S.O.S. baloncesto: los jugadores no son superhéroes

Lunes 27 de febrero. 21:45 horas. "¿Qué le ha pasado a Scariolo que ha perdido? ¿De qué era ese partido de la Selección?". Es mi padre, preguntándome después de ver los deportes en un telediario generalista un día después de que España haya cerrado su fase de clasificación para el próximo Mundial perdiendo ante Italia. Me voy a las audiencias, 140.000 espectadores. En abierto.
Fue hace 35 años cuando se instauraron por primera vez las Ventanas FIBA. Temporada 1987-88. Clasificatorias para el Europeo de Zagreb del 1989. Entonces, la Liga Endesa la componían 14 equipos. La Euroliga, ocho. Cómo hemos cambiado, que diría la canción de Presuntos Implicados.
En un calendario ya de por sí saturado, la FIBA sacó codos tratando de imponerse en la zona para luchar por el rebote y meter en una sinrazón la clasificación para la participación de las selecciones en los torneos allá por otoño de 2017. Esto ya nos ha privado de ver a la campeona de Europa de 2017, la Eslovenia de Dragic y Doncic, en el Mundial de 2019 y a Argentina, subcampeona del Mundo de 2019, defender su plata en el de 2023. Turquía se quedó por el camino rumbo a 2023 y Serbia ha necesitado ir al último partido y esperar combinaciones que no la dejaran fuera. Increíble.
Y es que, ahora el cuento es totalmente distinto. Pongamos el ejemplo de un equipo español como Barça o Madrid. Y contemos: dos partidos de Supercopa, 68 jornadas de fase regular entre Liga Endesa y Euroliga, tres de Copa del Rey… 73 partidos. Sin contar playoffs de competición doméstica ni competición europea ni una hipotética Final Four. Cada vez, más cerca de la NBA en lo que a volumen de partidos se refiere.

Pero no hace falta irse sólo a los equipos Euroliga: en nuestra ACB siete equipos más juegan en Europa, por lo que tienen que compaginar la carga de choques aunque sus competiciones sí paren y puedan ceder los jugadores a sus respectivas selecciones con el consiguiente lastre de posibles lesiones y de pérdidas de jugadores de cara a poder entrenar. Y sin chárters ni facilidades, que esto no es la NBA.
Que se lo digan, por ejemplo, al Baxi Manresa, penúltimo con tres triunfos en ACB, jugando Champions y con cuatro jugadores convocados por sus respectivos equipos nacionales. Como decía Pedro Martínez en la previa del último choque ante el Joventut, "es una mierda". Parón de un mes y a jugarse la vida frente al Carplus Fuenlabrada a la vuelta recibiendo el goteo de los internacionales reincorporándose para prepararlo.
A mi juicio, las ventanas FIBA igualan, primero, pero por abajo. Hacen pasar apuros a selecciones que no pueden contar con sus mejores jugadores que compiten en la NBA y en la Euroliga. Han generado igualdad de oportunidades para todas las selecciones… ¿pero a qué precio? Porque, en segundo lugar, hay otras selecciones que tienen una o un par de estrellas en Euroliga o en NBA con las que sólo han podido contar en la ventana de verano. Y eso no es suficiente para lograr la clasificación. Un ejemplo puede ser Montenegro, que hasta el hito de Cabo Verde era el país con menos habitantes (620.000) en haber disputado un Mundial, el de 2019. En estas ventanas, 12 partidos, sólo ha podido contar con Dubljevic en cuatro y Simonovic en dos.
El conflicto con la Euroliga
Y eso que parece que 'la guerra' con la Euroliga ha tenido alguna luz al final del túnel, se ha ido moldeando en los últimos meses cediendo a algún cambio de calendario (como en aquel Italia-España movido porque coincidía con un Milán-Virtus) o consiguiendo 'escapadas' de jugadores Euroliga cuando no ha habido coincidencias de jornadas. Incluso parece que ha habido algún acercamiento de posturas. Pero aún hay mucho por hacer: mismamente el pasado jueves, España jugaba en Islandia solapándose con un Real Madrid-Zalgiris de Euroliga.
Y los peores parados vuelven a ser los jugadores, que son los que meten las canastas, y los espectadores, que quieren ver a los mejores en la pista y pagan por su entrada. Por eso lo de las audiencias y lo de que está muy bien llevar a España a jugar, por ejemplo, a Islandia. Pero, pese al grandísimo papel que han hecho nuestros jugadores en las ventanas sellando ya la clasificación para dos Mundiales y un Europeo, no son el grueso de los que luego han competido en verano. ¿O es que estas ventanas no buscan universalizar el baloncesto y sí 'contentar' a las diversas federaciones al margen de lo que suceda deportivamente?
¿Os acordáis cuando en la NBA aparecían los temidos DNP-rest (descanso)? Las televisiones nacionales se quejaron por la situación y la competición tuvo que tomar cartas en el asunto porque, al final, el espectador quiere ver a las estrellas en la cancha. Volviendo a las audiencias, la final del pasado Eurobasket en Mediaset, 3.7000.000 de espectadores. En un torneo en que estuvieron los mejores, estrellas NBA, que a mi me recordaban a los malos de Space Jam por lo dominadores en sus equipos: Jokic-Antetokounmpo-Doncic.
Me quedo con los jugadores. No son superhéroes de películas o series de la Marvel que pueden con todo. Hay que cuidarles. Sin ellos, nada. Y cada vez, más lesiones de gravedad por la carga de partidos. O como hemos visto en las Copas alrededor de toda Europa. Antes, eran competiciones dominadas por los transatlánticos de los diversos países pero ahora los equipos llegan con la gasolina justa y así hemos visto las eliminaciones de Madrid y Barça en España, o los fiascos de Mónaco y Milán en cuartos en Francia e Italia. Y todo ello pese a tener plantillas largas y profundas.

