Perico Fernández: el campeón que acabó su vida enfermo, durmiendo en un coche y en un burdel: "Si hubiera tenido madre no habría sido tartamudo ni boxeador"
Antonio Cardiel publica una poderosa biografía del púgil aragonés, cuyo meteórico título mundial cumplió 50 años este sábado, y examina su largo descenso personal a los infiernos de la indigencia.
Este sábado se han cumplido 50 años del título mundial de los superligeros conseguido por Perico Fernández, el 21 de septiembre de 1974 en Roma frente al japonés Tetsuo Lion Furuyama. El triunfo culminaba un verano formidable del boxeador zaragozano: en julio tumbó a Tony Ortiz en el duodécimo asalto, en el Campo del Gas de Madrid, para asumir la corona europea; apenas un mes después, en agosto, la defendió con éxito al someter a Pietro Ceru en Viareggio (Italia), con un nocaut furibundo en apenas dos asaltos; y en septiembre ascendió a la cima del mundo contra Furuyama a los puntos, una pelea ganada a base de sufrimiento, ocultando el dolor de una costilla fisurada que le dejaría una protuberancia en el tórax para toda la vida.
Esos tres combates convirtieron en una celebridad nacional a Perico Fernández, el niño que pegó sus primeros puñetazos para defenderse en el hospicio donde lo abandonó nada más nacer una madre desconocida. Antonio Cardiel acaba de publicar su biografía: Perico. El púgil rebelde (editada por Doce Robles). Un trabajo exhaustivo de investigación, riguroso, profundo y con frecuencia descarnado, que glosa la fulgurante carrera de éxitos de Perico Fernández y su larga decadencia pugilística y personal: Perico, el gran campeón, murió en 2016 enfermo por los golpes recibidos, después de haber bordeado la indigencia, durmiendo en un coche o en el cuarto que le cedía un amigo en un club de alterne, cuando las chicas terminaban su jornada.
Hay al menos cuatro libros escritos sobre la carrera y la vida de Perico Fernández. ¿Qué te llevó a acometer esta biografía definitiva y qué la diferencia de los estupendos trabajos anteriores?
Por un lado me apetecía volver a la biografía -[Antonio Cardiel ya publicó una monografía sobre los Héroes del Silencio, la legendaria banda de rock zaragozana de la que formaba parte su hermano Joaquín]-. Es un género literario con muchas posibilidades porque indagas en la vida de una persona, una vida real. Me apetecía volver a eso, a investigar en bibliotecas, en internet, leer libros, leerlo todo: de Perico Fernández llegué a acumular 1.600 páginas de datos. Y por otro lado, conocí a Perico en 2011. Entonces estaba preparando otro libro de boxeo, aún inédito, y quise hablar con púgiles aragoneses porque aquel trabajo iba sobre un boxeador catalán de orígenes aragoneses. En el prólogo de Perico. El púgil rebelde cuento cómo se produjo aquella conversación, un poco rocambolesca. Uniendo ambos extremos, mi interés por hacer la biografía de un personaje aragonés y el gusto por el boxeo... pensé que ahí había una historia muy potente. Y porque todo lo que se había publicado sobre Perico quedaba ya muy atrás en el tiempo. El primer libro es de 1974 ['En esta esquina... Perico Fernández', del periodista Alberto Maestro]; el de José Antonio Ciria y Mariano Gistaín ['La vida en un puño'] se queda en 1987; el que escribieron Fran Osambela y Rafael Rojas ['Guantes rotos', de 2012] no es tanto un libro de boxeo como un anecdotario con su amigo Paco Millán. La última etapa de Perico como boxeador, sobre todo a partir del año 80, era muy desconocida. Y ahí es donde me he centrado. Qué pasó durante esos años: su declive. Hablamos de una decadencia muy prolongada.
Perico fue una personalidad, deportiva y socialmente, polifacética y compleja. ¿Cuál sería su perfil esencial?
