Benzema y Vinicius dan un repaso al Barcelona
El Real Madrid jugará la final de Copa contra Osasuna. El francés marcó un hat-trick y el brasileño completó la goleada. Exhibición de Modric y Camavinga.
El Real Madrid siempre vuelve cuando más lo necesita. Lo hizo en el Camp Nou, donde compró su billete para enfrentarse a Osasuna en la final de la Copa sobre la grupa de Vinicius y un Benzema en estado de gracia. El brasileño, justo antes del descanso, desconcertó al Barça, y el francés, justo después, pusieron patas arriba la eliminatoria. Karim, en una segunda parte madridista soberbia, marcó el tercero de penalti después de una metedura de pata de Kessie y cerró el baile con un hat-trick, a pase de Vini, en el 80'. El confeti fue blanco.
Nadie remonta el ánimo ni los marcadores como el Madrid. Silba en esa pendiente en la que el resto agoniza. No es suerte, ni milagro. Es un hábito que siempre lo tiene en el fuego. Y ya no es asunto del Bernabéu en exclusividad. Esta vez no ha necesitado que le acompañase su fuerza para asaltar el hogar de Xavi y los suyos. El Barça, que le había ganado los tres últimos Clásicos, ha visto cómo un muerto en Liga puede matar al calor de un título. Este triunfo le deja sin posibilidad de triplete y le da un espaldarazo a Ancelotti, hombre que vive en permanente juicio a pesar de haber demostrado ser el que más tiene.
De entrada lo esperado se combinó con la sorpresa. Xavi no disponía de stock como para ponerse a inventar. A Dembélé, Pedri y Christensen, bajas también en la ida, se le unió De Jong, el jugador que más trastea con la pelota. Así que a falta de maña, alineó la fuerza de Kessie y a Gavi, que aúna todo, en un equipo con cuatro centrocampistas. Además, volvió a instalar a Araujo en el camino de Vinicius, dos jugadores que de tanto verse ya saben interpretar sus miradas. El Real Madrid había perdido sus tres últimos Clásicos sin hallar soluciones y Ancelotti estaba obligado a encontrarlas para remontar la eliminatoria. Poco amigo de volverse loco, el italiano se vino arriba con un once tan valiente y vertical como arriesgado; el 0-1 de la ida así lo exigía.
Tiró de cordura con Rodrygo para amplificar el ataque y ponerle incisivos. Lo imprevisto fue su insistencia con Camavinga en el lateral en lugar de Nacho, ponderando su buena salida de balón y, sobre todo, su decisión de dejar a Tchouameni en el cuarto oscuro del banquillo para confiarle la recuperación a Kroos y Modric. Las grandes citas, para sus imprescindibles, aunque eso suponga jugar sin sostén. No se extrañen si, cuando se retiren, el bueno de Carletto decide iniciar los trámites para adoptarles. El riesgo acabó en abrazo.
El inicio no tuvo ni rastro del jugado en el Bernabéu y concentró los ingredientes clásicos de los Clásicos, que suelen ser muchos independientemente del estado anímico de los contendientes: intensidad, sustos, chispas y polémica. Así que esta vez se presentó entretenido, intenso, rítmico, en ocasiones vertiginoso y con un Balde endiablado. Avisó el canterano azulgrana en el primer minuto con una de sus carreras y la ocurrencia acabó con Camavinga por los suelos salvando el gol de Raphinha. Un minuto después, un centro de Gavi golpeó dentro del área la mano de Alaba. Su apoyo en el suelo desactivó cualquier debate.
Vinicius lo cambió todo
Fue el presagio del calor que iba a ir cogiendo el encuentro. Apareció un Barça con balón, con convicción y sin especulación; nada que ver con el equipo contractual de la ida. El Madrid, entretanto, confió en la espera para buscar la transición y la velocidad de Vinicius. Un escenario que explotaron los de Xavi con un juego pendular, con Balde y Raphinha como propulsores. Desde la lesión de Dembélé, el brasileño vive mejor. Lo comprobó Camavinga, que se afanó por tierra y aire, atentísimo en todo momento. Partidazo el suyo. Otra vez. En una de esas dio el susto. Por suerte para Ancelotti su musculatura es de hormigón. Los blancos, mientras, se encomendaban a que Modric o Kroos escanearan la pelota y conectaran con Vinicius y Rodrygo. El último estuvo en los tres primeros avisos del Madrid y el primero, en todas las salsas.
