OPINIÓN

Gavi no es humano

Gavi, en una acción en el partido contra el Getafe./GETTY
Gavi, en una acción en el partido contra el Getafe. GETTY

Este Barça-Getafe tiene muchos focos que analizar. En clave culé, Ter Stegen ha renovado sus poderes, Christensen es el heredero de Puyol, Pedri no se cansa de crecer ni Dembélé de tropezar, Raphinha el asistente deja dudas y Ansu, certezas: es un extremo con pegada y no un sustituto de Lewandowski. Desde el prisma azulón, se confirma que cada día está más próximo un relevo en el banquillo, que hay equipo para hacer las cosas mejor, es decir que su jugador bandera sea Ünal y no Damián Suárez, y que es normal que el personal ande desesperado. Pero para análisis de este tipo ya están las crónicas a modo de atestados. En este rincón más opinativo y para la reflexión vengo a decir que Gavi es de otro planeta.

Y no porque esté de moda, haya sido de lo poco positivo de la Selección en Catar, de triunfar en la Supercopa ante el mismísimo Real Madrid y de ratificarse como un pilar o salvavidas para Xavi. Lo que me tiene realmente impresionado es que su enérgica actitud, esa que le caracteriza desde su presentación en sociedad y contagia, no es una pose habitual del recién aparecido, del canterano extramotivado o del revulsivo que se juega el puesto cada tarde. Seguro que Gavi baja a por el pan y mete el codo a todo Dios en la cola.

El mérito es infinito. Siempre que uno empieza una relación o un trabajo nuevo se remanga a conciencia y da lo mejor de sí, con algunos gestos muchas veces sobreactuados. Es normal. El nivel de activación crece, la líbido suele situarse por las nubes y uno piensa que vive en un Gran Hermano mundial donde se vigila cada uno de sus pasos. Sin embargo, con el discurrir del tiempo, la tendencia invita a pisar el freno, a decaer, a recalcular los esfuerzos y a elegir bien cómo y cuándo utilizar cada una de las balas.

En mi primera cita seria, allá en el Pleistoceno, creo que recordar que cité a Kapuściński para impresionar. E incluso la primera vez que un entrenador me puso de central, yo que evitaba el contacto cada vez que podía como fino mediocentro, dije tres tacos de esos barriobajeros bien seguidos, pegué dos pelotazos infames al otro área nada más empezar y recuerdo que hasta me manché las medias de barro a sabiendas. Para parecerme a Hierro o Nadal tenía que aparentar. Pero las poses sólo duran un rato. En la segunda velada dejé de decir chorradas y por fin le hablé a mi chica de Enric González y de Héroes del Silencio. Y en mi segundo encuentro fuera de mi posición habitual bajé el balón al suelo cada vez que pude y le pedí a un compañero que a los árbitros no se les llora, a los árbitros se les ayuda.

Desde que Koeman -sí, Koeman- le hizo debutar el 29 de agosto de 2021, precisamente frente al Getafe, analizo a Gavi con la lupa. Y más allá de su continua mejoría en la lectura del juego y su habilidad, a lo Casemiro, para evitar amarillas que muchas veces son naranjas, intento adivinar señales que me hagan ver que pertenece al género humano: en qué momento bajará el ritmo, si algún día, sin avisar, se dosificará en la presión, si dejará de jugarse el físico en cada choque o si, al menos, en algún momento volverá a ser quien fue de niño y hasta sonreirá. No hay manera. 

Tras ver por la tele las últimas debacles europeas de sus ídolos, el chaval se ha empeñado desde el primer día en que al Barça nadie más, mientras esté él en el verde, le va a pasar por encima de forma sonrojante. Y así le va. Es indiscutible para arrancar el ánimo del equipo e insustituible para mantenerlo cuando sus compañeros desfallecen con el paso de los minutos. Si él está, el Barça jugará mejor o peor, pero late. Que no es poco.