OPINIÓN

Dicen que el Real Madrid irá en bus a Cáceres y me echo a temblar

El autobús del Real Madrid, llegando al estadio del Elche./GETTY
El autobús del Real Madrid, llegando al estadio del Elche. GETTY

En mitad de las mil inocentadas de dudoso gusto, propias de estas fechas, quería compartir dos certezas. También parecen invenciones y no lo son. Así nunca caerán en el olvido y no serán confundidas con falacias: en mi pueblo, Alcázar de San Juan, se está celebrando una vez más el Carnaval (sí, no en febrero, así somos) y el mismísimo Real Madrid igual viaja a su próximo partido de Copa en autobús, completa o parcialmente, en un trayecto de varias horas.

Tranquilos, no crean que siguen de resaca. La vida nos regala estas emociones. La primera de las situaciones, la de las chirigotas en época de mazapanes, no admite discusión. Estáis todos invitados para el próximo Entierro de la Sardina. A veces hay que respetar las tradiciones milenarias sin necesidad de hacernos más preguntas. Como cuando mi madre sigue yendo los viernes a Santa Quiteria a besar el pie a Jesús o mi padre se toma un buen lingotazo de sifón tras zamparse ocasionalmente unos churros. Porque sí. Y punto.

Con la segunda de las realidades, la que afecta al Madrid, será imposible frenar esta ola bipolar ante una noticia que, siendo a priori algo normal, está generando mucho debate. Por un lado, unos se llevan las manos a la cabeza por tal infortunio y desdicha de que un equipo de élite no pueda ir a Cáceres en vuelo chárter y tenga que hacerlo por carretera o con enlaces. Y por el otro, están aquellos que, guiados por la guasa, se están planteando hacer caravana el 2 de enero para disfrutar de lo lindo viendo por el retrovisor a Vinicius cantando canciones colegiales o a Rüdiger, descompuesto, echar mano de la bolsa. Sólo por estos ratos merece la pena el cambio de formato que impulsó Rubiales en busca de más popularidad.

Últimamente, y más allá de sus continuos paseos a Cibeles, el Madrid sólo se ha desplazado en autobús cuando algún problema en el aeropuerto de turno, por las inclemencias climatológicas, así lo aconsejaba. Recuerdo algo así tras un encuentro en El Sardinero. Como si atravesar el microclima que siempre aguarda en Reinosa fuera menos peligroso que volar en aquella aeronave con goteras a la que bautizaron La Saeta. La misma que por el miedo hacía temblar a Heinze y comer patatas compulsivamente a Cassano (lo vi, no me lo han contado). Pero hubo un tiempo en el que esto de coger carretera y manta era habitual en Primera, y no sólo en Segunda o en las categorías amateurs como ahora, al igual que pasa en la Liga F femenina, donde les prometieron una igualdad en estas cosas que han ido burlando sin disimulo.

Para mí, lo del autobús es un verdadero trauma. Así que entiendo que el Madrid aún esté dándole vueltas hasta última hora a otras alternativas de viaje. Y no sólo me aferro a lo vivido. En bus visité, cuando intentaba ser Iniesta, muchos campos de España. Madrugón, olor a gasolina que se metía en las entrañas y estropeaba la hora del bocata, mareos si leías y cabezazos con el cristal si dormitabas. Cuando llegabas al destino te apetecía cualquier cosa menos realizar eso de la presión tras pérdida.

Mis pesadillas fueron, son y serán más por lo que le ocurrió a mi amigo Juan Arsenal, ahora entrenador del Atlético Porcuna y exjugador del Albacete Sub-19 de Morientes, Jesús Muñoz y Josico dirigido por Ginés Meléndez. En un viaje nocturno a Gijón en la temporada 1993-94 se quedó dormido en el asiento contiguo a la puerta trasera del autocar. Este fino mediocentro dejó las piernas colgadas demasiado tiempo en la barandilla que le separaba de las escaleras y, al despertarse, se dio cuenta de que se le había paralizado el nervio ciático poplíteo externo. Según los médicos, casi se queda inválido.

No pudo jugar ese fin de semana ni muchos otros más. Estuvo medio curso en la enfermería y nadie daba con la solución en las consultas de Albacete, Madrid y Alicante, hasta que le tuvieron que operar. Arsenal se perdió una etapa prodigiosa y no pudo participar en la campaña siguiente en la final de Copa en la que vencieron al todopoderoso Barça de De la Peña. Ahí comenzó a truncarse su prometedora carrera de corto. Me queda el consuelo de que ese cambio de planes permitió que coincidiéramos años después en nuestro Gimnástico de Alcázar, con los continuos viajes (sentados) en bus incluidos y, no lo olviden, con su maravilloso Carnaval.