerta lamentable. Entonces, después de una tragedia que no era la primera en la materia, hubo un concurso para aparentar quién había hecho más y quién había hecho menos en la histórica y hasta ese instante ineficaz lucha contra la violencia. Durante un tiempo, desde aquel 30 de noviembre de 2014, se sucedieron las cumbres al más alto nivel, se vigilaron como nunca a los cafres, se midieron las declaraciones para no echar leña al fuego y se intentaron imponer castigos a todos los niveles hasta el punto de que Tebas echó como embajador de LaLiga a Lendoiro por el mero hecho de acudir a aquel entierro.
Sin embargo, todo se olvida. La crispación, lejos de desaparecer, se acentúa. Nadie se mide ni nadie echa agua al fuego. Al menos en lo que yo veo y palpo con dolor. Antes de acudir a la Universidad tuve alguna duda entre mis tres pasiones: Ciencias Políticas-Historia, Deporte (INEF) y Periodismo. Y hoy me encantaría escaparme de este ambiente insoportable al campo, plan que todavía no descarto, y aprender cualquier otro oficio en el que el ruido que nos invade, la falta de respeto y la rabia no se apodere de cada una de las jornadas.
En aquellos primeros pasos, cuando íbamos al campo a ver la Tercera División en los 90' y aprendíamos casi sin querer qué significa ser cenutrio, alcornoque, cabestro, malparido, merluzo y zoquete, también nos inculcaban que había que rezar a diario y ser igual de rectos y ejemplares como el Rey (Juancar) y su familia. Por eso, a base de tropiezos, tengo la certeza de que en la educación de cada uno está el éxito de un país y, al mismo tiempo, la esperanza de que la transformación es posible si existe la voluntad.
Ojalá se recitaran menos 'padrenuestros' y se forraran las carpetas con las enseñanzas de tipos como Pepe Mújica... "En mi jardín hace décadas que no cultivo el odio. El odio termina estupidizando porque nos hace perder objetividad ante las cosas. El odio es ciego como el amor, pero el amor es creador y el odio nos destruye". Hasta que no haya un tifo fijado con su lema en los estadios, nada habremos aprendido ni nada cambiará.