El Celta por fin ha elegido cómo perder
Cuando era pequeño y empecé a ver algo de fútbol, alguien me dijo la ya legendaria frase de Gary Lineker que decía lo siguiente: "El futbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania". Ahora, ya superada la treintena, puedo asegurar que aquellas palabras del delantero inglés podrían actualizarse hacia unas más realistas que dijesen: "El futbol es un deporte en el que juegan once contra once donde nunca gana el Celta y casi siempre lo hace el Real Madrid". Porque el equipo vigués es un eterno perdedor, no pasa nada por reconocerlo y así lo ilustran los cero títulos relevantes que tiene en su vitrina.
Ahora bien, lo que sí puede hacer el Celta es elegir cómo perder, y eso es lo que le ha dado su identidad durante sus 100 años de historia. Puede llamar la atención que esto lo diga tras una victoria por 1-2 en el Ramón Sánchez Pizjuán ante el Sevilla en el que posiblemente sea el mejor partido de la temporada, algo que tampoco era difícil de conseguir en un curso para olvidar. Porque pese al subidón que ha experimentado en estos últimos siete días, no nos olvidemos que lo normal es que el Celta pierda más encuentros de los que gane.
Mi genial excompañero y amigo Armando Álvarez, periodista de Faro de Vigo, escribió meses atrás el siguiente chiste en una de sus imperdibles piezas.
– Me gusta ser del Celta y perder.
– ¿Y ganar?
– Ganar será la hostia.
Y no le falta razón. A los aficionados del Celta les ha caído la suerte y la desgracia de querer a este equipo, ya sea por herencia o por casualidad. Todos podrían subirse al carro del madridismo y saborear la próxima Liga que llenará todavía mas sus vitrinas pero que no deja de ser una más. Mientras, es posible que el celtismo haya disfrutado más de la victoria con Claudio Giráldez en el banquillo del pasado domingo que lo que lo hará el madridismo del título de Liga. Cuestión de amor, de sufrimiento y de saber saborear un momento.
La llegada del entrenador de O Porriño es justo lo que demandaba el club, la afición y cualquier persona relacionada con la entidad olívica. Un soplo de aire fresco de una persona criada en la cantera, aunque ya luzca calva, en un equipo en el que precisamente se le da más valor a casi cualquier jugador formado en casa que a otra estrella. Parece una tontería y solo la gente que ha mamado y mala el celtismo lo entenderá, pero en Vigo se prefiere a Hugo Álvarez antes que a Vinicius, a Hugo Sotelo antes que a Kroos y, como decía aquel anuncio de cerveza famoso, Iago Aspas posiblemente sea el mejor jugador de la historia.
A lo largo de su historia, el Celta ha rozado grandes hazañas en varias ocasiones. Ha perdido finales de Copa, ha estado en múltiples semifinales y hace no tanto rozó una final de Europa League ante el todopoderoso Manchester United. En Old Trafford tuvo la victoria en sus pies, pero Beauvue no se atrevió a tirar y Guidetti erró cuando lo intento. Posiblemente cualquier otro equipo habría marcado ese gol, pero el Celta se define a la perfección precisamente en esa ocasión, es su ADN desde que todos tenemos recuerdo.
Aquella fue una derrota más (en realidad el partido acabó en empate) en su historia, pero posiblemente sea la forma más digna de caer, esa que hace sentir satisfechos a los suyos y que en los últimos años había olvidado. Porque el Celta no puede elegir cómo ganar, pero sí cómo perder, y con la llegada de Claudio Giráldez ha apostado por hacerlo de una forma en la que sus aficionados se sientan orgullosos. Que el dolor de la derrota transforme rápidamente las lágrimas en cabeza alta, esa con la que mirar al rival que sea pese al resultado adverso.
Yo, como el Celta, jamás he ganado nada más allá de una Liga interna en la residencia universitaria. Ahora bien, si he elegido cómo caer. Recuerdo un partidillo en esa citada liga en el que perdimos 17-0, una humillación. El otro equipo se felicitaba por el resultado mientras que nosotros cogimos a nuestro capitán en hombros y lo manteamos, para asombro de todos los presentes. Tiempo después, aquello nos llevó a ganar.
El Celta pudo perder perfectamente en Sevilla. Su rival tuvo varias ocasiones clarísimas cuando todavía ganaba 1-0. No importaba. El celtismo ya vivía con la sensación de que si ese iba a ser el cómo, porque importaba el desenlace. Porque más importante que el final o incluso el camino, lo es la compañía, y con Giráldez el equipo vigués está mejor que nunca.