Fue un hombre hecho a sí mismo, de principio a fin. Contó con la ayuda de preparadores y promotores, claro. Pero desde su misma infancia en el orfanato tuvo que hacerse a sí mismo. Perico era tartamudo, un niño abandonado en el hospicio, y nunca conoció a sus padres. Con nueve años llegó al Hogar Pignatelli, donde había 500 chavales de todas las edades: si ahora hay bullying, imagínate qué no habría entonces, en 1959. Tuvo que hacerse respetar desde el primer momento. Se encaprichó del boxeo viendo un combate de Ali contra el alemán Karl Mildenberger que dio en 1966 Eurovisión. Y todo eso lo marcó.
¿Tal vez el título: 'Perico. El púgil rebelde' sea la mejor síntesis de esa personalidad?
Nunca hizo caso a nadie. Nunca aceptó ninguna lección de preparadores, ni de amigos, ni de familiares. Fue siempre a la suya. Sus entrenadores llegaron a decir que jamás había subido a un ring con más de un 50% de su capacidad real, siempre había peleado a medio gas. Y ese hacerse a sí mismo también se prorroga cuando deja el boxeo. Tiene que buscarse la vida, ganar dinero de otra manera, y se inventa a un pintor: el Perico Fernández boxeador se inventa a Perico Fernández pintor. Recorre las calles de Zaragoza haciendo un poco la comedia, haciéndose el encontradizo y el simpático para vender sus cuadros. Tuvo muchas inquietudes, le gustaban la música, el cine, la pintura... Parece mentira lo escrupuloso que era a la hora de guardar documentación, tenía carpetas con todos los artículos que se escribían sobre él, perfectamente clasificados. En contra de la imagen de un tipo superficial, divertido, cachondo, que lo era, había un hombre que sabía muy bien lo que buscaba. En el boxeo igual, se hizo con la corona casi él solo, con la ayuda de Martín Miranda que supo llevarlo muy bien al principio. Pero la mayor parte se debe a su determinación, su carácter muy aragonés y su rabia: actuaba con rabia, dentro y fuera del ring.
Perico Fernández, como confirman quienes lo entrenaron, guantearon con él o estuvieron de un modo u otro a su lado, puertas adentro de un gimnasio, fue un boxeador innato, bendecido con una derecha mortal de necesidad y con un instinto natural para el pugilismo. Alérgico al entrenamiento o a cualquier tipo de disciplina en la preparación, era fumador y le encantaban las salas de fiestas; él mismo afirmaba su renuncia constante a salir a correr, guardar un régimen estricto o mantenerse alejado de la diversión. Incluso antes de los grandes combates. Prefería salir a cazar por el monte y, en frecuentes ocasiones, participar en las sesiones de entrenamiento del Real Zaragoza de los 'Zaraguayos' -Arrúa, Diarte, Ocampos, etc.- con quienes mantenía una excelente relación. Sus condiciones, sin embargo, le permitieron proclamarse campeón de España de los ligeros en marzo de 1973 contra Kid Tano, con sólo 21 años. Defendió su condición con éxito dos veces más ante Gómez Fouz y Manuel Calvo, entre 1973 y 1974. Tras hacerse dueño de Zaragoza y España, Perico asaltó Europa y después el mundo.
Los años de victorias de Perico se concentraron en esa primera parte fulgurante de su carrera. ¿Cuál te parece, en términos boxísticos, su momento más brillante?
A mí me fascina la pelea con Ceru en agosto de 1974. Había vencido en el Campeonato de Europa a Tony Ortiz en Madrid y de antemano ya estaba firmado el duelo entre el ganador de ese combate y Ceru en Italia. Allí no ganaba nunca nadie si no era por KO. Era un clásico de toda la vida: en Italia o destrozabas a tu rival o a los puntos no ganabas nunca. Y Martín Miranda se lo dijo a Perico: "Tienes que salir a por todas desde el segundo uno. Si te dejas llevar, vas a perder y no haremos el Mundial". Perico salió como un vendaval y en el minuto 1 le destrozó la ceja izquierda a Ceru con un derechazo descomunal. Le abrió una brecha tremenda. La gente se quedó asombrada. Aquel hombre se fue a la esquina, le cosieron y le taparon como pudieron, pero eran muy conscientes de que la pelea se había terminado. Perico fue a por esa ceja y en el segundo asalto no duró ni 20 segundos. El médico italiano tuvo que pararlo.
