El día que el mejor boxeador de la historia no quiso pelear por un sueño en el que mataba a su rival
Sugar Ray Robinson intentó no pelear ante Jimmy Doyle. Le convencieron y su premonición acabó sucediendo.
El boxeo es un deporte que se presta a hacer cábalas. El debate sobre el mejor boxeador del momento y de la historia es algo recurrente. Se mire el ranking que se mire, uno de los púgiles que siempre está en las primeras posiciones como el mejor de siempre es Sugar Ray Robinson. El estadounidense, nacido en 1921, es para muchos el número uno de la historia. Su legado, que implicó también una fuerte lucha racial, y su espectacular forma de boxear, será recordado para siempre.
De Sugar se pueden contar mil historias, pero sin duda la más sobrecogedora sucedió el 24 de junio de 1947. Robinson había ganado el Campeonato del Mundo del peso welter en diciembre de 1946. Disputó cuatro combates antes de poner su cinturón en juego en la citada fecha. Con 26 años, estaba ante un combate que marcaría el curso de su carrera. Le esperaba el joven Jimmy Doyle, de tan sólo 22 años. Venía con una racha de cinco triunfos y suponía una gran amenaza.
Tanto Robinson como Doyle hicieron una buena preparación y todo estaba listo para el pleito, pero la noche anterior Sugar tuvo un sueño, más bien pesadilla. Mientras dormía vio cómo su rival iba a morir sobre el cuadrilátero. Cuando se levantó habló con su manager y con los organizadores del evento. No quería pelear. Pensaba que su pensamiento se cumpliría.
La tensión en las horas previas al pleito fue máxima, ya que nadie quería que Ray Robinson se cayese del evento. Todos intentaron convencer de que la 'profecía' había sido un mal sueño. Para acabar de convencer al púgil, llevaron un cura al hotel. La charla surtió efecto y el campeón comprendió que se estaba sugestionando.
El combate, en el que Robinson fue superior, transcurría con normalidad hasta el octavo asalto (en aquel momento los pleitos titulares se pactaban a 15 rounds), cuando Sugar conectó un potente crochet que envió a Doyle a la lona. El aspirante no se levantó y en ese punto la mayor preocupación del campeón no era celebrar. Estaba preocupado por si su sueño se cumplía. Doyle, que un año antes había sufrido una lesión cerebral, cayó inconsciente y rápidamente fue llevado a un hospital, dónde falleció horas después. El sueño había sido una premonición.
El suceso, sin duda, marcó la vida de Robinson. Tardó dos meses en volver al ring, mucho tiempo en aquel momento en el que peleaban varias veces por mes, y no defendió de nuevo su corona hasta diciembre de 1947. Sugar pudo reponerse y continuar con una brillante carrera, pero en su recuerdo siempre quedaría ese día. Nunca quiso olvidarlo, por ello ayudó económicamente a los padres de Doyle durante diez años, lo que les permitió comprarse una casa.
El púgil se retiró del deporte en noviembre de 1965 tras haber disputado 201 combates (174 victorias, 19 derrotas y 6 nulos). Falleció, a causa de la diabetes y el alzhéimer que padecía, a los 67 años, el 12 de abril de 1989. Un año más tarde fue introducido en el Salón de la Fama del boxeo.