Lewandowski y Lamine le enseñan a Mbappé cómo se reina en un Clásico
Un doblete del polaco y dos más de Yamal y Raphinha ponen al Barça con seis puntos de diferencia en LaLiga ante un Real Madrid frustrado de cara a portería con dos goles anulados al francés.
El primer Clásico de Mbappé será recordado como el de Robert Lewandowski. El delantero polaco, en su segunda juventud, reventó un duelo muy equilibrado, con un tiempo para cada equipo, en el que el Barça sale del Bernabéu con seis puntos de distancia sobre su perseguidor y con la moral por las nubes por volver a parecerse bastante a lo que fue. Y también se lleva para la Ciudad Condal el gustazo de haber firmado una heroicidad en tiempo récord, que no es algo menor: dejar a su gran enemigo tocado sólo unos meses después de levantar LaLiga, la Champions y de lograr el supuesto fichaje de fichajes.
Con el comienzo del partido no podía ni imaginarse cómo iba a desenvolverse este careo. El encuentro vino marcado por el final de los compromisos que Real Madrid y Barcelona disputaron hace días frente a Borussia y Bayern. El Madrid interiorizó ante el finalista de Champions que si quiere ser el que fue tiene que apretar desde el inicio y no sólo a contrarreloj. Un día se puede acabar el milagro de las remontadas. Y el Barça, por su parte, supo ante su bestia negra que agitar los encuentros ante un grande, más allá de hacerle vivir en el alambre, le conduce a la extenuación en pleno estirón. Por eso, en el Bernabéu, el plan pasaba por contemporizar y dormir el juego como antaño y dejar el 'rock and roll' para el momento oportuno.
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— FC Barcelona (@FCBarcelona_es) October 26, 2024
La estrategia le salió mucho mejor a Ancelotti de partida, pero hizo que Flick se disparara al final en el santoral culé. El italiano, conocedor de la línea tan adelantada que dirigen Cubarsí e Íñigo Martínez, explotó los desmarques de ruptura desde la segunda línea para descoser un entramado defensivo que ante el Bayern se mantuvo en pie de milagro y que esta vez sólo llegó vivo al descanso por la falta de puntería. Mbappé pudo castigar el atrevimiento en el primer minuto, pero su sobreactuación al definir le llevó a girar la cadera más de lo que exigía en el uno contra uno. E incluso tuvo una vaselina en sus pies al rato, compleja para un mortal pero sencilla para una estrella, que dio una vida más a Iñaki Peña.
Ahí empezó a desvanecerse el plan de Carletto. Después de esos errores, fueron los milímetros que separan una acción legal de otra de fuera de juego la que permitió pensar al Barça que el tiempo le estaba dando la razón. A esas alturas era más casualidad que una certeza. Kylian hizo el 1-0 en el 30' tras un pase que bien pudo haberlo dado Laudrup pero que ejecutó Lucas Vázquez. El francés picó el balón ante la salida de un portero entregado y tuvo que ser el VAR el que rebaja tanta euforia. En la segunda mitad repitió suerte, ratificando que tardará mucho en olvidar esta desastrosa noche con la muleta.
El Barça no apretaba la salida tan arriba a esa alturas ni con tanta rabia como el miércoles. Esa descoordinación al poseedor del balón le llevó a rozar el suicidio ante un Camavinga empoderado. Cada balón a la espalda era una ruleta rusa. Vinicius, en el 22', ya había podido castigar también otra mala basculación y un sistema de ayudas inexistente que dejó a los central desnudos y la sensación de que se necesitaba un mediocentro con más colmillo. El juego con balón de los de Flick fue pastoso por momentos y sólo Pedri le dio cierto sentido en ese tramo. Raphinha volvió a jugar bastante abierto, donde fue la mitad que de mediapunta, y Lamine quedó demasiado incomunicado. Aun así, tuvo su ocasión. Y la echó a perder. Hace unas semanas hubiera ejecutado a Lunin tras aprovechar un regalo al espacio. Y, sin embargo, le sucedió lo que al equipo en ese primer tiempo: se agrandó con tanto halago y olvidó que si los cracks llegan a serlo es por hacer fácil lo complejo. Justo lo que hizo para firmar más tarde la sentencia. Pero en ese primer reto, eligió gustarse y arruinó una jugada que pudo cambiar antes el signo del partido. El Barça, en ventaja, vale por dos.
La influencia del pasado
Ancelotti, pese a las tentaciones de meter más músculo en el lateral derecho, había apostado de nuevo por Lucas Vázquez, cuya respuesta a las urgencias casi siempre es extraordinaria. En medio campo mantuvo a Tchoaumeni como el único ancla capaz de no perder el sitio por delante de la defensa. Y volvió a ser un gris marengo: clave para los amantes de la pizarra; soso para los fans del buen trato del balón. Entre Camavinga y Modric, el técnico italiano prefirió al francés (21 años) por una cuestión de frescura -llevaba 18 partidos a cuestas entre el Madrid y Croacia-, puesto que el croata (39) viene de grandes esfuerzos. Pero, sobre todo, porque no conviene contradecir muchas veces seguidas los gustos del presidente en mitad de un ambiente que en Valdebebas se ha ido caldeando últimamente. Y lo que queda.