La derecha de Perico tenía cloroformo y buscaba nocauts rápidos como el de Ceru o el del belga Roelands, ambas en defensa del título europeo... ¿Fue la pegada su gran bendición y lo que para bien y para mal marcó su modo de boxear?
Contra Roelands sabía que tenía que terminar rápido porque había llegado al combate muy pasado de peso: no es que le sobraran los cuatro o cinco kilos de siempre, ¡es que le sobraban siete pocos días antes de pelear! Tuvo que tomar Seguril. Entonces los boxeadores lo usaban para bajar peso de forma muy rápida: dejaban de beber líquidos, tomaban Seguril y orinaban para perder lo que les sobraba. Llegó muy justo y sabía que si no lo liquidaba rápido no tenía ninguna posibilidad. Algo parecido ocurrió con Jim Watt en 1978: también lo tiró en el primer asalto, pero a Watt lo salvó la campana. A partir del segundo asalto, Watt ya no entró en el juego, se quedó esperando y Perico acabó desfondado. Era normal: se preparaba mal, siempre tenía que bajar de peso de una manera drástica a pocos días de pelear y así... si no noqueaba rápido, no ganaba. Los rivales lo sabían.
¿Podría haber sido Perico Fernández mucho más si su carrera se hubiera gestionado de otra forma? ¿Si él mismo, desde luego, la hubiera afrontado de otra manera?
Más que dirigido, él mismo era el que no tenía ningún interés en entrenar. No le apetecía nada de nada. Correr por el campo era algo que aborrecía hasta el infinito. Simulaba que iba a correr, pero se escondía. Y cuando sus compañeros de concentración regresaban de una carrera por el monte, Perico se unía al final del grupo y se echaba una botella de agua por encima para simular que había sudado. Lo único que le gustaba del entrenamiento era guantear. Le chiflaba guantear con compañeros y espárrines. Podría haber llegado muchísimo más lejos, pero entonces no habría sido Perico Fernández: habría sido otro boxeador, otra persona, otro individuo que no tendría nada que ver con él. Fue lo que fue y él escogió su camino: era consciente de que tendría que haber entrenado muchísimo más, pero prefería irse a una discoteca. Diez días antes de enfrentarse a Muangsurin en Bangkok, los periodistas que querían saber de él recorrían las discotecas de Zaragoza a ver en cuál estaba. Y más de un artículo encontré de unos días antes del combate en el que un periodista había ido a Parsifal y allí estaba Perico con una copa y un cigarrillo. Él sabía muy bien que no se preparaba. Confiaba en su pegada. Era un boxeador instintivo, rápido, determinante, y confiaba en que esa mano lo podía salvar, pero no siempre lo consiguió. Los rivales sabían que había que tener cuidado cuando Perico se iba a las cuerdas, porque podía armar la derecha. Apenas entraban y salían con dos golpes para evitarlo. El problema de confiar tanto en el nocaut, en esa derecha al mentón primero, y más adelante en la izquierda al hígado, es que los contrarios lo sabían. Pero durante algún tiempo le sirvió.
"Perico era consciente de que tendría que haber entrenado mucho más, pero prefería irse a una discoteca. Podría haber llegado muchísimo más lejos, pero entonces no habría sido Perico Fernández"
Autor de 'Perico. El púgil rebelde'¿Cómo le marcaron las derrotas contra Muangsurin?
Lo de Bangkok lo tuvo siempre clavado dentro, creo que en buena parte porque sabía que había sido su responsabilidad. Se negó en redondo a entrenar. Él ya no se fiaba de Miranda y los tailandeses habían prometido que el dinero estaría en su cuenta corriente un mes antes del combate. Pero no llegó nunca, porque la bolsa la pagaron en metálico en Bangkok. Perico desconfiaba de todo, se negó con rebeldía a entrenarse, se escapaba de la concentración a las discotecas cuatro días antes de volar a Bangkok. Es verdad que el calor fue un factor importante, y que Muangsurin era un tipo muy duro. Hicieron además la jugarreta de llevar la pelea de un estadio al aire libre a un recinto cerrado, lo que supuso unos diez grados más de temperatura... Pero si Perico hubiera ido bien preparado y bien concienciado, le habría ganado seguro. Ni fue bien preparado ni tenía ganas de pelear, estaba hasta las narices, cabreado. Y perdió. Muangsurin se hizo un gran boxeador, defendió diez veces su título de manera consecutiva y ganó a todos los grandes superligeros de la época, uno tras otro: a Brooks, a Kimpuani, a Mambi... y también a Perico otra vez, en Madrid. Fue siempre su gran obsesión. Y con razón: nunca volvió a ganar los seis millones que le pagaron allí.