Una patada suya a Kessie no sancionada acabó con amarilla a Xavi por protestar. Aquello pareció ser el giro a la rueda del termostato porque lo que siguió a continuación fue alto voltaje. Vinicius y Gavi, dos jugadores que viven en constante combustión, se encontraron y sucedió lo que ocurre cuando se rozan dos filamentos. Saltó la descarga. El brasileño, que aún le queda reacciones por domesticar, intentó quitarle la pelota al azulgrana y el encuentro acabó en zarandeo y con Martínez Munuera repartiendo las tarjetas como Salomón. Gavi, que también se las tuvo con Rodrygo, es el jugador del Barça que más personalidad despliega pero corre el peligro de perderse en el gesto gruñón y rugoso y dejar a un lado la visión y el talento.
El partido se había calentado, aunque se jugaba en las zonas templadas del campo. Ni Courtois ni Ter Stegen tuvieron exigencia. El Real Madrid iba por detrás en el marcador y no lo parecía. Benzema no figuraba en las fotos. El Barça era el que metía el combustible. Pero el fútbol son momentos. Instantes. Parpadeos. Y en el penúltimo, antes de acabar la primera parte, saltó todo por los aires. Courtois hizo el paradón nuestro de cada día a disparo de Lewandowski y la jugada acabó con los madridistas celebrando el empate de la eliminatoria. Mientras los locales reclamaban un posible penalti, o alargaban su lamento por el error, el Madrid abrió la jaula y sucedió la estampida. Vinicius comandó el contragolpe y lo finiquitó con un remate que a punto estuvo de salvarlo Kounde. El balón entró llorando y el brasileño comenzó a reír. Luego se limpió el escudo de campeón del mundo. Hay veces que nos sobra el último gesto.
Baile blanco en la segunda parte
El tanto fue como uno de esos derechazos inesperados que noquean en un cuadrilátero. El golpeador se marchó a la esquina con subidón; el golpeado, sacudiendo la cabeza intentando sobreponerse. La campana inauguró el segundo tiempo y reforzó la teoría que bautiza a este tipo de goles con el adjetivo de psicológicos. El Madrid salió con autoridad, con Vinicius yéndose por primera vez con soltura de Araujo mientras que el Barça saltó al verde tocado y sin riendas. Y cuando el ánimo acompaña al equipo de Ancelotti, emerge Modric y se adueña del relato. Así, cuando el segundo acto se estaba desperezando, el croata se sacó otra actuación que le encumbra por encima de las hojas del calendario. Su recital lo inauguró con un guiño a Benzema en forma de pase y el francés clavó la flecha en el costado derecho de la portería de Ter Stegen. Este segundo tanto del Madrid derrumbó al Barça y puso a sus jugadores al borde de un ataque de nervios.
Es en esas situaciones cuando uno es más proclive a meter la pata. Lo hizo Kessie. Concretamente la puso sobre el pie de Vinicius y dentro del área. Penalti. Antes, Balde se topó con Courtois y Araujo, con su falta de acierto. No lo tuvo Benzema, que batió desde los once metros a Ter Stegen, siguió adornando sus estadísticas y adquirió entradas para La Cartuja. Xavi bajó el pulgar e intentó buscar soluciones en el plano. Quitó al inoportuno Kessie y, poco después, a un Raphinha venido a menos y a Marcos, errático, por Ansu, Eric Garcia y Ferran. Más allá de descubrir el remedio, se perdió en medio del huracán del Real Madrid, que acabó decorado con el tercer tanto de Benzema. Incluso los de Chamartín pudieron hacer el quinto tras un potente disparo de Asensio, que entró al campo sustituyendo a un esforzado Rodrygo.
Si han llegado hasta aquí y sólo han leído una vez el nombre de Lewandowski es que lo suyo fue ausencia. El polaco se diluye en las grandes noches. No como este Madrid, que cuando huele la reivindicación y se siente con su orgullo herido, saca lo mejor de sí mismo, que no es poco. Se extravió en la Liga y en los tres Clásicos anteriores... pero siempre vuelve. Como a la final de una Copa que ya mira con buenos ojos.