Joao Cancelo y la noche que reafirma una promesa por cumplir
Últimamente se escuchaba a gente dudar de Joao Cancelo. Esta gente, que vive entre nosotros, dudaba de uno de los mayores talentos que ha parido el fútbol este siglo y de un jugador que ya con el Manchester City demostró que podía ser no solo el mejor lateral del continente, sino uno de los futbolistas más determinantes de Europa. Ante el Oporto y en un escenario límite, de aquellos de notar el revólver en la nuca, Joao Cancelo entendió que es precisamente en este tipo de partidos en los que tiene que hacerse notar más. Su celebración, con los ojos tan abiertos como para ver a todos sus críticos, evocó toda la rabia contenida el último mes y medio.
Hace poco, le preguntaron a Joao Cancelo si las críticas de la prensa le afectaban, a lo que el portugués respondió con una sonrisa, negando cualquier posible impacto. Si a Cancelo le afectasen las críticas, al agua de los ríos le dolería la lluvia. Joao juega con la confianza que parece haber perdido el equipo, engullendo la responsabilidad de un Barça que durante el primer tiempo parecía que no sabía qué hacer con la pelota, como si fuese un cuerpo extraño. Cancelo la abrazó, siempre surfeando la ola más alta, regateando constantemente, hundiendo al rival que sólo temblaba cuando el ex del City la agarraba. Tener a los mejores no solo tiene un impacto directo en el marcador, sino que es un mensaje para el rival: yo lo tengo y tú no.
Lo peor es acostumbrarse a la rutina. Hacer de ella tu zona de confort. En la rutina el talento palidece, se vuelve mundano y aburrido, algo prescindible. Durante muchos minutos, el Barça no le veía la gracia a Pedri o Gündogan, perdidos en un campo larguísimo, que anulaba sus posibles relaciones, convirtiendo a dos de los mejores peloteros del mundo en futbolistas planos, carentes de peso en el equipo. El partido de Cancelo viene a decirle a la vida que siempre hay que rechazar el miedo a lo distinto, que un lateral puede ser el mejor delantero a la vez que ser el mejor lateral del partido, porque el fútbol no debería tener etiquetas ni ideas fijas, sino solo jugadores fantásticos que jugasen entendiendo que el error es común y no debe dar miedo. Que Cancelo sea el espejo del resto para que se liberen de forma definitiva.
Da la sensación de que Cancelo no rehúsa la crítica, sino que la absorbe porque su juego no varía: a sus ojos no hay una decisión que tenga riesgo, porque el juego en su cabeza es siempre algo sobre lo que inventar; no hay una palabra que se repita cuando se narra el partido. Y eso choca frontalmente con lo que es este Barça como equipo, que le tiene miedo a sufrir, al pase vertical, a saltarse el guion. Un equipo que abraza el pase de seguridad porque no confía en que le vaya a salir bien otra cosa. Cancelo le dice al equipo que abrace el riesgo porque bordear la fatalidad, entenderla y hasta quererla, es la única forma para afrontar escenarios en los que el suelo se tambalea. Cancelo es un verso libre en medio de una etiqueta de champú.