Saensak Muangsurin se convirtió en el archienemigo de Perico Fernández, rodeado del enigmático magnetismo de los púgiles orientales: lo apodaban 'La sombra del diablo'; Perico siempre le dijo 'el chino'. Muangsurin había sido campeón del mundo de muay thai antes de pasar al boxeo y convertirse en aspirante a la corona universal con sólo tres combates. Boxeaba con una característica guardia abierta, heredada de las artes marciales tailandesas; mantenía a Perico fuera de la distancia con su mayor envergadura; sonreía ladino cuando el zaragozano lo buscaba con derechazos ávidos; y se movía por el cuadrilátero con una prestancia robótica, sin descomponer el torso ni un segundo, los pies bien plantados en la lona y calculando cada golpe con minuciosa precisión, para evitar ser cazado por el martillo de Perico. Las dos derrotas contra el tailandés abrieron en el púgil aragonés una brecha profunda. Primero en su condición de ganador: en Bangkok abandonó asfixiado por, como él mismo dijo, "la puta calor", lo que le costó ser deplorado por su propio entorno y el boxeo español. Además, aquel episodio provocó el enfrentamiento definitivo con Martín Miranda, quien había sido su mentor, lo había acogido en el gimnasio y en su propia casa a la salida del hospicio. Antonio Cardiel examina esos pasajes en extraordinarios capítulos, y abre el foco sobre las oscuras prácticas del entorno boxístico en los años 70.
¿Qué parte consideras cierta de las obsesiones clásicas de Perico contra Martín Miranda, de quien decía que le estafaba con las bolsas y que le había drogado en la defensa contra Muangsurin?
Es verdad que en el mundo del boxeo, en los años 70, no había control alguno sobre la actividad. Estábamos en una dictadura sin un sistema fiscal, no había medios de pago detectables, todo se hacía en metálico, por medio de un acuerdo entre el promotor y el preparador. Los entrenadores, como Martín Miranda y muchos otros, tenían la potestad legal de firmar los contratos. Los boxeadores no tenían nada que decir: "Vas a pelear con fulanito". "No, es que con ese no quiero...". "Te lo he firmado yo y se acabó". El deportista no tenía ni voz ni voto. Así que en aquellos años todos los boxeadores taquilleros se quejaban de sus preparadores: Legrá llegó a escribir un libro en el que contaba cómo se sentía engañado por todo su entorno. Una velada se cuadraba con el calendario, según los plazos obligatorios para la defensa de cada título. Los promotores acordaban con el preparador una cantidad de forma verbal. Luego, éste firmaba un contrato con el boxeador y ahí se establecía una cantidad de la cual se le daba un tanto por ciento al deportista. De manera que había un desfalco, un robo que se había convertido en una especie de costumbre. Era un tema generalizado, que se ha corregido con el tiempo por los sistemas de pago, los controles, etc. Perico siempre sospechó de Martín Miranda, como todos los boxeadores. De ahí a echarle la culpa de todos sus males al final de su vida, hay una gran distancia.
¿Se construía excusas contra los fracasos deportivos?
Sí, y no sólo sobre Martín Miranda. Con el mismo tema del orfanato, cuando estaba en la cresta de la ola hablaba de aquella etapa de su vida como si fuera la Arcadia feliz: se lo pasaba maravillosamente, tenía muchos amigos... Y al final de su carrera, cuando ya casi no tenía peleas y no ganaba dinero, todo eran pestes: decía que le pegaban continuamente. Todo era lo mismo: de sospechar que Martín Miranda le robaba a decir que le había echado algo en la leche, que se lo bebió y que por eso perdió en Bangkok... hay un mundo. Tenía razones para sospechar de manejos, pero lo demás eran construcciones para justificar su decadencia. A Martín Miranda no le interesaba perder en Bangkok: ¡facturó seis millones de pesetas! Si hubiera seguido ese ritmo... Me parece absurdo decir que vendió el título.
