OPINIÓN

Audie Norris o por qué el baloncesto español no quiere saber nada de sus leyendas

Audie Norris saluda en un partido de la ACB en el Palau entre el Barça y el Baxi Manresa/Getty Images
Audie Norris saluda en un partido de la ACB en el Palau entre el Barça y el Baxi Manresa Getty Images

Cuando uno habla con algún histórico del baloncesto español, con cualquiera de aquellos pioneros de la Liga Nacional que jugaron en los años cincuenta, sesenta o setenta, siempre se quejan de lo mismo: "Parece que el baloncesto empezara en España cuando empezó la ACB, nosotros no existimos". Los "históricos" en rebotes, puntos, asistencias, robos o victorias consecutivas lo son contando desde 1983, nunca antes… y es cierto que las estadísticas anteriores en ocasiones son poco fiables, pero también que los nombres de Emiliano, Buscató, Carmichael, Martínez Arroyo y compañía merecerían mucho más reconocimiento del que ahora mismo reciben.

Hablamos, pues, de un problema de raíz: de la dificultad de las estructuras del baloncesto español, sea la ACB o, en menor medida, la Federación Española, de hilar una continuidad en sus competiciones. Sería impensable que la NBA dejara a un lado a Abdul-Jabbar, a Julius Erving o a Oscar Robertson solo porque el "boom" de los 80 les tocó de refilón o directamente ya habían colgado las botas para cuando Magic Johnson y Larry Bird revitalizaron una liga bastante venida a menos.

Del mismo modo, los que sí vivimos ese boom de los 80 también en España, cuando el baloncesto se convirtió en una alternativa al fútbol en los colegios y en las televisiones -un tiempo bonito, pero que apenas duró en torneos de clubes- crecimos con una serie de jugadores que nunca pensamos que acabarían también dejados de lado. Todos pensábamos que Chicho Sibilio, Rafa Jofresa, Joe Kopicki, Nacho Azofra, John Pinone, Brian Jackson o Joe Arlauckas serían recordados por siempre. Desgraciadamente, no ha sido así.

La fiebre de la "generación de oro" del baloncesto español -los hermanos Gasol, Navarro, Felipe Reyes, Rudy Fernández, Sergio Rodríguez y ese largo etcétera- ha eclipsado a las estrellas ochenteras y noventeras como estas eclipsaron a sus mayores. A veces, podría pensar alguno de ellos, parece que el baloncesto español hubiera nacido el verano de 1999, cuando España consiguió su primera medalla en ocho años y los juniors se llevaron el oro en Lisboa derrotando a EE. UU.

El ejemplo de Audie Norris

En esta falta de memoria pone el foco el documental de Movistar Plus sobre Audie Norris que se estrenó el pasado lunes. Las últimas imágenes -siento el spoiler, aún está a tiempo de evitarlo- enseñan las camisetas retiradas por el club, mientras varios aficionados y exjugadores reclaman que ahí debería haber un sitio para el extranjero más determinante de esa primera década ACB, el que llevó al Barcelona de ser un gran equipo a ser un equipo dominador, tanto en España como en Europa, por mucho que perdiera dos finales de la Copa de Europa contra la Jugoplastika.

Norris es el símbolo de una era, precisamente la era de mayor esplendor del baloncesto español, la de los carruseles en la radio, los patrocinadores generosos, los americanos explosivos y contundentes, la resaca de la mítica medalla de plata de Los Ángeles 84, que ahora parece un acontecimiento más dentro de una larga lista de éxitos, pero que en su momento marcó un antes y un después… Norris, mucho más allá de sus duelos con Fernando Martín, fue el hombre en torno al que giró la competición, pese a sus rodillas maltrechas. Durante años, los rivales buscaron y buscaron al hombre que pudiera competir con él. Ninguno lo encontró.

Y, sin embargo, Norris, como decimos, no es de los cinco elegidos por el Barcelona para pasar a la historia. Los motivos, en principio, son burocráticos: a diferencia de Epi, Solozábal, Andrés Jiménez, Juan Carlos Navarro o Roberto Dueñas, Norris no jugó diez temporadas en el Barcelona -se quedó en seis-, pero lo cierto es que no hay un protocolo claro y establecido al respecto y es más bien una convención no escrita que sirve para diferenciar entre casos y casos. Por esa regla de tres, ahí debería estar la del mítico 'Lagarto' de la Cruz, que se dejó la piel por el club durante doce años, ni más ni menos… pero el 'Lagarto' nunca ha sido un buen comercial de sí mismo y eso lo ha acabado pagando.

La ausencia de Norris, como demuestra el documental, es absurda. Habrá más, por supuesto, pero la suya llama especialmente la atención. El Barcelona lo tiene como embajador, después de demasiados años de caminos separados, pero eso no basta. Los embajadores van y vienen. Las vigas del Palau siguen siendo las mismas y los aficionados las miran con respeto y admiración. El Real Madrid, temiendo una saturación de peticiones, ha decidido no retirar camisetas y en su derecho está. Solo el 10 de Fernando Martín ha pasado a la posteridad y los motivos, desgraciadamente, no son únicamente deportivos.

Un Hall of Fame descafeinado

Ahora bien, si el Barcelona y el Real Madrid, los dos clubes que han dominado la ACB desde su creación -32 de 41 ligas entre ambos-, se muestran algo pejigueras con su pasado, ahí debería acudir la propia organización al rescate. Hubo que esperar hasta 2019 para que calara la idea de un Hall of Fame… y se le ocurrió a la Federación. Ya era entonces demasiado tarde. No se puede abarcar de un tirón tantísimos años de baloncesto de once en once nombres. Aparte, la grandeza del legado debería ir más allá de una ceremonia y un reconocimiento del que solo los muy cafeteros son conscientes.

Audie Norris, por volver al principio y por nombrar a uno de los que ha entrado este año en ese Salón de la Fama, merece algo más como lo merecen tantísimos de su generación y las anteriores. Merece el día a día y la semana a semana. Merece que su nombre no se olvide, al menos entre los que siguen habitualmente la competición que él ayudó a hacer grande. Merece que un Informe Plus en su honor no se convierta en un acontecimiento porque a nadie se le había ocurrido antes. Tan ocupada está la liga en sostener el presente como puede como para regodearse en el pasado… y tal vez la solución al presente y al futuro habría estado precisamente en esa continuidad. Que un esplendor no sustituya al anterior, sino que lo complemente. Lo que se conoce como "historia". Solo hacían falta ganas.