Flick, por su parte, no quiso tocar ni una coma de la sensacional puesta en escena ante el Bayern. Ese partido de Champions que ha devuelto la credibilidad mundial a un proyecto que estaba en la lona por los disparates de sus directivos y que ahora ha reverdecido por el amor propio de los veteranos y por la calidad de un nutrido grupo de chavales. Su fe en Fermín tuvo una doble vía: mantener la meritocracia a buen recaudo y agobiar a Tchouameni en la salida. Pero su estrategia viró decisivamente al descanso. El andaluz cedió el testigo a De Jong. El resto de su alineación ya era fija desde que el Barça ha pasado de ser un meme a un candidato a la gloria a lomos de su cantera y a base de ilusión y una desbordante energía con la que nadie camina por el campo y todo el mundo muerde. El Barça volvió a acabar el encuentro silbando.
Otra cara y otro desenlace
La segunda mitad arrancó con los papeles totalmente cambiados. El Barça hizo más honor a su fama y el Madrid pareció más encogido hasta el punto de echarse un paso atrás y destensar las marcas más de lo debido. Lo que ocurrió en tres minutos, con dos goles de Lewandowski del 53 al 56, retrató al equipo blanco, demostrando que sólo sabe aplicarse en defensa a ratos y que siempre necesita que el profesor esté con la regla en la mano. El primer tanto del polaco nació en una falta en medio campo sacada en corto que Íñigo cedió a Casadó para que éste comenzase un paseo por la alfombra roja sin adversarios. Tuvo tiempo para recrearse y enfocar, hasta inventarse un pase al hueco que el delantero no desaprovechó. El segundo, igual de sangrante, es un de los vicios y peores defectos de este Madrid: la defensa de los balones laterales. Balde la puso desde la izquierda y Lewy cabeceó a placer.
El Bernabéu intentó levantar a los suyos más con crispación que ánimos. Y al Madrid no le quedó más que apretar por compromiso. No le sobraban las ideas, no tenía fluidez ni encontraba a un pasador en condiciones entre líneas. El Barça, mientras, se dedicó a asociarse con Pedri, Casadó y De Jong para que jugaran a los cuatro rincones a la espera de rendijas. A esas horas ya estaba con seis puntos de ventaja en la clasificación y tenía a su afición levitando por las nubes. El impulso de saber que, cuando toca tira de revulsivos, ya están disponibles Olmo y Gavi, y no una colección de imberbes desconocidos, también le impulsó para mantenerse firme.
Con media hora por delante, Modric tocó a rebato. Pero Mbappé seguía negado. Hay cierto runrún con él en el estadio. Más palpable que nunca con esa megafonía silenciosa que ahora hay en Chamartín para no molestar (más) a los vecinos. Otro mano a mano de Kylian en el 64' estrelló la ilusión del madridismo en el portero adversario. Un minuto después, ahora que había acertado de nuevo, acabó desvelando que incurría en otro fuera de juego. El Barça resopló y se vino arriba ya con Olmo a los mandos. Tuvo la sentencia instantes después, pero Lewandowski envió al palo un servicio de Raphinha. Era la confirmación de que este Clásico presumió de ataques pero hizo saltar las dos defensas por los aires. Si Lunin e Iñaki Peña, reservas de Courtois y Ter Stegen, no recibieron media docena de goles cada uno fue mera casualidad.
El Barça olió entonces el miedo y se desató hacia la portería de Lunin en busca de la goleada. Este equipo pega y luego avisa. La posesión ya no es una prioridad y, por encima de todo, ha entendido que está la pegada. Lamine primero y Raphinha después cerraron a la contra una goleada que podrán unir a la colección. El Barça es una pesadilla en Concha Espina. Esté como esté y juegue quien juegue. El 0-4 es un guiño para una afición que ha sufrido de lo lindo. Y, sobre todo, un mensaje para el Madrid que en las próximas horas presumirá de otro Balón de Oro: el Barça, ahora sí que sí, ha vuelto y no se va a conformar con una victoria parcial. Ansía volver a campeonar.
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FICHA TÉCNICA
Real Madrid (0): Lunin; Lucas Vázquez, Militao, Rüdiger, Mendy (Fran García, 85'); Valverde, Tchouameni (Modric, 63'), Camavinga (Brahim, 77'), Bellingham; Vinicus y Mbappé.
Barcelona (4): Iñaki Peña; Koundé, Cubarsí, Íñigo Martínez, Balde; Casadó (Olmo, 65'), Pedri (Gavi, 87'); Lamine, Fermín (De Jong, 46'), Rapinha; Lewandowski.
Árbitro: Sánchez Martínez (Murcia). Amonestó a Casadó (43'), Koundé (69') y Íñigo Martínez (75'), Vinicius (80'), Iñaki Peña (82'), Militao (87') y Gavi (90').
Goles: 0-1 Casadó (54'). 0-2 Lewandowski (56'). 0-3 Lamine (77'). Raphinha (85')
Estadio: Santiago Bernabéu. Lleno.