Perico fue campeón mundial con 23 años, pero la decadencia a partir de 1978 se hizo muy larga hasta su retirada en 1987. ¿Boxear era su única manera de subsistir?
Los grandes deportistas siempre están ligados a su deporte toda la vida, incluso después de retirados. Pero el caso de Perico me parece brutal. El hecho de nacer y ser abandonado en una inclusa; desarrollar una tartamudez; un niño desasistido, relegado, solo en un mundo en el que cuatro monjas se encargaban de 40 chavales... Una persona que tuvo que defenderse a puñetazos desde el mismo orfanato. Tuvo que hacerse valer y desde chico desarrolló una agresividad necesaria, la canalizó en el boxeo, llegó muy pronto a la cúspide pero, en efecto, a partir de su derrota contra Jim Watt en 1978 se inicia su declive: ¡Y le quedaba aún la mitad de su carrera! Esa es la parte más desconocida. Una vez que termina su vida deportiva, subsiste como puede, pero sigue sacando a la luz el boxeador que siempre fue y vende cuadros para ganar algún dinero. Aunque eran chulos y resultones, los vendía precisamente porque era quien era: Perico Fernández, el campeón del mundo. La ligazón de Perico con el boxeo duró desde su nacimiento hasta la muerte, porque falleció en 2016 víctima del síndrome del pugilista: con una encefalopatía provocada por los continuos golpes recibidos en la cabeza, en cientos de asaltos de combate y entrenamiento, a lo largo de toda su carrera.
"Una vez que terminó su carrera, subsistió como podía: pintaba cuadros y los vendía para ganar algún dinero. El Perico Fernández boxeador se inventó al Perico Fernández pintor para salir adelante"
Autor de 'Perico. El púgil rebelde'La derrota a los puntos contra Jim Watt en febrero de 1978 en Madrid señala el principio del fin de Perico Fernández como gran campeón. Ya había caído de nuevo contra Muangsurin en Madrid en 1977. Logró defender el cetro continental por tercera vez contra Giancarlo Usai, pero se lo arrebataría Watt. Pudo ser de otra manera, porque el zaragozano lo cazó con su atroz derecha hasta tres veces en el primer asalto. La última, una combinación veloz uno-dos, encontró un camino por dentro y el británico fue al suelo, de rodillas. Pero lo salvó la campana. Se rehízo y aguantó hasta ganar a los puntos. La tragedia irresoluble, sin embargo, había ocurrido un rato antes: en uno de los combates que completaban la velada, el almeriense Juan Jesús Rubio Melero sufrió un KO mortal, un accidente absurdo que nadie acertó a evitar. Aquella noche extendió una sentencia sobre Perico y el boxeo español.
Su decadencia, explicas en el libro, encarna la decadencia entera de un deporte. Es increíble el paralelismo entre Perico, la transición a la democracia y el final de la época dorada del boxeo español.
Perico nació en 1952 y empezó a boxear como amateur en 1970, cuando el boxeo español estaba dando los primeros frutos de la época gloriosa con Pepe Legrá, Pedro Carrasco, etc. Hubo varios campeones de Europa, llegaron campeones del mundo como el propio Carrasco, Velázquez, Durán... Perico agarra esa última gran ola del boxeo español, él viene a ser el epígono de esa generación, el último gran boxeador. Es recibido por Franco en El Pardo, como otros boxeadores y mucha más gente. Franco muere en 1975 y el boxeo empieza a declinar, poco a poco. A raíz de la muerte de Rubio Melero la campaña en contra del boxeo se hizo viral, como diríamos ahora, en todos los medios: no sólo de izquierdas, también en los de derechas, en la prensa deportiva... Manuel Alcántara, que había sido el gran cronista del boxeo en esos años, dejó de escribir después de aquello, dijo que no merecía la pena seguir escribiendo de boxeo, que todo tenía que cambiar. Y Perico estaba en medio de todo eso y lo vivió exactamente en paralelo: él estaba en la velada en la que muere Rubio Melero, se enfrenta en Albacete con uno de los diputados socialistas que está haciendo la proposición de ley para la prohibición del boxeo profesional, lo insulta... Estaba en todos los fregaos porque era el más conocido. Y casi parecía que la campaña en contra del boxeo era una campaña en su contra, como él decía: "Me quieren hundir a mí y quieren hundir el boxeo". Era un poco exagerado pero totalmente real. El paralelismo entre su carrera, el auge y declive del boxeo en el tardofranquismo y la transición a la democracia es absoluto.
