Gallagher, el 'tommy' inglés que desafía la rivalidad entre dos países y busca un hueco en la República argentina del Atlético
El segundo inglés de la historia rojiblanca cae en un vestuario plagado de criollos: seis futbolistas y cinco técnicos y donde el mate y el Fernet se imponen al té y las 'pintas'.
Cuando Conor Gallagher vino al mundo en Epsom (6-2-2000), una población de la zona metropolitana de Londres, habían pasado ya dos años de la gran representación teatral del que ahora es su nuevo entrenador, Cholo Simeone. Ocurrió en el Mundial de Francia 98, y le costó la expulsión a David Beckham. Cayó su compatriota y confesado ídolo de su niñez, coleta incluida, como un pardillo en la estratagema del centrocampista argentino. Después de una entrada en falta de éste, soltó la pierna desde el suelo y el colegiado, muy cercano, le mostró la tarjeta roja. Decisión arbitral exagerada, pero que el Cholo jugador supo provocar con pericia y prontitud...
Con el paso de los años, en un documental, Diego reconoció que el entonces jugador del Manchester United no mereció la expulsión, que no había sido una agresión, pero el caso es que Inglaterra se quedó con diez y Argentina ganó en los penaltis. Y el admirado Becks pasó de héroe a villano para gran parte del país por haber dejado a su selección en inferioridad ante los 'odiados' ingleses. "10 leones heroicos y un niño estúpido", tituló The Mirror, culpándole directamente de la eliminación mundialista. Solo en su club y en Alex Ferguson encontró un hombro en el que llorar desconsolado: "Fue un momento de locura".
Fue, aquel, otro capítulo más de la histórica rivalidad entre ciudadanos del Reino Unido y oriundos de la República de Argentina. Una hostilidad que, posiblemente, naciera o al menos se alimentara a través del propio fútbol. Concretamente en el Mundial 66, celebrado en tierras inglesas, con aquella expulsión de Rattin, el capitán albiceleste, en Wembley, sin que de por medio ocurriera ningún lance del juego digno de esa decisión. El árbitro germano, simplemente, le mostró el camino del vestuario con el dedo, no había todavía tarjetas, por protestarle sin saber él ninguna palabra de castellano y el argentino, tampoco, ninguna de inglés, y mucho menos de alemán.
Aquella situación fue considerada por los argentinos como una afrenta, un agravio, una infamia. Rattin se lio a insultos con una grada beligerante y estrujó con sus manos uno de los banderines con la bandera del Reino Unido y se sentó en la alfombra roja preparada para la Reina, en forma de protesta. Alf Ramsey, seleccionador local, calificó a los argentinos como auténticos 'animales', aunque la realidad fue que sus jugadores hicieron el doble de faltas que los contrarios. Ganaron los locales con un gol de Hurst.
Aquello se puede considerar el origen, pero, por supuesto, un momento menos dramático que el posterior enfrentamiento bélico entre los dos países en la denominada Guerra de las Malvinas, Falkand Islands en inglés, de 1982. Argentina llevaba tiempo reclamando la soberanía del archipiélago en poder del Reino Unido desde 1833 y sus Fuerzas armadas invadieron las islas en abril de 1982. Fue una contienda desigual y 74 días después los argentinos tuvieron que rendirse. La batalla costó la vida a 649 soldados argentinos, 255 británicos y tres civiles, según las cifras oficiales que se facilitaron. La enemistad entre los dos países se elevó a la máxima expresión hasta el punto que durante ocho años más, hasta 1990, no mantuvieron relaciones diplomáticas.
Desde entonces, entre los contendientes, cualquier situación u ocasión ha sido buena para revivir la llama de la discordia. En el Mundial 86 celebrado en México, los dos goles de Maradona a Inglaterra, fueron para los sudamericanos como una revancha social y política, además de futbolística. Ocurría cuatro años después de la guerra en cuestión y dos décadas después de la expulsión de Rattin en Londres. La mano de Dios y El gol del siglo hundieron la flota inglesa en el Azteca y clasificaron a Argentina, postrera campeona. Fue, en su momento, para Bilardo, Maradona, Valdano, Burruchaga y demás miembros del plantel albiceleste como una venganza en toda regla. Para unos más y para otros menos.
Si el bueno de Conor Gallagher, de origen irlandés, cuyo nombre de pila, en su traducción al castellano, significa 'amante de los lobos' y su apellido "persona que muestra valor y decisión para enfrentarse a otras personas o situaciones difíciles", no está al tanto de esa enemistad antagónica entre su país y el argentino con un balón por medio y sin un balón también, seguro que ahora se pondrá al día. Cae en un vestuario con once criollos que 'matan' por su patria y la albiceleste. A saber. Seis jugadores: Julián Alvarez, De Paul, Musso, Molina, Correa y Giuliano Simeone y cinco técnicos, el capo Simeone y sus ayudantes de cámara: Nelson Vivas, Gustavo López, Hernán Bonvicini y Pablo Vercellone.
Un tommy, un guerrero británico, así se le puede catalogar futbolísticamente hablando al ex del Chelsea, en el meollo de la República argentina del Atlético. Ninguna otra nacionalidad extranjera se ha vestido de rojiblanco con tanta profusión y periodicidad. Salvo error u omisión, el portero Musso se ha convertido en el jugador argentino número 59 en fichar por el club 'colchonero'. Casi el doble que los 32 brasileños y que los 25 uruguayos. Entre ellos, un buen puñado de futbolistas que pasaron de los 100 partidos: Correa (423), Griffa (241), Kun Agüero (234), Rubén Cano (204), Leo Franco (177), Madinabeytia (193), el propio Cholo Simeone (169 más 683 como entrenador), Rubén Ayala (159), Maxi Rodríguez (157), Cabrera (157), De Paul (136)...
Gallagher tiene que saber dónde pisa a partir de ahora. Territorio del mate y de Fernet Branca, con mentol y sin mentol. Nada que ver con el té del vestuario de Stamford Bridge y las pintas de los pubs del barrio. Por el momento ha caído de pie entre la muchachada. Ya tiene cántico en el Metropolitano y la palmada en el pecho de Simeone el día de su debut contra el Girona tuvo un mensaje claro: "Ya eres uno de los nuestros". Ahora le toca a Conor, una variante moderna de Conchabar, demostrar el resto. Lo que ya ha apuntado sobradamente en el Chelsea y en la selección inglesa.
Que nadie espere ver en él un virtuoso del balón, pero sí un centrocampista físicamente fuerte, sin pausa, de largo recorrido, gran despliegue y que abarca una amplia zona de influencia, la que separan las dos áreas por el carril central. No es un jugador puramente combinativo, pero se defiende con los compañeros más cercanos, en los pases en corto. No es, hasta ahora, un volante de pases de 40 metros, pero sí sabe lo que tiene que hacer, que suele coincidir con lo que le pide su entrenador. Nunca ha sido un mediocentro organizador.
No viene a suplir a Koke. Viene a jugar al lado de Koke y de Pablo Barrios. Con De Paul puede tener más incompatibilidades. No porque sea argentino, sino porque tienen un perfil más parecido, no idéntico, en el ida y vuelta. Y si tuviera que ser el tercer volante central tampoco desentonaría. Incluso, con él, Simeone podría recuperar la vieja figura del volante que partía desde la banda, como hacían Koke, Saúl, Diego, Arda... en sus mejores tiempos.