Los que han podido compaginar el calendario de sus clubes con oportunidades históricas de sus selecciones han tenido que hacer un gran sobreesfuerzo. Tavares, por ejemplo, jugando con el Madrid el jueves 23 de febrero en Euroliga en la capital de España para luego volar hasta Luanda, Angola, (5730,39 kilómetros y 7 horas y media de viaje) y meterse entre pecho y espalda dos partidos de más de 30 minutos ante Angola y Costa de Marfil para llevar a su país por primera vez a un Mundial.
O Toko Shengelia para hacer lo propio con su Georgia. El jueves, en Almere, para jugar frente a Países Bajos. Desde ahí, y tras 30 minutos de juego, vuelo de entorno a dos horas rumbo a Bolonia para, el viernes, para jugar Euroliga frente a sus ex del Cazoo Baskonia. 18:33. Y después, más de diez horas con escalas para jugar el domingo, en su Georgia natal, concretamente en Tbilisi, frente a Islandia. 33 minutos y 28 segundos más. Tres partidos en cuatro días. Aunque logrando los objetivos, todo sabe mejor.
El drama de Argentina
Qué decir de Argentina. La continuación de la Generación Dorada, que ya fue de plata en Beijing 2019, y que no estará en la Copa Mundial de 2023 que se celebrará en Filipinas, Japón e Indonesia entre el 25 de agosto y el 10 de septiembre donde sí estarán los mejores. Campazzo, aún sin debutar en Euroliga, pudo viajar desde Belgrado a tiempo. Deck y Laprovittola, tras haber jugado el jueves y el viernes en Euroliga en casa respectivamente, tiraron de sus días libres para llegar a Mar de Plata y sumarse a la selección. El segundo de ellos viajando a primera hora del sábado para estar a tiempo. Sin embargo, no era sencillo cuadrar el viaje para Vildoza desde Belgrado, que el viernes jugaba con Estrella Roja frente al ALBA Berlín y no pudo acudir a la cita.
Partido a todo o nada contra República Dominicana que salió cruz en un final igualado. El deporte sigue siendo el mismo, se sigue jugando 5x5, y los partidos hay que afrontarlos en las mejores condiciones posibles, físicas y anímicas. Nada se da por supuesto, ni aunque cuentes con ocho jugadores del bloque que fue subcampeón en la Copa del Mundo anterior y refuerzos como la experiencia de Delfino o un NBA como Bolmaro. Adiós a la racha de nueve Mundiales seguidos para la albiceleste. ¿Qué razón de ser tiene todo este sinsentido?
A nosotros, España, nos ha salido cara gracias al esfuerzo de jugadores-clubes-Federación. Pero urge buscar soluciones porque recordemos, que, sin ellos, no hay baloncesto. Cuidémoslos.