OPINIÓN

Al fútbol no lo va a conocer ni la madre que lo parió

La tarjeta azul puede ser una realidad en el fútbol. /RELEVO
La tarjeta azul puede ser una realidad en el fútbol. RELEVO

La IFAB (Asociación internacional de fútbol) se plantea introducir la tarjeta azul. Otro cambio revolucionario que generó tal revuelo que obligó a la FIFA a aclarar que cualquier prueba, si se implementa, se hará primero en niveles inferiores y que todo esto se debatirá en la Asamblea anual del 2 de marzo. Será en una de esas reuniones en las que se pretende arreglar el fútbol y no se hace más que estropearlo. Un deporte como este, que nació sencillo, se está toqueteando tanto que lo están convirtiendo en un engendro. Como una de esas criaturas extrañas e híbridas, pongamos un animal con cuerpo de cerdo y cabeza de ganso, del doctor Godwin Baxter (Willem Dafoe) en la maravillosa Poor Things.

En otra de sus aberraciones (desconocemos si toman las decisiones antes del almuerzo o después), los señores y las señoras de la IFAB creen que es una medida brillante la posibilidad de introducir las expulsiones temporales, propias del balonmano, con una tarjeta azul, que ya se usa en deportes como el rugby (también valdría para las faltas tácticas). El solo hecho de sugerir esta opción vuelve a demostrar una obsesión intervencionista que ha dejado ya más de un disparate en el armario. Sólo espero que no tengan a mano ácido clorhídrico, sulfato de cloro y una probeta. Ni es un ataque de nostalgia ni creo en el negacionismo de que cualquier tiempo futuro será peor. Simplemente, el mío es un grito de frustración ante la estupidez de transformar un deporte inequívoco en algo que ya no es ni claro, ni manifiesto.

"Hemos identificado el mal comportamiento de los jugadores con un problema grave para el fútbol. Estamos examinando qué podemos hacer mediante cambios en la reglas del juego. Una expulsión programada podría ser un elemento disuasivo mayor que una advertencia", declaró un miembro de la IFAB. Con la tarjeta azul se pretende, entre otras cosas, que sólo el capitán pueda dirigirse al árbitro, lo cual me parece muy beneficioso tanto para el orden sobre el césped como para la salud mental del colegiado. Por cierto, algo, la interacción entre el del brazalete y el del silbato, que era 'norma' hace ya bastantes años. Pero 'mezclar deportes' son golpes de gracia sin gracia.

Como sucedió con el VAR, que aterrizó en el fútbol para ser un juez de guardia y, con el paso de los meses, lo único que ha conseguido es que el personal pierda el juicio. Se vulneró su código fundacional y todo es tan confuso como las líneas trazadas del fuera de juego. Además, escuchar las conversaciones entre el colegiado de campo y el de la sala VOR resultó el acabose y la demostración de que el árbitro del habitáculo manda y, en cierta manera, condiciona.

Entre unos y otros, entre FIFA e IFAB, entre árbitros y VAR, al fútbol no lo va a conocer ni la madre que lo parió. La expresión (perdón, pero de mi cabeza no salía nada que se acercara tanto a mi propósito comunicativo) la tomo prestada de Alfonso Guerra, aquel político socialista que, con el tiempo, también se ha vuelto equívoco. No obstante, en este caso, esa frase está desprovista del color eufórico y positivo con el que se pintaron aquellas palabras en 1982, con el PSOE llegado al Gobierno tras demasiados años de funeral.

El emponzoñamiento en el verde comenzó con señales banales. Como cuando empezamos a ver jugadores con botas de colores, menospreciando el negro de la tradición, llegando al punto de que el Real Madrid, que siempre ha llevado por bandera el blanco nuclear, jugó un Clásico vestido de luto. Y de un tiempo para acá vino lo demás: las manos que ya no son manos (o sí, depende del deltoides); las rojas que no lo son y amarillas que sí deberían serlo; la utilización de la geometría y conocimientos de arquitectura para determinar un fuera de juego; los descuentos que son cuartos de baloncesto; conocer cuántas ventanas tienes para hacer tus cinco cambios... Y ahora, la ocurrencia de la tarjeta azul. Aún no ha nacido y ya ha provocado división y polémica. Fútbol ya no es fútbol, señor Boskov.

Hay avances que respaldo. Insisto, no me opongo a la evolución. La tecnología de gol (pelota dentro o fuera, no hay más), los protocolos con los balonazos en la cabeza o por asistencia médica en la grada son un paso más que necesario. Pero no me emborronen más el juego, por Dios. Menos mal que siempre hay un Haaland, un Vinicius o un Mbappé que nos reconcilian con este deporte que un día nos hizo soñar solo con una pelota y dos mochilas sobre el suelo.