"A raíz de la muerte de Rubio Melero en un combate en 1978 hubo una campaña total contra el boxeo, se preparó una ley para prohibirlo. Perico estuvo en medio de todo eso: el paralelismo entre su declive y el del boxeo español en la Transición es absoluto"
Autor de 'Perico. El púgil rebelde'El boxeo español ha tenido otros grandes campeones después, pero ninguno ha alcanzado la condición de leyenda de los de esa época.
En el franquismo, el boxeador era una figura social, se codeaban con las grandes estrellas, toreros, futbolistas, folclóricas; y de ahí se pasó a una época en la que el boxeo se hundió: no había veladas, no había dinero. Es curioso porque en la gran mayoría de los países el boxeo ha seguido manteniendo su consideración como deporte, se han seguido pagando grandes bolsas y los boxeadores como Mayweather, Pacquiao o Canelo han sido de los deportistas que más dinero cobraban del mundo: 200 millones de dólares por un combate, mucho más que un futbolista o un piloto de Fórmula 1. Sin embargo, en España se produjo aquella muerte desgraciada y hubo una campaña que, por otra parte, no estaba exenta de razones: porque se producían palizas descomunales y nadie era capaz de parar una pelea. En alguna ocasión Perico llegó a pararse frente a un rival que andaba noqueado por el ring, y no le pegó más. Y miraba al árbitro diciéndole: "¿Pero por qué no para esto?". El día de la muerte de Rubio Melero nadie detuvo el combate y al final pasó lo que pasó. El boxeo quedó herido. Ha habido más campeones del mundo, están los títulos de Castillejo por supuesto; pero quizás la única figura que, con toda su singularidad, puede compararse en resonancia social con las de aquellos años fue Poli Díaz, que acabó haciendo alguna película porno, creo recordar...
¿Es posible explicar hasta qué punto Perico Fernández fue una celebridad en Zaragoza y en España en los años 70?
Es muy difícil. Ahora hay medios de comunicación de todo tipo, internet, redes sociales, influencers... En aquella época existían sólo dos canales de televisión, los periódicos de papel y las radios. Muy poca gente llegó a ese nivel de popularidad de Perico. Era una figura comparable a toreros como el Cordobés, futbolistas como Johan Cruyff, grandes deportistas y folclóricas. La gente joven no se puede creer al punto al que llegó Perico, que hasta grabó un disco: tenía una voz que no iba muy allá, y él lo sabía. "En la cara A canto... y en la cara B pido perdón", decía del disco que grabó.
Su popularidad era tan inmensa que andaba por la calle con el casco de la moto puesto y cuando iba al cine entraba y salía con las luces apagadas, para no ser visto.
A la vuelta del combate con Ceru en Italia se compró un coche, un SEAT 1430, pero no tenía carnet. Y se iba a la pistas de exámenes en la carretera de Logroño, en Zaragoza, conduciendo su coche. Llegaba, aparcaba, suspendía el examen y se volvía a casa en el coche otra vez. El alcalde de la ciudad lo sabía, estaba preocupado y le puso una patrulla de la Policía para que lo acompañara y no se metiera en problemas. Su grado de popularidad era brutal. Y anécdotas tiene muchas, pero tanta anécdota ha distorsionado la percepción de la manera de ser de Perico y de su drama, sobre todo en la última etapa de su vida.
Aparecía en televisión cada dos por tres, con José María Íñigo, con todos los famosos... Y en la prensa, páginas y páginas. Para los medios, su carácter procaz y divertido era un filón, tenía un imán.
