OPINIÓN

¿Qué haremos ahora todos tus pichones sin tu contagiosa vitalidad?

Marcos Alonso, en su etapa como entrenador del Atlético de Madrid/EFE
Marcos Alonso, en su etapa como entrenador del Atlético de Madrid EFE

Pichón, eso no se hace. ¿Qué haremos ahora sin ti todos tus pichones distribuidos por esta puñetera tierra que ahora divisas desde el más allá? ¿Qué será de nosotros ahora, sin tu contagiosa vitalidad; sin tu perenne sonrisa juvenil reforzada por tu genuino flequillo y cómo sustituiremos esa mirada pícara y descarada de no haber roto nunca un plato cuando, en realidad, dejaste caer varias vajillas enteras?

Marcos, eso no se hace. Siempre pensé que, precisamente tú, por tu fuerza mental, por tu seguridad exterior e interior, por tu valentía desvergonzada de afrontar la vida, ibas a ser capaz de acabar con ese maldito bicho que te vino a visitar cuando disfrutabas como nunca de la pujanza futbolística de tu hijo y comenzabas a pensar que una jubilación a tiempo en tu Puma del alma podría ser una buena victoria.

En los últimos años hablamos mucho. "Orteguito, qué pesado que eres", solía decirme a modo de saludo. Bien orgulloso estaba de ser la única familia española con tres generaciones de internacionales: abuelo, padre e hijo y de, entre los tres, haber disputado siete finales de la Copa de Europa. Contaba, claro, aunque no era madridista, con las cinco de Marquitos (1955-60); la suya contra el Steaua en Sevilla perdida en los penaltis (1986), el gran disgusto futbolístico de su vida y, por supuesto, la del 'niño', aunque no jugara en la final contra el City (2021). "Campeones son los que juegan a lo largo de la competición, aunque no lo hagan en la final", te recordaba si ponías alguna pega.

Nos conocimos, si la memoria no me falla, allá por los 80, por Marquitos padre en su zapatería de niños de la calle Serrano. Dos pipiolos. Marcos más que yo, claro. Ya había demostrado sus habilidades con el balón en las canchas del fútbol sala madrileñas con la camiseta de Interviù-Hora 25 y como en los juveniles del Real Madrid no le daban el salto que su padre y representante pensaba que merecía, se lo llevó con 18 añitos al club de su capital, el Racing de Santander. En Primera. ¡Un grande de verdad el abuelo Marquitos! El de las cinco copas de Europa que se vistió de gaitero a la vuelta de la quinta en Glasgow. No paraba de hablar de las bonanzas de su chaval. Acertó de pleno.

A partir de ahí fuimos creciendo más o menos de la mano. Él con el balón grande y yo con la 'olivetti'. Fichó por el Atleti y se convirtió en uno de los jugadores de moda. Su juego entraba por los ojos: velocidad y regate. Bien sencillo. Llegó el momento de entrevistarle. No recuerdo la fecha, pero sí el escenario. El lago del Retiro. En una barca se subieron sus compañeros rojiblancos Rubio y Quique, que estaban tan de moda como él. En la otra, el maestro de la fotografía Raúl Cancio y el entonces reportero de guardia. Su cabeza, la de Marcos, todavía no era 'el pichón', fue maquinando la idea a lo largo de todo el paseo. Palada arriba, parada abajo. Su intención no era otra que cuando acabáramos el reportaje y nos acercáramos a la orilla, nuestra barca se tenía que balancear más de la cuenta... y sálvese quien pueda. Me salvé porque me tiré en plancha contra la tierra firme mientras Rubio y Quique se destornillaban de risa sin ni siquiera echarme una mano.

Marcos Alonso, en el Barça EFE
Marcos Alonso, en el Barça EFE

A partir de ahí, partidos, viajes, comidas, cañitas en Koln, donde Arteche competía consigo mismo para ver si se comía más gambas al ajillo que boquerones en vinagre y también buenas sobremesas en Di María. En definitiva, muchas horas de convivencia en las que las bromas como las del Retiro estuvieron a la orden del día. Su imaginación, en ese terreno, era infinita. El Atlético le traspasó al Barça contra su voluntad, pero en la Ciudad Condal se hizo un hueco nada menos que al lado de Maradona. Acabaron siendo íntimos de verdad.

Por aquellos tiempos culés, solía ir a comer casi a diario al restaurante Can Fusté, cercano al Camp Nou y hoy regentado por los hijos de los dueños originarios. Lo normal era siempre acabar jugando a las cartas. Ahí surgió lo de 'pichón'. Nunca pudieron imaginar los camareros del local, los inventores de la broma que, con el tiempo, Marcos se fuera quedar para toda la vida con ese apodo y que, además, fuera a ser su saludo habitual cuando se cruzaba con un amigo. La realidades que el mote en cuestión, en un principio, iba dirigido más a Quique Morán que a él, pero Marcos dio la vuelta a la tortilla. "Era un pichón, perdía siempre".

Su carrera fue de futbolista bueno-bueno, selección incluida. En los banquillos, le costó un poco más. Con 36 años, en el Rayo, fue el entrenador más joven de Primera, pero luego su 'menottismo' no terminaba de cuajar en los distintos clubes por los que pasó. Ninguno tenía jugadores para jugar cómo él pretendía. Tampoco hizo tragedia del asunto. Su don de gentes le permitía mantener otras actividades profesionales y llegó el momento que decidió convertirse en el Marquitos de su hijo Marcos. Escucharle hablar de su 'niño' solo era comparable a como su padre hablaba de él.