Cuando un árbitro estropea un partido...

Una lástima que todo un Sevilla-Real Madrid se vaya por el sumidero de la polémica y las protestas. Lástima que una actuación arbitral pueda influir tanto en un partido de fútbol como para que deje de serlo. Lástima que los protagonistas de verdad, los jugadores, se desquicien de la manera que lo hicieron los hombres de Ancelotti y Diego Alonso y se olvidaran de jugar para pasarse el partido protestando, fingiendo, empujándose...
Lo de menos debería ser que el derribo de Navas a Vinicius en la primera parte fuera penalti, que lo fue. Al fin y al cabo es una acción más que entra dentro del paquete de jugadas de ese tipo que en todos los partidos se van al limbo sin que el árbitro las vea y el VAR no las quiera tampoco ver. ¿Para qué? Y seguro que el Sevilla también se podría quejar de alguna otra jugada más o menos trascendente. Es la ley de cada partido.
Lo grave, lo realmente grave, es que un colegiado pueda hacer sobre un terreno de juego lo que hizo De Burgos Bengoetxea que, por otra parte, está considerado por sus superiores como uno de los mejores jueces futbolísticos del país y por eso le dan partidos como éste. Su interpretación del reglamento del minuto nueve es para que le quiten el carné un mesecito. Tampoco más. ¿Qué se pasaría por su cabeza en esos 15/20 segundos? Primero no consideró falta en la acción de Rudiger sobre Ocampos, está en su derecho, y para confirmar su decisión le pidió con su mano al jugador del Sevilla que se levantara. El juego continuó. El Real Madrid desplegó su contraataque y el Sevilla su repliegue defensivo. Todos estaban a lo que estaban, a jugar y todos menos el colegiado, que estaba a la suya. A parar el juego para preocuparse por la salud de un futbolista a quien ya le había dicho con su mano que se levantase, porque según su criterio no había existido ni falta ni daño mayor.
Detuvo el juego y el resto del mundo siguió girando. Unos atacaban y los otros defendían. La jugada acabó en gol. Los jugadores madridistas lo celebraban y los jugadores sevillistas se repartían las culpas por no haber defendido mejor la jugada. Se vio claramente como el portero Nyland reprendía a sus compañeros por su falta de intensidad defensiva... Nada valía. El juego se reanudaba con un bote neutral. Ancelotti fumaba en pipa y el árbitro, conocedor de la que había montado, se lio a dar explicaciones. Y así se pasó el resto del partido, dando explicaciones. Dejándose rodear, protestar, amedrantar... Sin la más mínima personalidad.
¡Menudos son los futbolistas cuando huelen que él juez está tocado! Todos a una. A ver quién le presiona más, a ver quién le engaña más. Y él, timorato, sin valor para amonestarles cuando le hacía el corrillo patatero intentó responder con explicaciones de esas que nadie escucha porque no quieren escuchar. Y así, unos protestando y el árbitro defendiéndose de todas las acusaciones, se perdió un partido de fútbol en el que el Sevilla supo aprovechar mejor la dinámica de los acontecimientos.
Los de Diego Alonso, meritoriamente, supieron llevar el partido a su terreno. A que se jugara poco, a las interrupciones, al ida y vuelta y así comenzaron a contrarrestar la superioridad de los de Ancelotti, que fue notoria sobre todo en la primera mitad. Sólo en ese territorio podían arrancar algo positivo. Lo de Rodrygo, fabricarse tantas ocasiones y fallarlas todas, es para sentarse en el diván. No merece tanto castigo. Desde bien joven está descubriendo lo injusto que es el fútbol con los delanteros. Al menos él parece tener la calidad suficiente como para salir del pozo de tantos partidos sin marcar.
Poco se puede decir de la metamorfosis sevillista con el nuevo técnico. Parecida ocupación de los espacios; la presión adelantada como utensilio para comenzar a defender en campo contrario, algo que el equipo ya venía haciendo, y poco más. En su motivadora charla en el vestuario prevaleció "la sangre y el pegar cuando nos peguen" que los argumentos futbolísticos. Y, eso sí, Fernando Reges, el brasileño que se quejó a Mendilibar porque le había quitado antes del descanso, no le dijo nada al nuevo por no haberle puesto ni un minuto. Cosas de los futbolistas cuando cumplen una edad y no quieren reconocerlo.