La gente se fijaba mucho en lo que hacía y en lo que decía. Realmente era ingenioso y simpático. Tenía salidas curiosísimas... pero a mí es una cosa que no me acaba de agradar. Por ejemplo, hay una anécdota muy conocida, cuando el alcalde González Triviño le ofrece un puesto de conserje en un colegio de Zaragoza y se dice que él respondió: "Si quieren un portero, que pongan a Zubizarreta". Todo el mundo se quedó con ese rechazo, vanidoso, como si el empleo no fuera suficiente para él. La realidad es que estaba encantado con el empleo porque llevaba aparejada una vivienda en el mismo colegio. Tenía que hacer mantenimiento, conserjería... Pero fueron a ver la vivienda él, su pareja y Benito Escriche y se la encontraron completamente destrozada. El Ayuntamiento no se hacía cargo de la rehabilitación. Y Perico no pudo acceder a ese empleo no porque no quisiera, sino porque no podían meterse ahí. Entonces vivía con su última pareja, Esperanza, tenían un niño pequeño e iban de pensión en pensión. Para ellos un piso era algo de incalculable valor. Todo eso no lo sabe nadie. Se contaba la anécdota de Zubizarreta, como hizo José María García en un programa de Aragón TV sobre la vida de Perico, y todo el mundo se reía. No sabían que, en realidad, no tenía ninguna gracia.
"Conducía su coche sin carnet, iba a examinarse con él, suspendía y se volvía conduciendo de nuevo. Hasta le pusieron una patrulla para protegerlo. Hay muchas anécdotas que han escondido y distorsionado muchos años la realidad de Perico"
Autor de 'Perico. El púgil rebelde'Como subraya Antonio Cardiel en su libro, en algún momento Perico Fernández dejó de ser Perico y la vida lo encontró con toda su crudeza: aún ganaría dos campeonatos de España y otro de Europa en el peso welter, en 1983. Pero las peleas terminaron siendo ejercicios meramente alimenticios, lejos de la popularidad y la gloria de otros días, con bolsas cada vez más exiguas que le permitieron tirar adelante de aquellas maneras. Después ya sólo fue Pedro Fernández Castrillejo. Retirado del boxeo desde finales de los 80, su día a día degeneró hacia la subsistencia. Tuvo algunos trabajos esporádicos como carpintero -oficio aprendido en el orfanato- y en empresas de montaje industrial. Sus demoledoras manos ocultaban también una delicada habilidad para el trabajo artístico. Se formó como pintor junto a un amigo. Hasta cantó en una efímera banda de rock, mientras vendía sus cuadros para seguir tirando. Su declive acabó por ser ya en los años 2000 una escena cotidiana en la noche de Zaragoza. Por debajo de los triunfos, la gloria, las anécdotas contadas mil veces, su procaz ingenio natural, la vena artística, corría un oscuro torrente de abandono y enfermedad. El deterioro se aceleró. Lo sostenían la ayuda económica y personal de algunos amigos y, cuando tocó fondo, el auxilio que se le procuró a través del homenaje que recibió en 2012. La reconstrucción de las circunstancias de esa etapa terrible, hasta su muerte el 11 de noviembre de 2016 en un hospital neuropsiquiátrico, constituía para Cardiel un ejercicio tan doloroso como necesario.
¿Has querido subrayar esa parte de su drama, cuya profundidad tal vez no ha sido conocida salvo por un círculo muy cerrado de gente?
La vida de Perico fue, para su desgracia, un círculo casi perfecto: desde el abandono en el inicio de su vida hasta morir en el hospital neuro-psiquiátrico de Garrapinillos, visitado apenas por dos o tres amigos. Es un recorrido muy dramático y no ha habido una percepción clara de la dimensión de aquello. Se sabía, pero de un modo superficial. Y es normal, la gente no se va a poner a investigar la vida de Perico como lo he hecho yo. Para eso hay que ir a muchos sitios, hablar con muchas personas. La labor de un biógrafo es sacar a la luz esos aspectos más ocultos. Es imposible que la gente sepa que detrás de la divertida frase de Zubizarreta hay un drama. Y me sabía malo quedarme en la anécdota.
En sus últimos años era habitual verlo por las noches de Zaragoza vendiendo sus cuadros primero y después en un estado cada vez peor.
