No fue una semifinal digna del gran Clásico de Europa

Desilusión. No fue un partido digno del Clásico europeo. De un Bayern-Real Madrid siempre hay que esperar mucho más. De uno y del otro. Del casero, porque tiene 75.000 aficionados detrás y del visitante, porque viene de eliminar al mismísimo Manchester City, campeón en ejercicio y gran favorito para haber revalidado el título. Con poco, con el freno de mano echado, los de Ancelotti sacaron mucho del Allianz. La sensación es que se sentían tan superiores que no quisieron arriesgar y dieron por bueno un empate, cuando podían haber ganado a nada que hubieran soltado un poco el pie del acelerador.
Ni siquiera la presencia de Kroos, con su sentido del juego, de la posición y con su pase magistral al espacio libre en el primer gol de Vinicius, nos libra de escribir sobre una ida de las semifinales mediocre en lo futbolístico. Sin chispa, sin individualidades y con dos colectivos que parecían haber firmado un pacto de no agresión. Poco margen para la liturgia y menos para la literatura y la emoción. El marcador, que pasó por todas sus fases posibles, deja todo abierto para un Bernabéu que ya está haciendo planes de futuro. Tampoco fue un duelo para recurrir a la narrativa de la táctica. Nada sorprendente en los dos planteamientos. Ni Carlo ni Tuchel se inventaron nada que no estuviera más o menos previsto, aunque extrañaron las ausencias en los onces titulares de Davies y Camavinga. Dos jugadores de esos que parece que deberían ser intocables en este fútbol actual en el que el físico se impone como tendencia.
Y, precisamente por eso, porque no está bien físicamente, Ancelotti terminó sustituyendo a un Bellingham que quería, pero no podía. No anda fino el inglés y su equipo le necesita en ebullición para marcar las diferencias.