La quiso, la peleó y se la llevó: el rey de la Europa League sólo es el Sevilla campeón
Bono, que detuvo dos penaltis, y Montiel, que anotó el definitivo, le dan al Sevilla de Mendilibar la ansiada séptima. Ni las artimañas de Mourinho frenaron a los de Nervión en la final más larga de siempre.
No hay quien pueda con el rey de la Europa League. En la tanda de penaltis, como ya hiciera en Glasgow o Turín. Con Bono como héroe, escoltado por Montiel que lanzó el penalti definitivo. Con las gargantas destrozadas de los casi 13.000 sevillistas que no pararon jamás de animar. Era el que más la quería, fue el que más la peleó y el que se la llevará de vuelta a Sevilla. La deseada séptima, con el sello de José Luis Mendilibar, con la banda de Nervión.
Ni las artimañas de José Mourinho, las legales sobre el césped y también todas aquellas que maneja como nadie, sirvieron para frenar al Sevilla. Nunca se rinde recuerdan siempre en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Y no sólo no se rindió sino que acabó en la gloria. Con el guiño de Antonio Puerta y José Antonio Reyes, siempre presentes. Con el empuje de Sergio Rico. Con la ilusión del sevillismo, que ha disfrutado como nadie esta Europa League. Manchester United, Juventus y la Roma de Mourinho. Casi nada.
Fue una final de valientes. De cuerpo a cuerpo. Del 'Imperium Nostrum' al Coliseo. Golpeó primero la Roma por medio de Dybala, que jugó los 20 'minutini' más largos de su carrera. Y respondió el campeón como mejor sabe. Con casta y coraje. Con ese nunca se rinde que lleva por bandera y que luce como nadie en la Europa League. Primero, para igualar la contienda tras el descanso. Luego, para resistir el juego psicológico de Mourinho y sus soldados. Al final, para imponer la ley de Bono, el héroe de Nervión.
De inicio el Sevilla cayó en la trampa de Mourinho, ese estratega que ha convertido a la Roma en un ejército. Aficionados, cuerpo técnico y jugadores se han entregado en cuerpo y alma al manual del portugués. Pareció tener controlado el balón el equipo sevillista, pero tampoco le importaba a su rival. Como una araña selectiva, el conjunto italiano tenía muy claro cuándo debía golpear, con acciones rápidas de apenas un par de toques. Avisó primero Spinazzolla pero fue Dybala, el genio de la lámpara de la Roma, el que abrió la lata. Zurdazo cruzado 0-1 y desató la locura entre los hinchas romanos.
Pero, curiosamente, el mejor Sevilla llegaría a partir de ese momento. Como si encajar el gol hubiera despertado a los de Mendilibar, demasiado contemplativos hasta ese momento. En-Nesyri y, sobre todo, Fernando avisaron con sendos remates de cabeza, con un Sevilla ya más parecido al que le gusta a su entrenador. Agresivo con la pelota y buscando centros al área. Y también combinando con calidad como en esa jugada en la que pudo llegar el empate con un zurdazo de Rakitic desde la frontal que se estrelló contra el poste izquierdo de Rui Patricio.
El Sevilla de Mendilibar redobló la apuesta tras el descanso. Ya con Suso y Lamela para buscar mejores conexiones por dentro, los hispalenses dieron un paso adelante al son de su grada. Con ritmo y combinaciones. Y con centros, cómo no. Eso que le pide siempre Mendilibar a sus jugadores y que Jesús Navas cumple como nadie. De un balón al área del capitán llegó el empate, después de que Mancini, incordiado por En-Nesyri, despejase hacia su portería. Un tanto que hacía justicia a esa mejoría del Sevilla, que sí le había metido ese punto de intensidad que se echó en falta en el arranque.
Pero, como ocurriera en el primer acto, el gol sentó mejor al que lo encajó. La Roma, ya con Dybala disminuido, siguió a lo suyo, buscando ese error del Sevilla que lo pusiera en ventaja. La tuvo Ibáñez, tras un barullo en el área, pero no acertó en su remate. Con todo, los de Mendilibar también se mantuvieron firmes. Sin entrar en esas emboscadas que Mourinho plantea a cada instante, ya sea con sus artes en el banquillo o con sus cambios -dio entrada a Wijnaldum por Dybala-. E incluso por un momento los sevillistas celebraron un penalti señalado por Taylor, pero que el VAR y el inglés desbarataron tras la revisión. Y la prórroga, que no habría título sin más épica.
Tampoco pasó demasiado en el tiempo extra. Mucho respeto y muchísimo miedo a perder. La Roma se limitó a defender y a dejar correr los minutos mientras le aparecía alguna oportunidad de buscar el balón parado como ocurrió casi al final; el Sevilla dispuso de la posesión pero sin ese colmillo necesario para desarbolar a la muralla romana. Las pérdidas de tiempo, las simulaciones y los continuos parones convirtieron el duelo en la historia interminable. Pero era tiempo de penaltis.
Y era la hora de Bono. En la portería donde estaban las almas sevillistas. "¡Bono, Bono!", se coreó desde la grada. El portero, un parapenaltis al que ya sufrió la Selección en el último Mundial, se agigantó sobre la línea. Un pie para desviar el lanzamiento de Mancini; un guante para enviar al poste el de Ibáñez. Dos paradas hacia la gloria, la que alcanzó el Sevilla después de que Montiel acertase a la segunda. No lo duden, es el rey de la Europa League, se llama Sevilla y la quiere y la mima como nadie.