Cuando yo lo fui a ver a finales de septiembre de 2011 se lo había encontrado José Luis Melgares, un ex boxeador amigo de su época amateur, que lo vio salir del coche en el que entonces dormía. Y comprendió enseguida lo que estaba pasando. Se lo llevó a desayunar, le buscó un hostal y empezó a mover papeleo para que tuviera una prestación o una vivienda social. E incluso comenzó el proceso para solicitar la tutela por parte del Gobierno de Aragón. Después, un amigo suyo torero, Toñín Castilla, y Raúl Lahoz, periodista de Heraldo de Aragón, lo encontraron también por la calle vagando una noche, cuando dormía en un club de alterne... Sí había gente que sabía que esto ocurría, pero era un círculo muy concreto. Yo estuve cuatro horas con él una tarde, por la zona y las calles por las que él se movía, y nadie se volvía a mirarlo ni se fijaba en él. En cuatro horas no recibió una sola llamada, ni un mensaje, nada. Estaba completamente solo, abandonado. Entraba en los bares en los que lo conocían y le ponían una cerveza. La profundidad de su tragedia era conocida en Zaragoza por pocos.. Y creo que en el resto de España, aunque se supiera que estaba mal, nadie sabía hasta qué punto. En esa época ya ni vendía cuadros, estaba en una fase de mayor decaimiento, producto de su enfermedad neurológica.
De la enfermedad tampoco había conciencia verdadera, ¿no? ¿Se achacaba su estado a su carácter, a sus circunstancias, a la procedencia, a la irascibilidad que siempre tuvo?
Un abogado suyo, Melguizo, me contó un litigio que tuvo. Un día cruzó una calle y se le enganchó el pantalón en la matrícula de un coche. Y destrozó el coche a puñetazos. En el juicio, la otra parte comprendió que aquello no tenía ni pies ni cabeza, que no era consciente, llegaron a un acuerdo y se acabó el problema. Que una persona tenga un rapto de ira semejante contra un objeto sólo se explica por la enfermedad. Uno de los síntomas de la degeneración en el síndrome del pugilista es el aumento de la irascibilidad y las reacciones violentas. Perico siempre fue un tipo que podía reaccionar con violencia, desde niño era un boxeador instintivo, pero no para llegar a esos extremos. Era una enfermedad no diagnosticada. Su hija Alexia me contó que, cuando lo valoraron en el Instituto Aragonés de Servicios Sociales, algún médico le dijo a ella que aquello se debía a los golpes recibidos en la cabeza durante su vida como boxeador. Pero nunca trascendió.
¿Has tenido miedo de hacer daño al abordar temas tan humanamente sensibles para su familia, sus hijos, sus amigos?
Una vez terminado el libro ha sido lo que más me ha rondado la cabeza. Mientras trabajaba en él no lo pensaba, acumulaba información y estaba centrado en la construcción de la narrativa, en seleccionar muy bien cómo y cuándo contar todo, en buscar líneas para que la historia llegase al lector. Al terminarlo y leerlo me di cuenta de que había entrado en terrenos muy delicados. Hubo dos personas que, en ese sentido, me abrieron por completo la mente: su última pareja sentimental, Esperanza Ribeiro, que convivió con él desde 1989 a 2009. La entrevista con ella fue el momento clave del libro. Ella me contó lo de Zubizarreta y muchas cosas más, que nunca se habían sabido. Estuvo con él en todos los momentos, cuando iba y volvía por las noches, a vender cuadros, cuando ya estaba fuera de todos los focos. La otra persona ha sido su hija Alexia Fernández, una chica que se preocupó mucho por él en la parte final de su vida, que guardó toda la documentación... Cuando la entrevisté, ella había tenido hacía poco un hijo, Mauro, y mientras hablábamos por teléfono durante un par de horas, atendía al bebé de apenas meses, le hacía carantoñas. Interrumpía la conversación todo el tiempo para ocuparse del crío. Yo pensaba que, si Perico hubiera tenido una madre, como Mauro, nunca habría sido tartamudo ni boxeador. Y ella me decía: es que mi padre nunca tuvo esto. A veces banalizamos estas cosas y no nos damos cuenta de lo duro que es. No he querido ocultar esta historia de Perico. ¿Puede el libro sentar mal a algunas personas? No lo sé, tal vez no lo comprendan y eso me preocupa. Pero tenía que contarlo como lo viví y como me lo han contado a mí.